Con la mejor tarea en el campeonato, superó a Colón por 3 a 0, pero la diferencia debió ser mayor; fundamentos de su proyección y las posibles bajas que debilitarían su estructura en el futuro.
l campeonato es una invitación. Festiva, democrática, para todos los que se animen: los que son capaces de hilvanar un par de buenos resultados, pueden ser punteros. Convivir en las alturas. Del mismo modo, castiga a los que agachan la cabeza durante un par de capítulos: de pronto, se pueden instalar más allá de la mitad de la tabla.
Atractivo y errático, apasionante y deslucido, todos los parámetros le calzan a la perfección al Torneo 2021, mientras transcurre su noveno capítulo, con la atención exclusiva, ya que los gigantes y los diminutos, todos ellos, quedaron a un costado del camino de las competencias internacionales. También, Independiente, que en su casa recuperó la huella de su viejo espíritu. Pintó un cuadro con dosis de su paladar. El triunfo por 3 a 0 sobre Colón lo lleva a las alturas, en soledad, al menos por unas horas.
Demostró, al fin, que el cartel de candidato puede rodear su figura, no parece algo descabellado. Es un equipo que crece y se encoge, se agiganta y se desvanece, es verdad. Pero cuando encuentra la partitura exacta entre solidez y desparpajo, parece cosa seria.
Lo mejor del partido
El conjunto que dirige Julio Falcioni, con intérpretes de relativa jerarquía y promesas que deben saltear etapas, está en el núcleo de los de arriba, en donde están acurrucados ocho equipos con una distancia de cinco puntos. Entre ellos, también está Colón, el último campeón, el rival de anoche de Independiente. Ser puntero o caer al octavo escalón depende de un resultado, como mucho dos.
Independiente lo sabe. Juega de ese modo. A veces, convencido, representa los parámetros de un conjunto serio, estructurado, con la dosis justa de audacia para confirmar la teoría de que, para salir campeón, hay que atacar y, en consecuencia, ganar. A veces, se le nublan las ideas y le convierten dos tantos en dos minutos en el final de un encuentro, como contra Atlético, en Tucumán. Y apenas había sufrido esa cantidad en todo el trayecto previo.
Tiene seguridad en Sosa, futuro en Barreto, equilibrio en Soñora, gambeta en Velasco, gol en Romero. Tiene una estructura sólida, firme. Sin embargo, no le sobra nada, capaz de imponerse de a ratos, como flaquear en la misma proporción. Allí es cuando trastabilla en un terreno resbaladizo, el mismo que imponía presencia un tiempo antes. No es un problema exclusivo de Independiente: le pasa a la gran mayoría. Pero el Rojo está desesperado por conseguir un título local, lo exige su historia. Pasó demasiado tiempo desde aquel equipo del Tolo Gallego, de Rolfi Montenegro y Pocho Insúa. Era otro el mundo, Independiente era un festín. Cómo olvidarlo…
El encuentro tuvo ritmo, intensidad, buenas intenciones. Fue un espectáculo ideal para un sábado a la noche, en tiempos de cuarentena: perfecto para disfrutarlo desde un sillón. Independiente atacó con la desesperación de lo que quieren ser protagonistas de su destino, con las intermitencias de Roa, Velasco y Palacios, apoyado en Soñora, un mediocampista con la doble destreza de la marca y la audacia. Alan abrió el marcador, de derecha, su pierna menos hábil, luego de una muy buena jugada colectiva, con un pelotazo que sorprendió a Burián.
Al rato, Mura fue expulsado, por ser último hombre, por una infracción a Palacios. El tiro libre lo resolvió con un zurdazo Soñora, una joya de autor. Colón podía haber abierto el marcador, pero Sosa le tapó el grito a Bernardi. El tucumano, a punto de emigrar a Grecia, fue determinante, antes y después, más allá de que frente al arco cierra los ojos.
Fue el mejor primer tiempo del Rojo en el torneo, minimizó a un noble adversario. Y con la doble ventaja de su lado –dos goles y un jugador más–, se sintió pleno para disponer del show del contraataque, convencido de que la necesidad se centraba del otro lado del mostrador.
Sin Pulga Rodríguez, Colón es un equipo que promete, pero no lastima, atrapa por su nostalgia. Tiene buenos intérpretes, como Garcés, Bernardi, como el pibe Farías. Pero le falta esa cuota de malicia para derribar el muro. Patea poco y mal al arco rival, le falta potencia.
En el prólogo de la segunda mitad, Roa definió con clase –y en posición adelantada, no advertida– el triunfo del Rojo. Necesitaba ese grito el colombiano que, al igual que Palacios y Velasco, se citan entre gambetas y asistencias y en la siguiente acción se les bajan las medias. Contra el conjunto santafecino se iluminaron, se complementaron, como nunca antes.
Tuvo huellas Independiente de lo mejor de su historia. Hacía mucho que no ganaba y gustaba en la misma sintonía. Habrá que ver qué pasará con Palacios, si Bustos no se marcha también. En el mientras tanto, se permite una sonrisa. Grande, enorme, como su leyenda.