Jorge Castro había sido campeón mundial de los medianos entre 1994 y 1995, y luchó contra la muerte desde una cama del Hospital Argerich desde el 17 de junio hasta fines de agosto del 2005.
Las noches tristes en los grandes estadios de boxeo son aquellas que marcan el final de una época. Parecen quedar archivadas en tonalidades sepias y con metáforas cercanas a la “muerte deportiva”; tal si fuese el prólogo del crepúsculo cruel de un ídolo del ring que desafía al paso del tiempo.
Y estas veladas, de dolor espiritual y pasional, constituyen temas sensibles en la historia bohemia del estadio Luna Park y en el sentir Buenos Aires. Desde 1932 hasta hoy.
No son muchos estos capítulos -excluyentes- de lágrimas retenidas en la tribuna popular. Hoy nos inmiscuiremos en uno de ellos: “El desconsuelo de ver tendido en la lona al santacruceño Jorge Locomotora Castro”.
Aquel 22 de abril de 2006 se transformó en: “La última noche triste del Luna Park”. La contundente derrota de Castro, por nocaut técnico en el cuarto round ante el colombiano José Luis Herrera, un desconocido pero talentoso peleador apodado: La “pantera de San Onofre” simbolizó un derrumbe silencioso. En donde la oscuridad, el frío y el estupor se apoderaron de todo.
Jorge Castro había sido campeón mundial de los medianos entre 1994 y 1995, y luchó contra la muerte desde una cama del Hospital Argerich desde el 17 de junio hasta fines de agosto del 2005. Un impresionante accidente automovilístico -acaecido en sus desprolijas trasnochadas por Puerto Madero- lo dañó seriamente y con la ayuda de los bomberos fue retirado de su coche estrellado contra un árbol.
Durante casi dos meses su parte médico no variaba: “Paciente de 37 años. Grave con pronóstico incierto”. Estuvo en manos de Dios. Con el aporte de la ciencia y el cariño de los suyos, volvió a vivir.
Los facultativos diagnosticaron por entonces: “Traumatismo de tórax que le produjo una hemorragia causante de acumulación de sangre entre el pulmón y la pleura, lo que le impide respirar normalmente. Golpe detectado en el cráneo sin daño cerebral y lesión en la rodilla derecha”.
Recuperó su conciencia y a las pocas horas emitió sus primeras palabras: “Voy a reaparecer a la brevedad”. Pareció un acto reflejo y de escaso raciocinio. Sin embargo, ese “divague” se convirtió en noticia y su derecho adquirido a una pelea mundialista -adjudicado tras vencer al estadounidense Derrick Harmon en una eliminatoria al cetro semipesado, horas antes de su serio incidente de tránsito- fue la llave deportiva y legal para recuperar su licencia de boxeador y ser probado en un match de primer nivel.
Aquella situación nos llevó a las contradicciones máximas que un crítico de boxeo puede tener. ¿Podría Castro volver al cuadrilátero tras el serio deterioro corporal causado por esta colisión? La respuesta basada en el sentido común debió ser terminante: ¡No! Sin embargo, su admirable resistencia expuesta ante la adversidad nos llevó a otra reflexión: ¿Se puede abolir la última ilusión de un hombre que le ganó a la muerte y prohibir su petición de una última pelea? El corazón le ganó a la razón.
Y publicamos en las páginas de LA NACION, el día del combate: “El notable Guillermo Vilas, experto seguidor del pugilismo dijo: un campeón debe extinguirse como tal. Como campeón, cuando y del modo que desee. Seguramente Castro recogerá este consejo esperando dar “vida y victoria” a una noche que él la imagina cómo mágica”.
El título de este editorial fue: “El derecho al último intento”. Y nos equivocamos rotundamente. Tal como lo preveíamos.
Castro, de 38 años, con una pésima preparación atlética y con un pesaje peculiar: 82 kg. -avalado por la pobrísima fiscalización de la FAB- subió al ring apoyado por una invasiva barra brava de Boca Junior causante de desmanes tras el cotejo. Intentó avanzar y tirar golpes en los primeros cinco minutos del match, pero no inmutó a Herrera, de 25 años, con 13 victorias -todas por KO- y una derrota. El colombiano esperó para aplicar su primer golpe de poder. Lo hizo al finalizar el segundo round y Castro tambaleó. Cayó en el tercero, nadie se animó a parar el pleito en el round posterior y fue duramente castigado. “Locomotora” quedó tendido en el tapiz y el árbitro Fernando Peyrous, a los gritos, pidió: ¡Médico! Volvió en sí con el alma destruida.
Ahí terminó la historia deportiva de “Locomotora” Castro. Hubo tiempo después una revancha con una victoria del santacruceño, turbia y sospechosa, que nadie tomó en serio en una velada olvidable. Castro completó una carrera extraordinaria con 130 éxitos (90 KO), 11 reveses y 3 empates.
Hubo noches tristes en el Luna Park. El final de Justo Suárez, “El torito de Mataderos”, noqueado por Víctor Peralta, en 1932; el ocaso de Luis Ángel Firpo vapuleado por el chileno Arturo Godoy en 1936; el “reviente” al que fue sometido Ricardo Calicchio ante los puños jóvenes de Rafael Merentino en 1950. Y en tiempos de “TV color”, las tortuosas demoliciones sufridas por Horacio Saldaño y Sergio Palma ante Ramón Abeldaño y Juan Domingo Malvarez, respectivamente, en los años 80. No obstante, el apocalipsis de Castro ante Herrera fue diferente. Fue una penosa decepción.
Escuchamos los sonidos del silencio en un estadio con mucha gente, que advirtió al igual que nosotros como dilapidó su última oportunidad: “Locomotora” Castro, el verdadero hombre que volvió de la muerte.
Fuente:Osvaldo Principi – LA NACION Deportes – Fotos: GERARDO HOROVITZ – Gustavo Cherro © – D1H – LA NACION Deportes – Video: Tomás Saucedo – You Tube – LA NACION Deportes