Cortó 28 años de sequía de títulos contra Brasil en el Maracaná; ganó 1-0 con un gol de un histórico, Ángel Di María, y un espíritu colectivo inquebrantable; la gran revancha de Messi.
La gloria de una noche para sepultar 28 años de decepciones. Sí, fue posible. Es real. Una copa tangible para materializar tantos sueños incumplidos. Un equipo robusto con lo que demandada la cita: alma de campeón. Ya no habrá que repetir como una letanía el título de la Copa América 1993. Hay herederos, nombres y hombres que inauguraron una nueva dinastía, que espantaron fantasmas y enterraron maleficios. Futbolistas que pusieron piernas, cabeza y corazón (mucho corazón) para el cambio de una era: Argentina campeón. Contra el Brasil de Neymar y en el Maracaná, como para no bajarle ni un céntimo al precio que hay que ponerle a este título costosísimo.
Un campeón que fue fiel a la identidad que desarrolló en el torneo. Golpeó primero, fue astuto, y defendió el 1-0 con una fiereza inquebrantable, conmovedora en los últimos minutos. Pudo con el maleficio de tantos años de sequía e incontables estadísticas en contra en la comparación con Brasil, que era favorito en todo y terminó rebotando contra un campeón corajudo, de una valentía que no supo de ningún renunciamiento.
Con retraso llegó la recompensa que Messi tanto anhelaba y se merecía. Mientras sus compañeros lo revoleaban en medio del Maracaná como solo se hace con los líderes, por la cabeza del capitán habrá pasado que la compensación es enorme, suficiente para poner un dique a la correntada de sinsabores. Compartir una emoción de Messi en el seleccionado también era una experiencia inédita, de colección.
Jugaron como hombres, lloraron como quien consigue una hazaña y de felicidad en los festejos. El espíritu de equipo que se venía cocinando alcanzó su punto más alto en la noche indicada.
El resumen de una final soñada
Nunca le tembló el pulso a Scaloni para meter mano en la formación. Cambió medio equipo de campo respecto del que consiguió la clasificación a la final. Con el regreso del lesionado Cuti Romero, la danza en los laterales –anoche les tocó la titularidad a Montiel y Acuña-, la confianza renovada en Paredes y la apuesta por la experiencia de Di María en lugar del turbo que es Nico González.
Áspero y apretado empezó el clásico sudamericano. Como si la trascendencia de lo que estaba en juego los hubiera dispuesto a no conceder nada. En los primeros 15 minutos no se contabilizó ni un tiro al arco y la cantidad de foules llegaba a nueve. En un momento, los dos mayores artistas de la cancha, Messi y Neymar, coincidieron en quedar en el piso, retorcidos del dolor, en el caso del brasileño, con el pantaloncito hecho un jirón.
En un desarrollo trabado, la Argentina se asoció menos que en encuentros anteriores, no se juntó tanto en el pase y buscó más la salida en largo. Aunque dominó en una proporción menor que en los otros primeros tiempos de esta copa –también hay que tener en cuenta la envergadura del rival-, lo que no se modificó es la capacidad de la Argentina para ponerse al frente en el marcador. De Paul, un volante que está para lo fino y para lo grueso, encontró espacio para sacar la habilitación de 30 metros; por detrás de un desubicado Lodi entró Di María, que con dos toques de zurda, uno de control y el otro para definir de emboquillada, rompió la paridad de un encuentro que no tenía situaciones de gol. Di María había sido titular únicamente ante Paraguay, enloquecido a Colombia cuando entró en los últimos 15 minutos y anoche le daba la razón al técnico, que intuyó que su gran recorrido internacional podía agregar los metros gloriosos de la final.
Por 13° partido consecutivo, la Argentina se le adelantaba en el resultado al rival de turno. Una costumbre, una especialidad que en el gol de Di María trajo una gran novedad en esta Copa América: por primera vez en los 12 tantos en el torneo, Messi no convertía, no asistía ni participaba en la gestación de la jugada.
"LEO ME DIJO QUE IBA A SER MI PARTIDO"
Ángel Di María, el autor del GOLAZO DEL TITULO. pic.twitter.com/gDOMJ6rfHZ— TyC Sports (@TyCSports) July 11, 2021
Sin un N° 9 definido, con Neymar como un falso ariete, Otamendi salía a romper a la línea de los volantes ofensivos locales. Con las líneas juntas, bien coordinadas, la Argentina no le permitía maniobrar con comodidad a Brasil, que entraba en la desesperación porque no encontraba vías de ataque. Montiel estuvo más firme que en partidos pasados, los zagueros centrales guardaban bien la posición y Dibu Martínez no era inquietado.
Ante la orfandad ofensiva, Tite rompió para la segunda etapa el doble pivote con la salida de Fred y el ingreso del centro-atacante Firmino. Brasil fue más insinuante, pero a la Argentina se le abría un panorama interesante para el contraataque porque un rival urgido tenía tendencia a partirse. Dibu Martínez respondió con firmeza ante una entrada y remate franco de Richarlison por la derecha. Recién a los 9 minutos del segundo tiempo Brasil inquietaba con una acción peligrosa.
Cuando el partido entró en el ajedrez de los cambios, Scaloni hizo retoques para no resignar seguridad defensiva. Reemplazó a los dos volantes que estaban amonestados (Paredes y Lo Celso) con un volante central de oficio (Guido Rodríguez) y una pieza (Tagliafico) para reforzar la banda izquierda.
Tenía que ser dramático el final, no podía ser de otra manera entre estos dos grandes rivales y un resultado que estaba en la cornisa. A cuatro minutos del final, Dibu Martínez, sin penales de por medio, “le comió” un remate de gol a Gabigol. Tuvo Messi el segundo, pero la pelota le quedó atrás ante Ederson. No habría que lamentarlo. Había un equipo coriáceo para resistir con la última tanda de cambios de Scaloni.
Llegó un título, el que no pudo ganar una generación notable de jugadores, como Verón, Ortega, Zanetti, Mascherano, D’Alessandro, Crespo e Higuaín, entre otros. Llegó. Era hora. Histórica, sublime e inolvidable.
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