El quinteto Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau sólo jugó 22 partidos, cuatro de ellos amistosos, y sin embargo se ganó un lugar de culto entre los mejores equipos de la historia del fútbol. En crisis, se despidió un 17 de noviembre de 1946.
Al fondo de la planta baja del Museo River, contiguo al estadio Monumental, una locomotora a vapor simboliza a La Máquina, aquella mítica, parrandera, misteriosa y atemporal delantera que hoy, hace 75 años, jugó por última vez y sin embargo se quedó para siempre. Custodiado por un mural de sus cinco integrantes, Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Ángel Labruna y Félix Loustau -unos John, Paul, George y Ringo en rojo y blanco-, el vagón construido por el ingeniero Carlos Sollini atraviesa una pared del Museo y avanza sobre rieles, una metáfora de cómo aquel River rompió estereotipos del juego y se adelantó en el tiempo.
Las referencias al quinteto son múltiples, desde las argentinas y anecdóticas, como que la confitería de River se llama La Máquina, hasta las internacionales y prestigiosas, como que Pep Guardiola citó el antecedente de Pedernera en la década del 40 tras haber ubicado a Lionel Messi de falso 9 en su inolvidable Barcelona. Si el ciclo de Marcelo Gallardo, ya en el siglo XXI, le dio al club la reivindicación internacional que le faltaba en títulos -y marcó un hito sin precedentes en el superclásico-, el River que más influyó e inspiró en la historia del fútbol fue aquella Máquina, la que provocó una revolución más allá del continente. Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau distorsionaron el tiempo: juntos jugaron muy poco, 22 partidos entre 1942 y 1946 (18 oficiales y cuatro amistosos), pero son eternos.
La última función de una delantera más mencionada que desmenuzada fue el 17 de noviembre de 1946, hoy hace tres cuartos de siglo, un 2-2 con sabor agrio contra Huracán. Suena a chiste, pero aquel River estaba en crisis: había perdido los tres partidos anteriores -uno frente a Boca- y se encaminaba a terminar tercero en el campeonato, la posición más baja desde 1940. El eje del equipo, Pedernera, entró en conflicto con la dirigencia, ya no jugaría más en el club y, sin él, se apagaría la luz y se cerraría el telón del mítico quinteto.
En realidad, más que una delantera, La Máquina fue una concepción de juego. Pedernera era su arquitecto. Su reemplazante al año siguiente sería nada menos que Alfredo Di Stéfano, uno de los mejores futbolistas del siglo XX, futuro multicampeón europeo con el Real Madrid, e incluso River volvería a salir campeón en 1947, pero ya no era La Máquina ni lo volvería a ser.
A diferencia de su disolución -un día como hoy-, es difícil precisar el momento exacto en que nació una delantera que sería recitada como un mantra por generaciones de argentinos y extranjeros: La Máquina fue la consecuencia final de diferentes procesos y apelativos populares que un día comenzaron a orbitar en simultáneo alrededor del sol fútbol. El germen inicial del apodo más famoso apareció en 1938, cuando la revista El Gráfico publicó “la máquina de jugar al fútbol está fuera de punto” en medio de un par de fechas sin triunfos de River. Era un gran equipo, pero uno diferente, que venía de salir campeón en 1937, que en ese 1938 terminaría segundo y que ya tenía a dos de los futuros cinco integrantes de La Máquina, Moreno y Pedernera.
La siguiente y decisiva referencia a una locomotora aparecería tres años después, al día siguiente del 19 de octubre de 1941, cuando River le ganó 5-1 a Boca -la mayor diferencia en el superclásico, que pudo haber sido mayor si el visitante no descontaba en el último minuto-, y el periodista José Gabriel publicó en el diario Crítica que “Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Deambrosi se parecieron a una maquinita”. A falta del debut de Loustau, ya estaban cuatro de los cinco integrantes pero para muchos de los expertos, en retrospectiva, ya se trataba de La Máquina.
River salió campeón de ese 1941 y el mote de maquinita se popularizó entre los hinchas, al punto que uno de sus simpatizantes, de nombre Regard, se lo mencionaría al periodista Borocotó, de El Gráfico, a la salida de un 6-2 contra Chacarita del 7 de junio de la temporada siguiente, 1942: “¿Qué te pareció la maquinita?”. El cronista llevaría esa pregunta al título de la nota, que entraría en la posterioridad: “Como una máquina jugó el puntero”. El apelativo quedaría para siempre pero pocos precisan que en ese partido tampoco jugó el quinteto más famoso sino, como ya había ocurrido contra Boca el año anterior, el wing izquierdo fue Aristóbulo Deambrosi, no Lousteau, el último hombre en sumarse a la delantera.
Si Buenos Aires reconoce dos fundaciones, La Máquina tuvo varias más, acorde a su halo misterioso, de pequeñas explosiones hasta la llegada del Big Bang del fútbol. La primera vez oficial en que jugaron juntos Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau sería tres semanas más tarde, el 28 de junio de 1942, 1-0 ante Platense en el Monumental. Pero en realidad, el quinteto más famoso ya había debutado a fines de febrero de ese año en un amistoso ante la selección de Bahía Blanca, en la cancha de Olimpo. Casi todos surgidos y moldeados en las divisiones inferiores de River, Moreno, Pedernera y Deambrosi habían debutado en la Primera en 1935, Labruna en 1939, Muñoz llegó de Dock Sud en 1941 y Loustau fue el último en sumarse, en 1942.
Pero, en lo conceptual -porque La Máquina era eso, un sello, una marca-, los historiadores en el tema señalan que la verdadera fecha de origen de La Máquina había sido un mes antes del 5 a 1 Boca del año anterior, el 21 de septiembre de 1941, en un 4-0 contra Independiente. Lo que ocurrió ese día fue que Pedernera dejó de jugar de wing izquierdo y pasó al centro de la delantera, no como un 9 rematador de jugadas sino más retrasado, uno creador y armador. Esa sería, en definitiva, la revolución de La Máquina. Aquel domingo River formó por primera vez en ataque con Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Deambrosi. A la fecha siguiente River repitió formación, volvió a ganar 4-0, esta vez ante Lanús, y siguió su camino hacia el título. Aunque el quinteto original sólo se reuniría desde 1942, La Máquina ya había nacido el año anterior.
El técnico era Renato Cesarini pero la idea de retrasar a Pedernera le correspondió a Carlos Peucelle, el hombre que había llegado al club diez años atrás y que en aquel 1941 estaba en la transición de sus últimos meses como jugador al rol que pasaría a cumplir desde 1942, una especie de ayudante de campo del entrenador. Consultado muchos años después, en 1967, si la idea había sido de Cesarini o Peucelle, Pedernera (entonces un prestigioso técnico, llamado “El Maestro”), respondería: “Para mí el que la formó fue Peucelle. Él intervino para que de la punta me pasen adentro. Peucelle fue técnico aún siendo jugador”.
Pero el ideólogo siempre se mostró reacio a los elogios. Cuando le preguntaban si había sido el creador de La Máquina, solía responder: “Yo no hice nada, la hizo Doña Rosa, la mamá de Pedernera. Unos entran y otros salen, todos suben y todos bajan. Eso no lo produjo ningún director técnico. Lo produjeron los jugadores”. Peucelle tenía tanta alergia a los tacticismos que sostenía que la sigla DT, en vez de hacer referencia a Director Técnico, decía “Decí Tarado”.
El mítico periodista Dante Panzeri, en el libro “Fútbol todo tiempo (e historia de La Máquina)”, una especie de biografía de Peucelle, es muy crítico de Cesarini. “Los delegados de las inferiores le decían a Renato ‘ponelo a Pedernera, que con Adolfo juegan todos’. A Cesarini le decían ‘lagañoso’ porque tenía lagañas en los ojos, no veía”.
Deambrosi perdería lugar tras la aparición de Loustau, también recomendada por Peucelle, y quedaría en la historia como una especie de quinto Stone. La segunda convención oficial entre Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau recién sería al año siguiente de su debut, el 9 de mayo de 1943, 3-1 ante Atlanta. Poco antes, el 11 de abril, el quinteto también se había reunido para zapar en un amistoso ante Vélez que inauguró su actual cancha, el futuro Amalfitani. En el resto de 1943, los cinco más famosos jugaron juntos seis partidos más, otro amistoso (ante Peñarol, el 25 de mayo, en los festejos de la fundación del club), y cinco oficiales, ante Ferro, Racing, Central y Chacarita.
El desglose se completa con otros siete partidos en 1944 (seis por el campeonato, contra Independiente, Racing, Ferro, Chacarita, Vélez y San Lorenzo, y uno amistoso en Córdoba ante un combinado Talleres-Belgrano) y, tras un impasse en 1945 por la venta de Moreno a México, los últimos cinco en 1946, frente a Chacarita, Estudiantes, Ferro, Lanús y el final ante Huracán. Aquel River era más romántico que invencible: tras la vuelta olímpica de 1941, River volvió a salir campeón en 1942 y 1945 pero fue subcampeón de Boca en 1943 y 1944. Y tampoco convertía tantos goles, al menos no demasiados por encima de lo normal para la época: 38 en los 18 oficiales de su quinteto más famoso.
¿Por qué, entonces, se hizo leyenda? Según el libro “La Pirámide Invertida”, del periodista inglés Jonathan Wilson, “La Máquina se convirtió en el ejemplo más armado de ‘La Nuestra’: armonía, riqueza, técnica, plasticidad”. Panzeri habló en 1974, pleno fervor del Fútbol Total de la Holanda de Johan Cruyff, del “mal llamado juego holandés: lo había hecho River desde 1941 a 1946”. Peucelle coincidió a mediados de los 70: “Era un fútbol con relevos. La que practicó Holanda en el Mundial del 74 lo hicimos en River. Pedernera hacía jugar a todos. Labruna, en cambio, no era productor para los demás. Era el definidor del trabajo de los otros”. Un tango de la época, de Juan Pablo Bonora, hacía referencia a esos relevos: “Trocan puestos otra vez, unos entran y otros salen, y a la defensa rival, dale que dale”. Consultado a comienzos de este siglo por aquel River fue tan innovador, Di Stéfano -el reemplazante de Pedernera en 1947- dijo: “Moreno bajaba, Pedernera bajaba, Loustau bajaba. Bajaban todos menos Labruna, que se quedaba un poco más arriba. Cruyff hacía lo mismo. Se tiraba atrás y no sabías si era un once, un siete o un diez”.
Esa desorganización organizada llevaría a La Máquina a un lugar de culto, acaso solo compartido en las décadas siguientes por otros grandes equipos y selecciones, como el Honved y las magiares mágicos de Hungría entre 1949 y 1955, el Real Madrid de Di Stéfano entre 1956 y 1960, el Santos de Pelé entre 1955 y 1964, el Brasil del 70, el Ajax de Cruyff de 1969 a 1973, la ya citada Naranja Mecánica del Mundial 74, el Milan de Arrigo Sacchi entre 1988 y 1990 y el Barcelona de Guardiola de 2008 a 2012.
Al aura de La Máquina, además, lo rodeaba un mito de juerga, de jugadores que salían de noche. Di Stéfano respondió en 2008 en El País: “Salían el día que tocaba salir. No es que jugaban bien porque iban al cabaret. Tampoco se tomaban una botella de whisky cada uno. A los cabarets se iba a bailar. No eran como los cabarets franceses. En Buenos Aires, la gente iba a ver las orquestas. El argentino es un bohemio diferente. No es el clásico que va al cabaret a buscar minas. El argentino va a lucirse, por la pinta”.
Tras la última función de Pedernera en River, hoy hace 75 años, se acabó La Máquina pero su reproducción comenzaría al año siguiente. Según contó Di Stéfano, “se lastimó el delantero centro y Peucelle me dijo: ‘Usted tiene que tirarse atrás. ¿No vio jugar a Pedernera? Bueno, ahí’. Fuimos a la cancha de Atlanta y ganamos 7-0. ¡Partidazo! Y yo jugando de centro-forward a lo Pedernera. ¡Ni un gol hice! Estaba amargado y me fui al vestuario. Vino Peucelle y me dijo: ‘¡Bien, Alfredo, así se juega!’. Y yo: ‘¿Así se juega? ¡Si no hice ni un gol!’”.
Pero si Di Stéfano rompería estereotipos en el fútbol español y europeo sería porque, entre otras habilidades, se mostraría como un jugador de toda la cancha, no como un delantero estacionado en su puesto. Las semillas de La Máquina, aun lejos de River, serían inmortales.