Sin reacción. Sin inspiraciones individuales. Sin funcionamiento colectivo. Sin ese característico espíritu competitivo. Y con reiterados errores más que inoportunos en momentos cúlmines. Combo fatal. River no logró levantarse cuando más lo necesitaba. Los tres cachetazos de Palmeiras todavía le duelen. Lo dejaron golpeado, aturdido y desconcertado. Lo alejaron de su camino. Tal como el martes pasado, este sábado se lo vio sin rumbo como para dar la talla en un partido de tanta expectativa. Independiente lo aprovechó, golpeó dos veces y se llevó un triunfo que le impidió a su rival alcanzar la final de la Copa Diego Maradona. Para colmo de males, el que se clasificó es Boca.
River puede quedarse sin nada en cuatro días. Eliminado en el ámbito local y al borde del abismo en la Copa Libertadores tras el 0-3 en la ida de la semifinal, el panorama se le oscureció. Después de perder apenas dos veces a lo largo de todo 2020, cayó en dos de sus tres primeros compromisos de 2021. Aunque en el superclásico fue superior en La Bombonera, el 2-2 lo dejó groggy. Las últimas dos noches expusieron a un equipo apático e impreciso, alejado del buen fútbol y las variantes positivas que había mostrado desde el regreso, ocurrido en septiembre.
Quizás en eso radica el foco para el equipo de Marcelo Gallardo, un DT que siempre puso el ojo en las formas para alcanzar un objetivo. Si hay diferentes maneras de perder, la de este sábado no es una de ésas que no dan lugar a recriminaciones. Más bien, lo contrario: requiere una fuerte autocrítica. Desde aquella fatídica semana ubicada entre octubre y noviembre de 2017 (0-4 contra Talleres, 2-4 frente a Lanús y 1-2 a manos de Boca) no se veía una versión tan perdida de River. Como si padeciese un déjà vu, falló en una instancia decisiva. Afloraron los recuerdos de la caída ante Flamengo en la final de la Libertadores de 2019 y el desenlace de la Superliga 2019/20, que se llevó Boca.
Gallardo repitió cinco futbolistas que fueron titulares en la semifinal de la Copa (Franco Armani, Robert Rojas, Milton Casco, Rafael Borré y Jorge Carrascal, que no podrá actuar en San Pablo por haber sido expulsado el martes) y preservó cargas físicas con miras cara al juego en Brasil (luego entraron Nicolás De La Cruz, Matías Suárez y Gonzalo Montiel). Pero nada funcionó: no hubo dinámica, conexión ni potencia y sobraron errores. River empujó y pudo descontar, pero el tiempo lo persiguió y la fortuna no lo ayudó.
Independiente, con director técnico interino (Fernando Berón) en un presente problemático, expuso todas las falencias de River y mostró que tiene en Alan Velasco una joya de 18 años: el juvenil fue la figura del partido a puro desequilibrio y marcó los dos goles (el segundo, con complicidad de Armani).
River debía exhibir que estaba en condiciones de masticar la bronca y transformarla en un alimento positivo que le permitiera confiar en esa «épica» que Gallardo impulsó en su discurso. Pero la realidad volvió a propinarle un baldazo helado. De esos que duelen. Y el equipo quedó más golpeado que nunca, como para viajar a Brasil con una ilusión afianzada únicamente en el pasado. El presente no lo empuja.