Tiene 87 años y la memoria intacta. Fue campeón con Racing e Independiente y jugó tanto en la Selección Argentina como en la italiana.
“Los vi jugar a todos, a algunos los enfrenté y para mí Lionel Messi es el mejor de todos”, dice con convicción Humberto Dionisio Maschio, 87 años (10-2-1933, Avellaneda), memoria privilegiada, una gloria del fútbol argentino, y explica. “Mirá: el Charro Moreno, Di Stéfano, Pelé, Maradona y Cruyff, un poco menos, fueron unos genios, enormes jugadores cada uno en su tiempo, pero la velocidad en aquella época era diferente. Analizá los goles de Messi, patea por debajo de las piernas del rival con el arquero tapado, eso lo hace adrede. Además, viste que no es de correr mucho en la cancha, pero cuando lo hace, tiene la gran virtud de que lleva la pelota pegada al pie, la engancha y le queda pegadita. He visto jugadores con una rapidez increíble pero cuando tenían la pelota mermaban la velocidad, en cambio este pibe lo hace una manera fantástica”.
El Bocha sigue viviendo en Avellaneda, muy cerca de la zona del Piñeyro, el barrio en el que nació y se crió. Aunque a veces le duelen las rodillas, vive solo y se las arregla bastante bien. Pero extraña demasiado ir a tomar un café con sus amigos, ir a la casa de Juan Carlos Rulli, campeón como él en Racing, con quien habla todos los días, a comer asados y, en especial, a sus dos hijos y sus tres nietos, que viven en Río Ceballos, Córdoba: “Desde Navidad que no los veo. Ayer hablé con ellos y mi nieto me decía, ‘abuelo, te extraño’, hace cuatro meses que estamos así y te ponés a pensar, la pucha, pasa rápido aún en la rutina, pero bueno, habrá que seguir cuidándose”, cuenta en la charla con Clarín.
El pase de Humberto Maschio de Deportivo Huracán de San Justo a Estudiantes de Buenos Aires, en los registros de AFA
Decir Maschio es ingresar a la historia viva del fútbol argentino. De los potreros del barrio a Arsenal de Llavallol cuando todavía no había ingresado a la AFA, recorridos por las inferiores de Deportivo Huracán de San Justo y Estudiantes de Buenos Aires, la llegada a Quilmes en la vieja Segunda División en 1953, la consagración en Racing, la Selección, los Carasucias de Lima, la Serie A italiana, el Mundial 62 con la Azzurra, el regreso a Racing para coronarse de gloria y, tras el retiro, una situación inédita: su primer trabajo como técnico fue en la Selección argentina. Después, también ganó la Libertadores con Independiente. Todo eso y mucho más es el Bocha. “También dirigí a Marcelo Bielsa”, comenta en la charla como quien no quiere la cosa.
– ¿Se acuerda?
– En Instituto, en la década 70, la verdad, ni recuerdo cómo jugaba, pero sí que le gustaba mucho el fútbol. Yo llegaba una hora antes a los entrenamientos y él atrás mío; te preguntaba de todo. Lo que hizo ahora con el Leeds me parece sensacional. Veremos cómo le va si sigue en la Premier.
– ¿Le gusta el fútbol inglés, lo mira?
– Sí, veo mucho fútbol, los partidos viejos cuando pasan en la tele, de Racing, de Boca, todo. Siempre fui muy fanático del fútbol español y del italiano. Pero desde hace unos años la Premier League es la mejor. Es un juego abierto, salen a ganar, los hombres sobre las puntas, se mueven bien, tienen marca, me encanta. No será fácil para Bielsa, ahora parece que empezaron a moverse para comprar jugadores, ojalá siga y la vaya bien.
El periodista Gustavo Farías, desde Córdoba, confirma que la memoria de Maschio no tiene grietas. El 12 de junio de 1977 debutó como técnico de Instituto y el marcador central derecho titular era el Loco Bielsa. El Bocha es, junto con Pedro Marchetta, el único que dirigió a los cuatro grandes equipos cordobeses (Talleres, Belgrano, Racing e Instituto).
– ¿Quién era el Gordo Aníbal Díaz?
– Un tipo que se dedicaba al fútbol, sabía muchísimo y reclutaba jugadores. Fue el fundador de Arsenal de Llavallol, campeón de los torneos Evita, yo no pude jugar por la edad. Nos cuidaba y exigía. Con un viejo auto nos llevaba hasta la zona de Hudson, donde había muchos potreros, y nos hacía entrenar.
Con el Gordo Díaz, Maschio y otros futuros cracks se trasladaban en rebaño de club a club. En 1949 estaban anotados en Deportivo Huracán de San Justo y en 1950 pasaron a Estudiantes de Buenos Aires. “Jugábamos en Cuarta y Quinta División. Pero un día jugué un partido en Primera (la división era aficionados, luego Primera D), creo que contra Barracas Central, ganamos, nos dieron 20 pesos, estaba muy feliz”. Maschio recuerda aquellos pasos con nitidez, luego Arsenal de Llavallol en su primera actuación en el fútbol oficial de AFA, y en 1953 el pase a Quilmes, la consagración. “Fui goleador del equipo con el Negro Ismael Villegas, creo que 24. No salimos del torneo porque el centrodelantero de Tigre, Cándido González, un 9 grandote, metió 36”.
Humberto Maschio, uno de los inmortalizados como los Carasucias.
¡Ni un dato pifia la memoria del Bocha!
– Y usted, ¿qué tipo de centrodelantero era?
– Era un 9 lento, me tiraba bien atrás y de ahí organizaba, me movía pero era lento. Un día, jugamos contra la Selección de Italia en cancha de River, creo que ganamos 1-0 (el 24 de junio de 1956, gol de Norberto Conde), y me marcaba un stopper, un tal Bernasconi, y no me dejó tocar la pelota. En esa época era uno de los mejores jugadores de Argentina y después de ese partido, por muchos meses, pensé que no sabía jugar a la pelota. Decí que mis compañeros me apoyaban… Después, fuimos con Racing fuimos a jugar a Montevideo contra Peñarol, ganamos 4-1, hice tres goles, y me empecé a despertar. Y ya en el Sudamericano de Lima volví a mi nivel.
Humberto Maschio fue el máximo anotador del Sudamericano de Lima, junto al uruguayo Javier Ambrois. Hizo nueve goles.
– ¿Jugaban tan bien aquellos Carasucias?
– Era un equipo brillante, sin mucho rodaje. Jugamos dos o tres partidos antes de ir a Lima. Los pibes no éramos titulares (él, Antonio Angelillo y Enrique Omar Sívori), pero en un partido de práctica, creo que ante Huracán, la rompimos. Y Don Guillermo Stábile, que era callado pero muy observador, nos puso de titulares. Mirá, Sívori y Corbattita (se refiere así a Osmar Oreste) tenían una habilidad increíble, gambeteaban, hacían pases gol, pateaban al arco, dos fenómenos. Angelillo y yo éramos más simples, y Cruz, wing izquierdo, no tiraba centros: te hacía pases, a la cabeza, al pie. En el medio Pipo Rossi, corría poco, los quería a todos cerca, pero era líder. Y, bueno, el resto, Rogelio Domínguez, arquerazo, Giménez, Dellacha, Schadlein, Vairo. Ganábamos y goleamos. A Brasil le ganamos 3-0. Ese día, los peruanos hinchaban por ellos, pero nos terminaron aplaudiendo.
Maschio junto con Oreste Osmar Corbatta.
– Al regreso, los vendieron a Italia y chau Selección, ¿Se hubiese evitado el Desastre de Suecia?
– Era algo de la época. Y nosotros coincidíamos, para jugar en la Selección había que estar en el país. Lo pensábamos todos los jugadores y lo hablamos con Stábile. Sé que después los dirigentes tomaron esa decisión, la hicieron oficial y ya no nos pudieron llamar. Es difícil juzgar con el tiempo, se hizo lo que se pensaba que era correcto en este tiempo. Sí es cierto que teníamos una ventaja, que era la experiencia que habíamos adquirido jugando en Europa. Sabíamos cómo te marcaban, cómo atacarlos. Pero no sucedió.
– Y al final jugó un Mundial, en Chile 62, pero para Italia…
Sí, éramos oriundis, después de dos temporadas allí podíamos jugar en la Selección, aun habiendo jugado en otra. Nos llamaron a los tres y Angelillo disputó las Eliminatorias, pero al Mundial fuimos con Sívori. Un árbitro nos perjudicó muchísimo en el partido con Chile. Un periodista italiano había dicho algo de los chilenos, se enteraron y antes del partido no nos dejaron dormir, gritaron toda la noche frente al hotel. Después, el árbitro nos echó a dos jugadores y hubo mucha violencia. Nos ganaron 2-0 recién sobre el final. A mí el chileno Leonel Sánchez me pegó una piña sin pelota, jugué todo el partido con la nariz fracturada y también con el tobillo dislocado.
– Volvió a Racing y fue multicampeón. ¿Se imaginaba una última etapa así?
– No, yo me quería retirar en Racing. Se lo había dicho a Saccol (Santiago, ex presidente) y a Pizzuti (Juan José, el técnico). Tenía que finalizar mi contrato con la Fiorentina para poder estar aquí en marzo de 1966. El presidente no me quería dejar ir, así que pedí un dineral. Al final, acordamos que si para esa época el equipo estaba clasificado por una copa internacional, me dejaba ir. Llegué y me encontré con un equipo que llevaba 16 partidos sin perder, moldeado por Pizzuti.
Maschio en su última etapa en Racing, en 2000, en dupla técnica con Gustavo Costas.
– ¿Ahí se transformó en armador?
– Había un entrenador en Atalanta, Ferruccio Valcareggi, que dirigió a la Selección, que me decía: ‘Humberto, tu juegas bien pero eres lento, tenés que tirarte un poco más atrás, donde quieras, de 8 o de 10’. El me enseñó a conquistar el puesto. Y cuando vine a Racing, Pizzuti me preguntó en qué puesto quería jugar, le dije que me diera una función, que la iba a cumplir. Me tiró primero de once, volante ventilador, pero jugaba libre por toda la cancha, con amplias facultades, con menos marca pero usaba bien los pelotazos largos, con mucha precisión. Pizzuti era un genio, sacaba lo mejor de nosotros, Racing era un equipo ofensivo, subían todos y lo dejaban solo a Perfumo, que tenía una velocidad asombrosa, el mejor marcador central que vi.
– Medio siglo después, ¿qué piensa cuando recuerda el día que casi se cae el avión en Medellín, en marzo de 1967?
– Que tuvimos suerte (se ríe). Me acuerdo de todos los detalles, llegaron dos aviones, chiquitos, y nos fuimos al primero. Se movía un poquito pero estábamos acostumbrados. El Panadero Díaz (Rubén) quería un vaso de agua porque el médico le había dado una pastilla para que se tranquilizara y la azafata ni se levantaba. Sacaron la señal del cinturón y al rato empezó a volar todo, la azafata pegada contra el techo, a mí se me cayó en las rodillas la máquina de escribir del periodista El Veco de El Gráfico, nos matábamos, Pizzuti dijo ‘chau’. Una cosa impresionante. Después, el comandante nos contó que había agarrado un pozo de aire y de milagro no llegamos al suelo, y enseguida se encontró con una montaña y tuvo que inclinar de golpe la máquina, fue un giro tremendo. Luego, las mujeres del grupo que viajaron con nosotros empezaron a cantar, ‘y ya lo vé y ya lo vé, es el equipo de José’, y nos decían que como nos habíamos salvado, íbamos a ser campeones. Y fuimos campeones.
-Se retiró y el primer trabajito que consiguió fue técnico de la Selección, ¿cómo fue eso?
– A mitad de año le dije a Pizzuti que dejaba el fútbol, y Armando Ramos Ruiz, que había sido presidente de Racing y estaba como interventor en AFA, me dijo que iba a ser el técnico de la Selección. ¡Pero no tenía experiencia! Entonces, empecé a trabajar con José María Minella, que era el técnico del seleccionado. Lo escuchaba, lo miraba, era un hombre fantástico, buena persona y muy inteligente. El 29 de diciembre de 1968 me retiré, perdimos 4-2 con Vélez, que ese día fue campeón, y el 5 o 6 de enero asumí como técnico de la Selección. Dirigí pocos partidos pero no perdimos nunca (una victoria y tres empates) y jugamos partidos en Rosario y en La Plata, algo que impuso Ramos Ruiz y que no se estilaba. Pero la gente tiraba la bronca y era muy discutido por ser muy joven. Así que antes de las Eliminatorias me echaron y lo llamaron a Adolfo Pedernera, que tuvo poco tiempo para trabajar y nos quedamos afuera del Mundial 70. Era parte de la desorganización que reinaba en esa época.
– Es una gloria de Racing, pero también tiene un palco a su nombre en Independiente…
– Sí, porque gané la Libertadores del 73, lo comparto con Pipo Ferreiro y Pedro Dellacha. Siempre comentamos con amigos que antes nadie te decía nada. Por ejemplo, jugábamos contra Independiente de visitante, almorzábamos en Racing y nos íbamos caminando a la cancha, con hinchas alrededor y todo era muy tranquilo, había otro tipo de expectativas y menos plata en juego.
– Chau, Bocha, un placer.
-Gracias pibe por la nota y estos recuerdos. ¿Cuándo sale?
FK
Fuente: Oscar Barnade – Clarín.com – Deportes – Fotos: Clarín.com – Deportes
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