¿Por qué Loco’? Porque algunas respuestas que doy no coinciden con las que normalmente se dan. Es un apodo que está justificado y obedece a exageraciones de mi comportamiento», respondió. Lo que lo vuelve extravagante a Marcelo Bielsa es su fidelidad bajo la fusta de la humillación. Resistió la tentación de la perversión. El perdedor serial no compró indulgencia ni revistió de pragmatismo su ideal, traicionera plegaria detrás de una alegría. Luego de cada derrota, y han sido tantas, subió el umbral: inolvidable o nada. Aspirar a la excelencia lo aprendió de su bisabuelo Pedro, carpintero, que rehacía un trabajo si el cliente no había quedado conforme. Por supuesto que no volvía a cobrarlo. ‘El trabajo no solo hay que hacerlo, hay que hacerlo bien’, repetía. Pasión por la excelencia. ‘No importa cuánto te lleva, importa la calidad de tu producto’, cuentan que repetía Pedro. Marcelo Bielsa lo persiguió siempre, pero no ganó casi nunca. Y sin victoria, no hay valoración. ¿Cómo convencer siendo un fracasado? Esa es la magia de Bielsa.
Cuando Leeds perdió la categoría en 2004, ni se imaginaba el largo invierno que se avecinaba. Cuando Bielsa ganó la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, tampoco sospechaba que nunca más iba a ganar un título. Cómplice encuentro para dos desahuciados. Leeds, el más grande detrás del Big-Six en Inglaterra, campeón de primera en 1969, 1974 y 1992, no iba a detener su derrumbe y por desmanejos financieros, desde 2007 y por las siguientes tres temporadas, deambuló por la English Football League One, la tercera división. De Bielsa, se sabe, a su vitrina le sobra espacio. Perdió cuatro finales: la Libertadores 92 con Newell’s ante San Pablo; la Copa América 2004 frente a Brasil, y la Copa del Rey y la vieja Copa UEFA con Athletic Bilbao. Llevaba cinco puntos de ventaja en la cima de la Liga francesa con Marsella y se le escapó, como se le escurrió el año pasado el ascenso a la Premier con Leeds. Sin saltear esa eliminación de hondura insondable: la anticipada despedida en la primera rueda en Japón 2002. «Fui maltratado de manera increíble, no lo superé más a eso», confió. Un buen día se autodefinió como un ‘especialista en fracasos’. Eligió flagelarse.
Pero su mayor dolor siempre ha sido defraudar. El ascenso a la Premier League que se le escabulló el año pasado resultó otro mazazo. Le ardía la deuda emocional. Sufre la decepción, pero no la íntima, sino el desconsuelo que desata el sueño popular hecho añicos. Se sentía responsable por activar la esperanza de una ciudad olvidada. Lo asfixiaba el desengaño. Que haya utilizado en estos días la palabra alivio no resultó accidental ni fortuito.
Entonces eligió cargar culpas y angustias sin apartarse de una propuesta volcánica, exuberante. Tantos fracasos lo podrían haber recubierto de miedos, le hubiesen abierto una hendija a la especulación. No. Bielsa ataca hasta la extenuación. Ataca hasta cuando no parece necesario. Como ante Swansea, de visitante el domingo pasado, cuando el empate sin goles ya era un buen resultado. Para él, no. Para los suyos, tampoco, y esa es la clave: sus jugadores creen en lo que buena parte del mundo -crítica, medios, aficionados- señala como inconveniente. Frente a Swansea, en el minuto 89, siete futbolistas se volcaron sobre el campo rival. Y fue gol, victoria y el 95% del ascenso. Bielsa lo intentó siempre, aun sin recompensa. Eso lo hace heroico. «Es Tomás Moro, alguien que por concepción sueña una utopía, y por convicción no teme», lo definió un día su hermano Rafael.
Entonces, como todas las cosas que obligan a pensar, es difícil entenderlo a Bielsa. «Un ser humano que trata de derogar a Newton. Y, sí, va a mantener una pluma en el aire un tiempo, después le va a agarrar tortícolis y se le va a caer. Por supuesto. Pero lo extraordinario, es que lo intenta», agregó Rafael aquella vez. Soñador, un hombre contra el azar, la lógica, las burlas, los imponderables… ‘Encantadoramente estúpido’, se le escapa al periodista. «Bueno, ahí tiene el final de su nota si lo desea», propone Rafael. A Marcelo Bielsa le caben los cuestionamientos, claro, pero convendría no desperdiciar su profundidad.
«Hay entrenadores que le hacen bien a un equipo, entrenadores que le hacen bien al fútbol y entrenadores que le hacen bien a un país. Y efectivamente el rigor ético de Bielsa siempre es saludable como mensaje social», contó Jorge Valdano. Leeds, los «Dirty Leeds» (la fama de sucios que se ganaron por su rudeza), hoy celebran a su redentor. El hombre que los reubicó en el mapa. Futbolístico y mundial. El hombre que propuso una cultura. Un estilo, una identidad. El ascenso lo celebra una ciudad que, el año pasado, en la angustia de otra decepción, se sintió orgullosa por el premio fair play que le otorgó la FIFA cuando Bielsa, desde su liderazgo moral, le ordenó a Leeds que se dejara hacer un gol por el rival.
A Bielsa nunca le faltó trabajo en sus años de perdedor. ¿Clubes menores? Sí. Don Quijote y el poder nunca se entendieron. Necesita un campo propicio para la revolución. Necesita que ese lugar sueñe con la reconquista, con la liberación. Chile, Bilbao, Marsella, Lille, Leeds. Nada ha sido casual. Así avanzó Bielsa, siempre sin títulos. Entre tanto canibalismo resultadista, toda una conquista.
«El fracaso es formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las convicciones, nos vuelve coherentes», ha enarbolado. Como se sabe desde la Inquisición, el obstáculo produce extraordinarios autores, como Francisco de Quevedo. Bielsa ha sido mejor desde la derrota. Y tal vez, con una pizca de rencor. Sí. Bielsa es humano, claro. Una vez aceptó: «Generalmente, trabajamos más para enojar a quienes nos atacan, que para alegrar a quienes nos apoyan». Bielsa es extremo y contracultural. Para algunos, incomprensible, caprichoso; para otros, un noble de brutal honestidad. Bajo cualquiera de las acepciones, un «inadaptado social» en tiempos bastante ruinosos. «En la adversidad hay dos opciones: abandonar el camino y demostrar que las convicciones están atadas a los efectos, o reforzar el convencimiento apostando a que el camino elegido es el correcto», dicta. Imperturbable, mantuvo a salvo del desprecio sus conceptos, en los últimos 16 años vacíos de victorias.
«No presumo de ser poderoso, pero en la adversidad es cuando mayor fuerza reconozco dentro mío». Se avecina una nueva normalidad en la vida de Bielsa: no deformarse con el éxito. Tal vez porque siempre combatió su veneno –«nos enamoramos excesivamente de nosotros cuando ganamos»-, la diosa fortuna casi nunca tocó a su puerta. Acaba de visitarlo para ponerlo a prueba, pero ya se sabe la reacción: huirá de la adulación.«Nos acercamos al que huele bien y el éxito siempre mejora el aroma del que lo protagoniza. Y nos alejamos del que huele mal, y la derrota hace que seamos malolientes», resumió sobre una mecánica casi coercitiva.
Hay una cita que se le atribuye a Einstein, aunque no existen pruebas de que sea suya. También se la adjudicaron a Mark Twain y a Benjamin Franklin, sin registro confiable. Dice: «Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes». Bielsa acaba de demoler esa frase martillando desde sus convicciones. Ganó con la fórmula demonizada. «El horizonte es para seguir caminando…», escribía Eduardo Galeano. Lo seguirá haciendo Bielsa, sin prestarle atención a la vitrina.