Habrá que concluir que todo funciona igual. El hastío colectivo y la presión económica imponen la hoja de ruta. Y ya no se trata de discutirlo, porque esas razones son poderosas. Pero convendría articular un discurso noble, sincero. Auténtico, porque habían advertido que los entrenamientos iban a ser autorizados en función de la evolución de la curva de contagios. ¿Llegó el alivio? No. Pero llegó el permiso. Entonces la salud nunca fue la prioridad y acaba de quedar al descubierto. Se podrían haber ahorrado sermones y recomendaciones: la flexibilización aparece en el momento de mayor peligro.
¿Por qué ahora sí los clubes pueden entrenarse y hace algunas semanas no, si el escenario sólo ganó oscuridad? ¿Acaso el AMBA ingresó en Fase 4, como había puesto como condición Claudio Tapia para que volvieran las prácticas? Tampoco. Y aquel anuncio ocurrió el 16 de junio, un martes que se cerró con 878 muertos y 34.159 infectados en el país, en cifras totales. Ahora se cuentan más de 213 mil contagios y casi 4000 fallecidos…, las cifras se dispararon. Anoche hubo récords. Difícil hacer una defensa sin alimentar sospechas. Conmebol impuso reglas y arrastró hasta al Gobierno nacional. «Porque en Europa…», dirán. Vamos, que no valen las comparaciones: ni el desarrollo del coronavirus es el mismo -en América del Sur se encuentra el epicentro, hoy- ni la rigurosidad del protocolo es igual. Aquí ni se sabe ni quién pagará los tests.
¿Y las 70 mil familias que viven del automovilismo tendrán que seguir esperando para encender su esperanza? Y eso que los autos no se enferman y los pilotos pueden manejar solos. Tenis para aficionado no, y golf mucho menos. Dos deportes sin contacto y a distancia, no. ¿Cuál ha sido el criterio, entonces? Como un efecto cascada, a partir de los próximos días caerán las habilitaciones para los diferentes deportes. Sí, todas las disciplinas se habían convertido en rehenes del fútbol.
Cuando la amenaza del Covid-19 asomaba en el horizonte, se resolvió la suspensión. Cuando los pronósticos no anuncian que la tormenta vaya a disiparse, aparecen los permisos. El encierro, las presiones, los calendarios, los derechos de TV… Todo es cierto y comprensible. El problema fueron las explicaciones. Dilaciones que esgrimían alertas de contagiosidad. «Tenemos que ser muy cuidadosos, pero muy cuidadosos. El fútbol es un negocio porque mueve dinero, la televisión, todo eso lo entiendo. Pero hay que ponerse en la cabeza y el cuerpo del jugador que tiene que volver a su casa y vivir con sus padres con esos miedos encima», subrayaba el presidente Alberto Fernández hace… seis días. Seis.
Sobran las contradicciones, que nuevamente alientan la desconfianza. Por supuesto que era insostenible que se pudiese correr por un parque sin protocolos y no pudieran entrenarse los profesionales en grupos de a seis, en horarios escalonados y en canchas diferentes. Pero las explicaciones siempre resultarán inconsistentes mientras renieguen de la verdad.