«Ahora lo más firme parece ser lo de Boca. Lo de River quedó un poquito muerto por el ofrecimiento que hizo Aragón Cabrera de ganar lo mismo que Fillol y Passarella, que son los que más ganan. Yo le dije que no tenía problema, Dios quiera que ellos ganen 5 millones de dólares de contrato. Yo no tengo problemas, pero en caso de que me den lo que yo les pido. Y me dijo que no, porque se le iba a ser muy embromado todo para poder pagarles a todos… Las tratativas las hace Jorge, pero me entero de todo…
«Tenía la ilusión de jugar en River»
«Yo vivo en una casa normal, como cualquiera. Sé todo lo que pasa en ni país, por eso estoy un poco confundido. Le dije a Jorge que termine con esto cuanto antes, porque sinceramente no aguanto más. Tenía la ilusión de ir a River y vino Aragón Cabrera y me derrumbó la ilusión. Está lo de Boca, para quedarme en el país, si me compran River o Boca voy a cambiar de casa enseguida, pero si me compra Barcelona, no me puedo ir hasta el ’82…»
Verano de 1981. Diego Maradona es el pibe de oro, con el pelo enrulado, la voz firme y la gambeta de salón. Es un pequeño gran artista que deslumbra en Argentinos, el semillero del mundo, que sabe que es imposible retener a la mejor joya de la cantera de su historia, un cebollita que no alcanza el metro 70, pero tiene un pique corto descomunal. No lo derriban ni los gigantes. Entonces, en ese momento, envuelto en un país destrozado en todos los ámbitos, desea aceptar la propuesta de River, un pase que habría cambiado la historia. Ni Maradona -ni River, ni Boca- habrían sido los mismos.
Aragón Cabrera dio su explicación
Eterno, único, Diego se murió hace un mes, a los 60 años. Su cuerpo, desgastado por haber vivido tantas vidas, le puso punto final a la última y fue el prólogo del mito universal. Esta es una historia. Una más, en un millón. Su pasión, al rededor de los cinco grandes. Su pasión, más allá de Boca.
«Si River tuviese que comprar directamente a Maradona, no tendríamos un peso». La frase de Rafael Aragón Cabrera, el hombre fuerte de Núñez, fue un golpe sobre la mesa de Jorge Cyterszpiler, el primer representante de Pelusa. Boca era enorme desde el campo popular y diminuto en la tesorería. Pero se le ocurrió una idea que transformó el destino: un préstamo por una temporada, antes de que Maradona viajara al Mediterráneo para jugar en el mismo club que Leo Messi, tres décadas más tarde, convirtió en gigante.
El contrato se firmó el 20 de febrero y su presentación fue dos días después. La Bombonera ardía y no solo de calor. El equipo xeneize superó a Talleres por 4 a 1, con dos goles de Diego, de penal, toda una curiosidad, porque no era su especialidad. El genio siempre fue… humano. Boca formó con Gatti; Alves, Acevedo, Mouzo y Córdoba; Trobbiani, Quiroz y Brindisi; Escudero, Perotti y su nueva figura.
El debut con la camiseta xeneize
El clásico contra River
¿Y si ese clásico lo hubiera jugado con la banda roja? ¿Y si…? La hipótesis imposible. El regreso a Boca, largos años después, abrumado por la gloria y el ocaso, las gambetas y la mala vida, no lo encumbraron, más allá del beso con Claudio Caniggia, un mundo de polémicas y un par de destrezas. El Diego desgastado de los últimos años, lo encontró en la vereda de enfrente de la Bombonera, más allá del cariño que le tuvo a esos colores en casi toda su vida. Hubo dos razones con peso específico.
La primera. Fue el 15 de marzo de 2009, en la Bombonera. Por la sexta fecha del Clausura, Boca se impuso a Argentinos por 3 a 0, pero eso fue lo de menos. «Riqueeelmee, Riqueeelmee», fue el grito de combate. «La Selección, la Selección se va a la pu. que lo parió». Los fanáticos apoyaron a Román Riquelme en una de las tantas disputas que tuvo con Maradona, en este caso, como jugador y DT del seleccionado. Apenas desde La 12 hubo un aliento para Maradona, cuando la barrabrava entonó: «Diego, querido, La 12 está contigo». Días después, Maradona escribió: «Me dolió en el alma que alguien me haya calificado de traidor, pero no puedo hacer nada. Yo sé lo que le di a Boca, lo que lo quiero y esto a mí no me cambia. Siempre va a tener razón el jugador, porque es el que da satisfacciones al hincha. Yo estoy atado de pies y manos, porque no puedo jugar más. La gente tiene derecho de ponerse del lado que quiera. A Riquelme lo convoqué, pero quieren pensar otra cosa y yo tengo que seguir mi camino… Lo último que me pasaría en mi vida sería tener algún tipo de rencor con la gente de Boca».
La segunda. El 7 de marzo de este año, cuando las visitas de Diego por las canchas de todo el país eran un acontecimiento internacional, Boca decidió darle sólo una plaqueta, porque las autoridades estaban distanciadas del 10. Boca se impuso por 1 a 0 sobre el Lobo, con un tanto de Carlos Tevez y más allá de todo, Maradona sintió una profunda emoción. La misma que tuvo cuando se reencontró con Ricardo Bochini la tarde en la que visitó el Libertadores de América, una de las más emotivas en las recorridas melancólicas del 10 por nuestro medio. El Bocha era su ídolo: simpatizaba por Independiente de pequeño.
«Soy hincha de Independiente»
«Soy hincha de Independiente, pero como en mi casa todos son hinchas de Boca…», contaba, en los primeros días del mágico ’81, en el que dio la vuelta olímpica, con un Miguel Brindisi sensacional. Su amor por el Rey de Copas, con el tiempo, giró hacia la Bombonera. En sus 1000 vidas, también hubo espacio para Racing y San Lorenzo. En la Academia fue entrenador, un paso en falso mientras trataba de reorganizar su vida y del Ciclón siempre admiró el fervor y la originalidad de los hinchas. Y estuvo cerca de vestirse de azulgrana, antes de firmar el regreso al fútbol argentino con la camiseta de Newell’s.
«Al hincha de Racing no hay que venderle nada, hay que jugar, hay que correr, hay que trabajar», decía en enero de 1995. Con Diego como DT, el conjunto de Avellaneda logró dos triunfos, seis empates y cinco traspiés. Su mejor resultado fue un triunfo ante Boca por 1 a 0, en la Bombonera, cuando Racing no derrotaba al club de la Ribera desde hacía 20 años. A San Lorenzo lo unía un sentimiento, que surgió en los años de barro. «A mí me parece muy lindo lo que hizo San Lorenzo en la Primera B, lo digo y se me pone la piel de gallina, te juro. Porque jugar en cancha de Vélez, con la cancha llena a reventar en la Primera B es duro. Y más para un grande. Pero es ver a un grande caído, pero que de repente se levanta y te dice ‘bueno, en la B lo banco a muerte, más todavía a San Lorenzo’. Y eso a mí me golpeó». Y fue más allá, en una charla en los primeros días de los años 90: «Cuando voy a ver a San Lorenzo me parece que tiene la segunda mejor hinchada del país. En gente y como fantasía… seguramente la primera, pero de toda la vida, eh».
Alguna vez, Pelusa contó que fue jugador de San Lorenzo «por 11 horas». Se acostó con la azulgrana y se despertó con la leprosa, un cambio de camisetas que se dio por una diferencia de criterios entre Fernando Miele, el presidente de San Lorenzo y Marcos Franchi, su representante. El Bambino Veira había hecho lo imposible. Era septiembre de 1993, en una de las tantas resurrecciones del Diez.
Un mes sin el Diego. Aún hoy parece una broma fatal, en el peor año de nuestras vidas.