Ander Olcoz nació en Navarra, España, tiene 17 años y es campeón en gimnasia artística, un deporte que en su país estuvo vedado a los hombres hasta el año pasado. Así lo contó: “Pedías una explicación sobre por qué no podías competir, y tampoco te la daban. No es lo más agradable y al final te acostumbras, pero nadie debería tener que pasar por esto”. Esta situación vivida por un hombre es la misma que a lo largo de la historia han sufrido miles y miles de mujeres en varios deportes, topándose con un muro gigante que les bloqueó el paso y el deseo. El rugby es uno de ellos. Recién en el nuevo milenio, mezcla de la fuerza de los movimientos femeninos y también de las exigencias del Comité Olímpico Internacional (COI) para regresar a los Juegos Olímpicos, las mujeres empezaron a encontrar lugar y aceptación en un juego que durante más de un siglo lo disputaron únicamente los hombres.
En el plano internacional, las mujeres tienen por delante dos acontecimientos de gran visibilidad: los Juegos de Tokio en agosto próximo y la Copa del Mundo en Nueva Zelanda, que debía realizarse este año y se postergó para 2022 a raíz de la pandemia. El seleccionado argentino, aún con escaso rodaje en el alto nivel, está entrenándose para el Preolímpico que se desarrollará en Mónaco el 19 y 20 de junio. Participarán 12 países y sólo habrá boleto para dos.
¿Pero en qué estado se encuentra el rugby femenino en la Argentina? En la última década hubo un crecimiento sostenido de jugadoras (hay 6000 fichadas, pero se estima que esa cifra será menor cuando se vuelva a jugar tras la pandemia) y también hubo desarrollo e inversión en las estructuras de formación y dirigencia. Aunque ya esté instalado, es un camino largo y sinuoso el que deberá recorrer.
Casi todas las mujeres que están involucradas en el rugby argentino no lo jugaron desde chicas. Muchas tampoco vienen de familias de rugbiers ni pertenecieron a clubes de rugby. Han entrado en los finales de la adolescencia y, en numerosos casos, viniendo de otros deportes. Se insertaron, con pasión y coraje, en un mundo desconocido para ellas. Abrieron las puertas, pero lo que está en construcción reciente es el necesario recorrido de abajo hacia arriba: insertar el rugby en las infantiles.
Ya se empezó a generar el hábito de mezclar a chicas y chicos en entrenamientos y partidos. Es también una forma de combatir la discriminación, de acentuar el respeto, pero para las mujeres significa además un paso esencial para ir formando su cultura rugbística. Será de a pasitos, ya que al menos en la Argentina en varios clubes existe una especie de ley no escrita: el hombre va al rugby y la mujer, al hockey. Llevará tiempo romper esa lógica.
Sabrina Amato, madre de 3 hijos, bonaerense de Moreno pero viviendo desde hace 10 años en Córdoba, nunca tuvo relación con el rugby y sin embargo fue la primera mujer en formar parte del consejo directivo de una Unión provincial. Se desdobla en múltiples tareas –además es columnista del medio Rugby Champagne–, pero su gran objetivo es combatir la discriminación y la violencia, un costado importante y en el que trabaja gran parte del rugby argentino. “A veces vivimos situaciones desagradables, es parte del proceso, pero no habrá crecimiento si no empezamos a eliminarlas”, confiesa.
Si bien el femenino tiene algunos más años de historia y de competencia en los países anglosajones poderosos en el rugby, está muy lejos de los privilegios de los hombres. El último fin de semana se jugó por primera vez el Súper Rugby femenino en Nueva Zelanda con el partido entre Chiefs y Blues. Chelsea Alley, la mejor jugadora de 2020, se mostró feliz con el hecho histórico, pero remarcó que al otro día tuvo que ir a sus tres trabajos para poder mantenerse. Un jugador del Súper Rugby cobra un promedio de 130.000 dólares al año. Una mujer, nada.
Fuente:Jorge Búsico PARA LA NACION – Fotos: UAR – LA NACION