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De las aguas abiertas al Salón de la Fama: Gabriel Chaillou nadó hasta el Olimpo

Hay reconocimientos que acarician el alma. Muchas veces inesperados, alegran el corazón y hacen rebobinar y repasar todo el camino recorrido. Eso sucedió con Gabriel Chaillou, nadador argentino de aguas abiertas. «Siempre son lindas estas distinciones. Ya sabía que la anunciarían, pero cuando llega es emocionante», aludió, en un diálogo para LA NACION, a su ingreso al Salón de la Fama de la Federación Internacional de Natación (FINA).

Su historia acuática comenzó en Buenos Aires dentro de una pileta, de pequeño. Chaillou llegó a competir en varias ocasiones en la selección nacional. Primero, fue campeón argentino en 200 y 400 metros libre y campeón sudamericano en posta 4 x 200 metros. Participó en 200 metros en los Juegos Panamericanos La Habana 1991 y Mar del Plata 1995, y después de estos últimos, a sus 26 años, llegó el momento bisagra en su carrera, cuando le propusieron intervenir en una posta de 100 kilómetros y conoció las aguas abiertas, a las que nunca abandonó. Ya en esa especialidad, obtuvo las medallas de bronce en los mundiales de 1998 y 2002 (ambos, en Perth, Australia) en la prueba de los 25 kilómetros.

«Me invitaron a esa posta que unía dos playas de Italia. La conocí y decidí competir. Éramos cuatro e íbamos rotando en pasajes de media hora. Mi mujer [Karina Nisenholtz, ex nadadora] y yo decidimos mudarnos a Italia para estar más cerca de las competencias y poder dedicarnos al deporte. Además, allá había mayores recursos», cuenta Chaillou desde Mar del Plata, donde hoy reside.

En sus años de actividad en aguas abiertas, 1996 a 2008, aprendió del francés Stéphane Lecat, uno de los mayores exponentes de la especialidad. Y el argentino se volvió un protagonista importante. En el campeonato anual FINA Marathon Swimming World Cup Series logró seis podios (fue segundo en 1998, 2000 y 2003 y tercero en 1999, 2002 y 2004). Fueron pocas las ocasiones en que Gabriel no ocupó alguno de los primeros puestos. Por eso su retiro le costó más que lo esperado.

«A los 37 decidí dejar de nadar y comenzar otra etapa de mi vida, para formar una familia. Si bien todo eso es muy lindo y me entusiasmaba mucho, dejar la actividad me costó. La adrenalina, los entrenamientos, los viajes… Fue difícil al principio encontrarles reemplazos. La necesidad de competir, la sensación de sumergirse en el agua, preparar las carreras, esperar lo inesperado eran vivencias únicas y ese proceso de apartamiento me llevó tiempo. Las aguas abiertas me dieron mucho», explica el ex nadador, de 53 años.

A los 53 años y después de estar radicado en Italia para estar cerca de las grandes competencias, Chaillou vive hoy en Mar del Plata, donde entrena a chicos de hasta 15 en pileta y en aguas abiertas.
A los 53 años y después de estar radicado en Italia para estar cerca de las grandes competencias, Chaillou vive hoy en Mar del Plata, donde entrena a chicos de hasta 15 en pileta y en aguas abiertas.

Competir durante varias horas en condiciones exigentes requiere una mente madura. Las carreras de 25 kilómetros demandan al menos cuatro horas de nado; las hay también de 88 kilómetros. Ni qué decir de la más que maratónica carrera de 100 kilómetros, que dura unas 20 horas. Por eso Chaillou señala la importancia de la madurez y la preparación para este tipo de competencias. No recomienda que adolescentes se adentren en la disciplina: mejor es perfeccionar la técnica y ganar rodaje en la pileta para dar ese salto.

«Actualmente entreno en una escuela de natación de un club, a chicos de hasta 15 años. Si bien somos de salir a hacer algunas sesiones al mar, aprovechando la cercanía, no lo recomiendo, porque ellos no están preparados. Son muy chicos y para afrontar las adversidades que proponen estas carreras hay que estar muy fuerte de la cabeza. De todas maneras, cuando hacemos estas salidas, ellos las disfrutan, se divierten y aprenden mucho», apunta Chaillou.

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-¿Cómo se maneja la mente en una disciplina tan extrema?

-Es difícil. Siempre que uno termina de competir dice «ésta es la última»: el desgaste físico es durísimo y la cabeza llega agotada. Pero una vez que uno se recupera, ya tiene ganas de volver al agua. Me tocó competir en aguas heladas y en aguas muy calientes, y por eso es necesaria una cabeza centrada. Controlar los impulsos y mantener el foco. Una vez en Canadá sufrí de hipotermia, y no me acuerdo nada. Hay que evitar llegar a esos extremos. Además, es importante conocer las corrientes y no asustarse. En Australia me pasó competir donde la noche anterior un tiburón había atacado a un surfista, en esa misma playa. Y tener que salir a correr en una zona amenazada por cocodrilos… Es duro, pero llega un momento en que uno lo ignora o pierde: no se puede nadar con miedo.

Supo ser campeón en los 88 kilómetros de la Hernandarias-Paraná y en los 25 de Mar del Plata, en ambos casos, con récords. Además, se consagró en cuatro ocasiones (1996, 1997, 1999 y 2000) en la prestigiosa Santa Fe-Coronda, de 57 kilómetros, la carrera que mayor disfrute le dio. «Siempre es lindo competir en el país, pero en Santa Fe uno se siente Maradona. La gente es muy apasionada por la natación y para esta carrera toda la ciudad sale a alentar. Hay personas sobre el puente y la rambla, y alientan. Es muy emocionante», recuerda Gabriel.

-¿En qué momento de tu vida llega este reconocimiento? ¿Al lado de quién te gustaría colocaran tu foto en el Salón de la Fama?

-No me había puesto a pensarlo… No lo sé; todos los que están en ese salón fueron unas bestias. Pero, de elegir, pediría que al lado del egipcio Abdellatief Abouheif, un hito de la natación de su país. Él, en parte, llevó la natación a Egipto. Es una estrella, y tenía un estilo excéntrico, admirable, para nadar. Y además hay muchos argentinos, que fueron parte de nuestra historia. Estar ahí es un mimo al alma, un reconocimiento a todos los años de competencia y al esfuerzo invertido.

Fuente: Olivia Díaz Ugalde – LA NACION DEPORTES – Fotos: LA NACION DEPORTES – TwitterRoman 🔟Roman 🔟@TonnyGela – LA NACION DEPORTES