Quién sabe cuántos actos de su fútbol de fina estampa habrá podido poner en escena Lionel Messi en sólo 30 segundos. Lo concreto es que Rexach aplaudió de pie al instante. Zurdo, volante ofensivo, veloz, vertical, un sombrero por aquí, habilidoso, un caño por allá, talentoso, argentino… No hacía falta ver más. Ese rosarino menudito tenía que jugar en el Barcelona.
Messi en familia. Su hermano Rodrigo, su hermana María Sol, papá Jorge, mamá Celia, el sobrinito Tomás y el otro hermano, Matías.
Pasaron poco más de dos años de aquel amor a primera vista y el tiempo no ha hecho más que agigantar el sentimiento del catalán. Con 16 años recién cumplidos, Leo Messi es la gran esperanza de la cantera del Barcelona y por el momento nadie se anima a aventurar su techo. “Tengo unas expectativas enormes con este jugador. Salvando las distancias y sin la intención de meterle presión, es comparable con Maradona. Tiene una calidad especial, es diferente a los demás”, analiza Rexach y resulta difícil no dejarse llevar, no fantasear de nuevo con otra zurda varita que hechice defensores y conjure golazos. “Es un enganche con mucho gol. De cinco situaciones, convierte cuatro. En todo momento sabe cuándo hay que hacer la jugada individual y cuándo pasar el balón. Es muy habilidoso… es especial”, le afirma Rexach a El Gráfico desde España.
Lionel no nació en una villa, pero al igual que el Diego, su único juguete fue una pelota. “Empecé a jugar en el club Grandoli a los cuatro o cinco años. Era baby fútbol, y el técnico era mi viejo. A los siete, a instancias de mi hermano Rodrigo me fui a Newell’s y estuve ahí hasta los trece”, cuenta el pequeño crack.
Sin ser biólogo ni científico, papá Jorge demuestra que el talento para el fútbol su hijo lo lleva en los genes. “A los cuatro años notamos que era distinto. Hacía jueguitos y dormía la pelota en la punta del botín, no lo podíamos creer. Un poquito más grande, jugaba con los hermanos, que le llevan siete y cinco años, y los bailaba. Es un don, es algo que nació con él.”
Enrique Domínguez, ex técnico de las inferiores leprosas y padre de Sebastián, volante del equipo del Bambino Veira, confirma que la base está desde que Leo era un chico y que nunca le faltó belleza a su juego. “Lo dirigí en 1999, pero lo conocía desde la escuelita de fútbol, cuando él tenía siete u ocho años. Y con la pelota el pibe hacía cosas en contra de la física. Al único que le vi realizar jugadas así fue al Diego. Yo no tenía que gritarle nada porque él sabía todo. Si siguiera en Newell’s ya estaría en Primera, como Gustavo Rodas, que tiene diecisiete.”
Lionel Messi recién llegado a La Masia en Barcelona.
Al repasar la infancia del “Pibito de Oro”, como lo apodan en España, donde también lo bautizaron “Leonel”, las anécdotas de sus hazañas se suceden sin cesar. “Me acuerdo de que un día amagó a patear, le tocaron la pelota, ésta le rebotó en el cuerpo y le quedó atrás. Entonces, se dio vuelta, se dejó caer, le pegó de chilena y la clavó en el ángulo. Tenía once o doce años. Sobre la marcha corregía e inventaba otra cosa, igual que hacía Maradona. Tenía un sentido colectivo que, para mí, está el Diego y después él. Leo está para cosas serias. Era diminuto físicamente, pero gigante como persona. Te llenaba la vista y el corazón”.
Vaya paradoja del destino, Lionel fue siempre más bajito que los demás. Y como si supiera que el talento del más grande llegó en frasco chico, su cuerpo se negaba a pegar el estirón. “A los once años se le detectó un problema con las hormonas de crecimiento: tenía pocas y por eso estaba retrasado su desarrollo óseo. Y el tratamiento era carísimo, costaba 1800 dólares cada dos meses. Por un año y medio, la obra social y la Fundación Acindar, empresa en la que yo trabajaba, nos ayudaron, sin embargo después el panorama se complicó. Podríamos haberlo dejado, pero me dijeron que no era muy conveniente”, relata Jorge.
Poderoso el chiquitín, Lionel recuerda que “por dos años me tuve que poner inyecciones todas las noches. Estaba un poco más chico que los demás, pero adentro de la cancha no se notaba”.
Como en todo lo malo hay algo bueno, a partir de allí la historia de quien podría ser el próximo emperador de la pelota y la de su familia comenzó a conectarse con España. “Nosotros somos de clase media, y en Acindar siempre estuve bien. Sin embargo, yo veía que el panorama que venía era negro. Entonces hablé con los primos de mi mamá que viven en Lérida, una comunidad cercana a Barcelona, y al tiempo pedí licencia en el laburo y viajé para probar suerte”, hace memoria el padre.
Antes de decidirse a cruzar el Atlántico, Jorge intentó hacerse Millonario para costear el tratamiento. “Como Newell’s no me ayudaba, llevé a Leo a probar a River y aunque quedó nos volvimos porque querían que nosotros peleáramos para conseguir los papeles. Me llamaban todos los días, pero yo no quería saber nada. Así que lo dejé en Rosario. Cuando se enteraron de que lo querían en Núñez, en Newell’s me dijeron que ellos iban a pagar las inyecciones, pero como tuve que ir como 40 veces para que me dieran 200 pesos, me cansé.”
–¿Y cómo surge el interés del Barcelona, Jorge?
–Ya lo conocían, lo venía siguiendo un ojeador. Un amigo me contó que había un interés del Barça por Leo y coincidió con el momento en que decidí cambiar de trabajo. Al saber esto tuve un aliciente más para viajar. Así que lo llevé al club y cuando lo probaron la rompió, a pesar de jugar con chicos dos años más grandes. Quedaron impactados, y Rexach dijo “ni pensarlo”. Y co%