Fue un ajustado 1-0 con un gol, también desde los 12 pasos, de Marcos Rojo.

Un penal. Nada más. Nada menos. Lo condenó en la Copa Libertadores. Le dio el triunfo ante Talleres. No lo hizo Darío Benedetto, que volvió a fallar en el arco maldito. Lo definió Marcos Rojo en una noche de cabildo abierto en la Bombonera. El hincha celebró moderadamente. Para los jugadores, fue un desahogo después de tres derrotas consecutivas en el campeonato y, sobre todo, esa pobre imagen que habían mostrado en el Nuevo Gasómetro.

Eso sí, Boca volvió a jugar mal, peor que en el ciclo de Sebastián Battaglia. Mejoró cuando ingresó Exequiel Zeballos. Pero no dejó de ser un espasmo individual. Y cuando parecía que la noche terminaba en cero ante tanta negligencia ofensiva, Rafa Pérez redondeó una actuación para la papelera de reciclaje y bajó a Benedetto. El capitán, que un rato antes tendría que haber sido expulsado pero se encontró con la omisión de Pablo Dóvalo y el VAR, canjeó por gol. El árbitro tuvo una tarea muy mala y tuvo que recurrir a la tecnología para cobrar la infracción del colombiano, que terminó expulsado.

El final del primer tiempo fue todo un testimonio del momento de Boca. Mientras la percusión de La Doce continuaba sonando, el resto mascullaba bronca. No hubo aplausos, claro. Tampoco, silbidos. En definitiva, un reflejo de lo que devolvió el equipo sobre el césped de la Bombonera. Esta vez, no hubo reproches en cuanto a la actitud de los jugadores, pero el funcionamiento fue híbrido, sin conexión, con alguna guapeada, pero sin situaciones de gol frente al arco de Guido Herrera.

Con la excepción del penal, claro. Otra vez, frente a ese arco que parece maldito, se paró Benedetto. ¿Terquedad, necesidad de revancha personal, egoísmo? Cuántas preguntas sobrevolaban el estadio cuando el goleador reventó el travesaño. Fue el tercer disparo fallado desde los once metros. Dos de ellos derivaron en la eliminación de la Libertadores, esa obsesión azul y oro. Y a partir de ese momento crucial, Boca se pinchó.

La única vía de ataque parecía algún lanzamiento de Oscar Romero, muy lejos del área rival. Así provocó el penal, con un envío largo del paraguayo que buscó Benedetto y terminó pegando en la mano de Rafa Pérez. Deliberada o no, fue un acierto de Pablo Dóvalo. Pipa, dicho está, volvió a fallar.

No hubo conexión en la mitad de la cancha. Boca hacía circular la pelota, juntaba algunos pases, a veces hasta se cerraba Sebastián Villa, pero no explotaba en los metros finales de la cancha. Luis Advíncula se proyectaba sin peligro, Benedetto estaba aislado y con el penal aguijoneando en su cabeza, Villa desequilibraba, Juan Ramírez estaba apagado y Talleres comenzaba a crecer.

Caixinha es portugués y el estilo de los cordobeses tiene un toque europeo. Fue un equipo bien compacto, que se paró lejos de Herrera, achicó espacios y fue encima de los receptores. Cerca del final del primer tiempo empezó a manejar mejor la pelota a partir de Matías Godoy, juvenil de 20 años, encarador por el centro y agresivo en el pase a los costados. Lo aprovecharon poco Diego Valoyes por la derecha y Enzo Díaz, que trepó poco por la izquierda. Casi no inquietó a Boca, más allá de aproximaciones. En este contexto, Federico Girotti pivoteó, pero no pesó en el área de Agustín Rossi.

En el segundo tiempo, el partido tuvo el mismo tenor. Los hinchas alentaban, empujaban, pero ya empezaban a pedir “huevos”. Combinaron Advíncula y Ramírez, pero Benedetto estaba en una noche fatal. Entonces, entró Zeballos. Y el partido se jugó cada vez más en campo de Talleres. Hubo un córner de Romero que Advíncula, abajo del arco, cabeceó desviado.

No se entendió el cambio de Godoy, que estaba manejando el medio con Rodrigo Villagra. Buscó mayor velocidad en la contra con Pizzini, pero Talleres no le hizo cosquillas a Boca. Parece increíble que se haya clasificado a los cuartos de final con una campaña tan lamentable en el ámbito doméstico. Y llegó el penal. Y el gol. Y un tibio reconocimiento en el final. A fin de cuentas, lo único que sirve es ganar. El futuro, de todos modos, no se ve prometedor.

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