El conjunto que dirige Javier Sanguinetti se impuso sobre el León, en su casa, por 2 a 0 y sigue en la cúspide; qué tiene, qué le falta, para apuntar a lo grande.
Rosario es una auténtica revolución. Más allá del factor social (casi siempre convulsionada, siempre bonita), el fútbol late en cada rincón de la ciudad. Ahora, hay dos razones extraordinarias. Por un lado, Carlos Tevez asumió la conducción de Rosario Central, un grande de capa caída. Perdió en su presentación por 1 a 0 contra Gimnasia, en Arroyito, pero mostró destellos que invitan a la esperanza. No es mucho: tampoco poco. En el otro rincón de la ciudad, gobierna Newell’s. Y cuando se afirma este concepto, es literal: el equipo leproso es el líder de la Liga Profesional. Se impuso por 2 a 0 sobre Estudiantes, en La Plata, con otra demostración de personalidad, contundencia y estirpe guerrera.
El equipo que conduce Javier Sanguinetti tiene poco, verdaderamente. Un conjunto de jóvenes promesas (Ramiro Sordo, de 21, el estandarte), fuerza del extranjero con prepotencia (el colombiano Willer Ditta, una fiera) y algunos nombres propios como Lema y Vangioni, mientras espera la evolución de Pablo Pérez. Es un equipo.
Que explota sus virtudes con una fuerza arrolladora: primero, se defiende con uñas y dientes, como si de eso se tratara la vida. Luego, explota el concepto antiguo, el que inmortalizó el Bambino Veira en el River del ‘86 que ganó todo. El contragolpe ofensivo. Cada vez que amaga, avanza y pone tercera, cuarta, es imparable, Sobre todo, es vértigo puro por los costados.
El rival, enorme, anda de capa caída. Es un llamado de atención para el Ruso Zielinski, más inquieto por los refuerzos que por transformar a un equipo que se apagó con el transcurrir del tiempo. Perdió con Independiente, perdió con Newell’s. Y se viene la Copa Libertadores, un torneo en el que suele explotar todas sus emociones, de hoy y de siempre. No le sale, ahora mismo, ni el laboratorio. La pelota parada parece una enemiga. Y Mauro Boselli, allí lejos, en el ataque, juega al solitario, de espaldas a la realidad.
Sólo sufrió un gol en cinco fechas. Todo un símbolo. Le falta juego, lógicamente. La salida de Nicolás Castro abrió un vacío. Sin embargo, el talentoso volante es reemplazado por el conjunto. Una bonita imagen es la del primer tanto: se abrazaron todos. Los que juegan, los que no… tanto.
El 1-0 fue una de billar. De primera, con dos piques imperceptibles, imposible para Andújar. Lo hizo Ramiro Sordo, aunque la construcción fue colectiva, como casi todo en Newell’s. El 2-0 fue otra obra grupal, que acaba con un remate cruzado de Juan Garro, un delantero que hace tiempo que dejó de ser una promesa. Recuperó el valor anímico. Javier Sanguinetti sabe potenciar las estructuras. Con poco, logra mucho, como en su primera versión en Banfield.
Lo mejor del partido
Leonel Vangioni cuenta algunos de los secretos del líder: “Las claves de este equipo son el orden, las ganas, el sacrificio”. Ahora tiene menos recursos. Pero convirtió a Newell’s en una referencia colectiva, sin un nombre propio como estandarte, a diferencia de Central, hoy encomendado en las manos de un ídolo de la Ribera.