Veinte años que pasaron como un relámpago. De aquella flaca de mirada huidiza que consagró su vida al hockey sobre césped a esta mujer de 43 años convertida en leyenda del deporte argentino y que disfruta de su maternidad.
Luciana Aymar observa en el espejo retrovisor los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 y siente nostalgia. Fue allí donde se creó la mística de las Leonas. Sin embargo, la mejor jugadora de este deporte en la historia no se estanca en el pasado glorioso: hoy acumula proyectos y sueña junto con su pareja, el ex tenista chileno Fernando González, y su hijo Félix, que nació en Rosario el último día de 2019.
En tiempo de aniversarios redondos, Aymar se entrega a una charla con LA NACION. Aquella «maga» que a puro talento generó un boom y fue galardonada ocho veces como la Mejor Jugadora del Mundo, según la Federación Internacional, hoy habla desde su hogar en Santiago de Chile. Y el primer tema que surge son aquellos Juegos Olímpicos mágicos, en donde se creó la figura de la leona estampada en la camiseta argentina.
-¿Cuál es la primera anécdota que se te viene a la mente al rememorar Sydney 2000?
-Recuerdo que contra Holanda yo tenía que ir del lado izquierdo del córner; había una holandesa que siempre despejaba sin mirar hacia el mismo lugar y el técnico Cachito Vigil ya la había estudiado. Entonces él me dijo: «Quiero que te pares acá, que te va a llegar al palo». Bueno, perfecto. En el primer córner me olvidé de la táctica, me fui para el otro lado y siento que me gritan: «¡Luchaaa, izquierda, izquierda!». Llegué de casualidad a ponerme porque ya estaban sacando el córner. Sale la bocha, salgo corriendo a bloquear y la holandesa hace exactamente lo que había dicho Cachito: baja la cabeza, tira la pelota, me la pone en el palo y lo único que hago es empujarla. Gol. Veníamos hablando de ese córner hacía como dos días, jaja. Siempre fui muy colgada, pero en esa época era más colgada todavía.
-¿Y la confusión del puntaje para avanzar a la segunda rueda del torneo?
-Cuando recuerdo Sydney, ese pensamiento nos viene a todas, aquella situación de no tener los puntos que pensábamos que teníamos. Fue un momento crítico porque veníamos jugando un torneo muy bueno. Y cuando pasamos a la segunda ronda nos dimos cuenta de que no sumábamos los puntos de los partidos que habíamos ganado, entonces ahí fue bastante difícil porque nos desinflamos un poco. Me acuerdo que tuvimos una muy linda charla del PF Luis Bruno Barrionuevo, que siempre en esos momentos era el más importante, porque es una persona sumamente objetiva y muy centrada. Sabía cómo llegarles a las jugadoras desde lo emocional. Y contó un cuento muy bueno, en el que se ponían pelotas de golf en un frasco, luego piedras más chicas y más chicas hasta meter arena. La moraleja era que siempre había algo más por dar. El objetivo consistía en entregar ese plus, y de la única forma era ganándole a Holanda, así que había que ganar sí o sí. Entonces, en ese momento fue que decidimos sacar la remera floqueada de la Leona que teníamos guardada.
-¿Por qué creés que se encendió la chispa de la selección justo en ese torneo?
-Eramos un equipo que venía entrenándose desde 1997, cuando asumieron Vigil, Barrionuevo, Gabriel Minadeo como asistente y Luis Ciancia como head coach. Desde ese año se hizo este cambio fuerte de educar al grupo en cuanto a la responsabilidad, al respeto y la ética, porque hubo un montón de jugadoras que se quedaron sin jugar torneos. Me acuerdo que Vanina Oneto no viajó a un Champions Trophy por llegar un día más tarde, debido a un problema en un vuelo. No se presentó en el día fijado y así les pasó a varias. Incluso yo me quedé fuera de entrenamientos por aparecer un minuto más tarde, y eso que llegaba a Buenos Aires desde Rosario. Pero creo que eso fue importante para marcar un estilo y una conducta.
-¿Y cómo se llevaban con los resultados en aquella época?
-En ese transcurso de los cuatro años hasta Sydney, que jugamos el Mundial 98 en Utrecht, ya ahí Argentina empezó a mostrar un hockey distinto, pero le costaba conseguir resultados, porque siempre veníamos con la cuestión del cuarto puesto. Nuestra selección jugaba lindo aunque éramos siempre cuartas, cuartas, cuartas. Para mí era un tema mental y aquellos Juegos Olímpicos del 2000 significaban ir por todo, como una suerte de «Ahora o nunca». Es ese problema que quizás tenés como deportista de alto rendimiento, cuando te cuesta hacer el clic y decir: «¿Me atrevo a ganar grandes cosas, a llegar a una final?». Ese pasito no es fácil, preguntarse aquello de: ¿Me animo a ganarles a Australia, Holanda, China, a esos equipos tan grandes? Hicimos ese quiebre en Sydney, más allá de que no ganamos la final. Para el plantel fue importantísimo porque estábamos con esos cuartos puestos en los torneos que nos venían quemando la cabeza. Nos preguntábamos si estábamos haciendo algo mal y en realidad era una cuestión de juramentarnos: «¡Bueno, vamos!».
-¿Realmente esa final con Australia la jugaban 10 veces y la perdían las 10, dada la enorme jerarquía del rival? ¿O había alguna razón para creer en un milagro y llevarse el oro?
-En la final, Australia tenía mucho mejor equipo que nosotras. Hicimos un muy lindo partido contra ellas, pero para ganarles en ese momento, todas las australianas se tenían que despertar con el pie izquierdo. Porque no era que tenían dos o tres jugadoras buenas: todas jugaban bien y a un ritmo infernal. De hecho, todavía en lo físico nos pasaban un poquito; eran muy atléticas, con unos físicos que venían trabajando con las pesas. Tenían otro estilo de entrenamiento en el hockey internacional; solo lo hacía Australia. Era imposible ganarles, más allá de que les hicimos un partidazo. De la única forma era que nosotras jugáramos demasiado bien y ellas hubieran estado en un mal día. Contaban con todo: físico, juego, dinámica y mentalidad con Alyson Annan a la cabeza, que era una bestia.
-¿Cómo viviste todo aquel proceso de creación de la identidad y logo de Leona, que terminó estampado en sus camisetas en ese mismo torneo? Eras de las más jóvenes, ¿pero pudiste opinar o aportar cosas durante las charlas y reuniones?
-Lo viví con mucho entusiasmo, porque íbamos a ser el primer equipo femenino que tendría su propio logo. La presión era enorme, porque pasamos de ser un «seleccionado» a «Las Leonas». Todo el mundo iba a decir: «Bueno, a ver qué muestran estas Leonas». Lo decidimos así porque consideramos que toda la revolución que estábamos haciendo anímicamente en el hockey iba a traer sus beneficios, sus frutos. Confiábamos en el equipo, en el cuerpo técnico y sabíamos que los resultados iban a llegar en algún momento. Por eso también acordamos ponerle una identidad en ese cuartito en donde estábamos con Cacho, Lucho, Gaby y la psicóloga Nelly GIscafré, que fueron los protagonistas de una charla importante. Ya era algo que teníamos conversado, pero el cuerpo técnico empezó a explicar por qué darle una identidad a este grupo.
-¿Qué decía el cuerpo técnico?
-Ellos confiaban en que esta selección iba a revolucionar el deporte en nuestro país y que nos mantendríamos. Si no, no lo íbamos a hacer. Y en paralelo hubo una camada que confiaba plenamente en ellos. Todas las jugadoras que estábamos ahí éramos muy pasionales y amábamos este deporte. Pero éramos pocas, no pasaba como ahora, que te salen jugadoras desde todos los rincones de la Argentina y el semillero es muy grande. Entendíamos que si pegábamos un par de resultados, el hockey iba a cambiar y nosotras tendríamos otra popularidad. Y así fue: todas le teníamos fe al equipo.
-¿Y cómo surgió el nombre?
-Fuimos tirando algunos y no me acuerdo quién fue que dijo «Leonas». Era un nombre que estaba entre varios y todas coincidíamos en que nos gustaba ése. Y Cacho era una persona que, más allá de que la última palabra la tenía él con las jugadoras más grandes, permitía que todas opinaran. En ese momento, las jóvenes éramos mucho más introvertidas en comparación con lo que son ahora las más chicas del plantel. Quizás nos costaba opinar, éramos más calladas, pero siempre nos sentíamos muy parte de todo. O por lo menos las mayores nos hacían sentir así.
-¿Cómo te influyó a vos pasar a jugar cada partido con el símbolo de la Leona en la remera?
-Bueno, en Sydney usamos poco la remera. Pero a partir de ese torneo, cuando todas las remeras fueron floqueadas, te sentías como con el pecho inflado. Me generaba mucho orgullo usar las camisetas con el logo, porque tenerlo en el corazón era un premio a tantos años de esfuerzo y todo salió bien. Ya después dejó de ser una presión, fue todo lo contrario. Era decir: «Necesito ponerme la camiseta con la Leona porque esto me genera ‘otra cosa’». Y también les producía otra cosa a los equipos rivales. Era una satisfacción enorme formar parte de un equipo que revolucionó todo aquello.
-¿Qué personalidad tenía aquella Lucha en la época de Sydney 2000? ¿Qué sueños tenías en la vida a tus 23 años y a qué aspirabas?
-La verdad es que esa Lucha era muy introvertida, muy callada. No me gustaban las cámaras ni hablar con los medios, no me sentía cómoda. Era muy tímida fuera de la cancha y muy extrovertida dentro de ella con mi juego. En ese momento yo jugaba más suelta, además que era titular y sabía que el equipo y el cuerpo técnico esperaban mucho de mí. En cada charla previa y en cada postpartido, yo siempre estaba. Cacho me decía: «Lucha, tenés que hacer esto, esto y esto» y me lo remarcaba muy bien. Después, en las correcciones tras los partidos yo figuraba siempre, siempre. Sentía que era una de las jugadoras a las que más les subrayaban cosas, pero al mismo tiempo él me aclaraba que me remarcaba tanto porque sabía que yo las podía corregir. Me decía que esperaba un montón de mí y que no tenía techo. La presión era enorme con mi juego y en lo que yo podía rendir. Pero después, la exigencia de lo que significaban unos Juegos Olímpicos recaía en las más grandes. En ese sentido, yo jugaba más liberada. Después de aquel error mío en Sydney de no estar bien parada en el córner, ya no me pasó más. Tuve que empezar a tomar otras responsabilidades y pasé a ser una de las líderes. La Lucha de Sydney peleaba un poco con eso de decir: «¿Quiero ser la jugadora talentosa o la diferente que quiere Cacho, que se banque ser corregida con tantas cosas?». Estaba un poco peleando con esas dos Lucianas.
-¿Qué es lo mejor cuando evaluás tu retiro en retrospectiva? ¿Haber dejado un equipo que quedó en la historia? ¿El legado de una trayectoria individual a imitar?
-Me quedo con un montón de cosas, no es fácil elegir algo en particular. Como persona me quedo con la satisfacción de haber sido fiel a mis sueños, de haber sido constante y perseverante para seguir jugando a un deporte que en ese momento era prácticamente desconocido y que no sabía cómo aquella Lucha podía reaccionar frente a eso. Sobre todo, cómo la vida me podía devolver el esfuerzo que yo daba. Era complicado, siempre tuve dudas, pero nunca bajé los brazos. Me dije: «No, tengo que seguir y es lo que me gusta hacer». Por más que a veces se me complicaba económicamente, los viajes me costaban un montón y lloraba porque extrañaba a mi familia y mis amigos. Y muchas veces, en mi cabeza decía: «¿Vale todo este esfuerzo que estoy haciendo, llevando una vida diferente y dejando de lado muchas cosas?» Pero cuando llegaba al Cenard, entraba a la cancha a entrenarme o a jugar y me daba cuenta de que sí valía el esfuerzo, porque lo disfrutaba y me sentía muy bien. Incluso mejor que afuera del campo. Sentía que podía expresarme libremente. Siempre digo que entrar en una cancha formó parte de mi terapia emocional y fui feliz. A los 20 años llegaba a los entrenamientos llorando y Cacho me miraba y se preocupaba; me decía: «Te doy diez minutos para que te puedas relajar y estar bien». O llegaba dormida del micro desde Rosario y me daba el mismo tiempo para que me despertara. Pero empezaba a jugar y ya me olvidaba de todo. Como persona, me siento orgullosa de nunca haber bajado los brazos.
-¿Y en lo meramente competitivo?
-Es la satisfacción de haber ganado cada batalla que me propuso Cacho en su momento y haber sido constante para conseguir cada meta que me planteé. Esa idea de no haber quedado como una jugadora talentosa más y guardarme el mensaje de sus conceptos, en lugar de sus retos o sus correcciones. Fue escucharlo y aprender de él un montón en todo lo que me decía. Y también, haber tenido la capacidad de haberme amoldado a distintas jugadoras y entrenadores, porque jugué con muchísimas generaciones y bajo la guía de diferentes técnicos, hasta más jóvenes que yo. Incluso haber compartido cancha con Leonas de 17 años. Había que acostumbrarse a que las nuevas generaciones fueran diferentes a cómo éramos nosotras, y no por eso significaba que fuesen malas, sino distintas. Y aprender a escuchar a las nuevas generaciones. Por suerte pude aprender y tener la capacidad de abrirme a ellas. También, de haber asimilado el legado que dejaron las más grandes, porque de joven me tocó tener el apoyo de Magui (Aicega), Vana (Oneto), La Colo (Pando), Karina (Masotta).
-¿Cómo las trataban las jugadoras más grandes?
-Todas eran muy buenas compañeras e intentaban ayudar a las del interior, como lo hicimos después nosotras. Y estaban atentas a las cosas que nos faltaban, nos llevaban a una estación de colectivo, nos traían una tarta o un postre para que tuviéramos en el Cenard. Estaban pendientes. Después, ver cómo ellas se entrenaban y el respeto que tenían para con sus entrenadores y la forma en que se manejaban. Esos ejemplos son los que me motivaban a entrenarme. Yo la veía a Magui adelante y quería estar con ellas. Y después me tocó estar a mí adelante del equipo y me sentía orgullosa porque había aprendido de grandes jugadoras.
-Es decir, no te guardaste nada en tu carrera…
-Creo que lo más grande como deportista en toda mi carrera fue la satisfacción gigante de haber revolucionado un deporte en nuestro país, junto con muchas jugadoras y entrenadores, y que quedáramos en la historia. Nos tocó a esta camada que se entrenó durante cinco años en el anonimato para poder llegar a liderar esta revolución, pero sé que antes hubo un montón de otras jugadoras, como Clota (Claudia Médici, ex jefa de equipo) y todas sus compañeras, que hicieron mucho para que el hockey estuviera ahí y lo llevaron adelante. Estas generaciones nuevas tienen todo a disposición y nosotras peleamos para que ellas lo tuvieran. Estoy orgullosa de haber sido de esa camada tan distinta que confió en ese cuerpo técnico tan diferente y pudimos llevar este equipo a lo más alto, mantenerlo y convertirlo en Leonas. Eso es lo más lindo.
-¿Cómo es hoy un día «promedio» en la vida de Luciana Aymar? ¿Cómo te organizás con tus ocupaciones?
-Hoy estoy en un camino diferente, muy lindo, con este premio individual que es el más grande todos, que es Félix. Aprendo todos los días de este enano que me tiene loca de amor y ahora entiendo mucho más a mi mamá en muchas cosas, jaja. Y eso que tuvo cuatro hijos. No sé cómo hizo para criar a los cuatro, realmente. No es fácil ser madre y no hay un manual que te dice qué es lo que tenés que hacer. Todas las madres e hijos son distintos, pero lo importante es observar, estar, darle amor y saber que una va a aprender de los niños todo el tiempo. Estoy viviendo una vida distinta acá en Santiago de Chile con toda esta pandemia. Mis días son todos Félix y estoy feliz de que sea así.
-¿Y en cuanto a las actividades?
-Hay días en que tengo mis charlas virtuales, laborales o de notas. También trato de disponer de momentos para entrenarme, para estar conmigo misma, porque siempre digo que entrenarme es como mi momento de oficina. Voy pensando en una suma de cosas y además me organizo para más adelante. Y siempre aparecen cosas nuevas durante el entrenamiento. Todos mis días son parecidos, pero no. Es contradictorio, porque estoy todos los días con el enano y dos o tres horas al día tengo cosas personales, me ocupo de la casa, de las comidas. Estoy mucho más ama de casa, algo distinta en mí y aprendiendo a asumir un estilo de vida totalmente diferente al que llevé durante muchos años.
-¿Cómo encaraste la decisión de hacer un gran giro en tu vida?
-Cuando me retiré, me separé de mi pareja anterior, así que estuve dos años sola ocupándome un poco de mí. Y fue todo un desafío formar una familia, venirme para Chile, pero soy un poco así y me gusta generarme nuevos retos. Dije: «Me la juego». Sentía que Fernando era la otra parte que me complementaba. Me hizo realmente muy bien cuando lo conocí. Al estar él retirado del tenis, me ayudó muchísimo a darme cuenta de que la parte de Lucha como deportista «ya estaba», que había pasado. Porque él me ofrecía toda una variedad de cosas que a mí me encantaban, que era formar una familia. Fer es una persona muy compañera: lo admiro no solo por lo que fue su carrera tenística, sino también por lo que es hoy como hombre, y eso para mí es muy importante. Nos vamos turnando con el enano porque tenemos nuestras respectivas actividades online.
-La llegada del bebé no fue fácil…
-No, porque estuve catorce días internada, mientras que Félix permaneció dos meses y medio en Neonatología. Después vino la pandemia, así que hace siete meses o más estamos encerrados. Recién en Chile sacaron la cuarentena y Fer también pudo abrir su club de tenis, que lo despeja un poco. Lo del Covid te abruma un montón, así que hay que trabajar más que nada la cabeza, porque esto angustia bastante y te tira para abajo. Aparte, está mi cuestión personal, porque hace seis meses que no veo a mi familia en Rosario. Ellos vieron a Félix cuando apenas tenía dos kilos y ahora está pesando como siete y medio. Cuando pueda ir para allá a ver a mis padres lo haré, pero tomando las medidas necesarias.
-¿El nacimiento de tu hijo te ayudó definitivamente a aceptar el retiro?
-Escucho esta pregunta y de movida te digo que no, para nada. Pero pienso de nuevo y en realidad la aceptación se dio de manera paulatina. Yo sabía que me iba a costar muchísimo el retiro por lo que fue para mí el hockey. Hice toda la terapia necesaria, pasé por momentos difíciles, me recuperé. Y después conocí a Fer, que como decía me ayudó en gran medida a aceptar un poco el retiro y me dio la ilusión de vivir una vida diferente en pareja. Entonces empezamos a viajar y comencé a sentirme mucho mejor conmigo. Pero seguí añorando el hockey y siempre extrañaré jugar a la selección. Lo hablo con las jugadoras «vintage» y nos pasa un poco a todas lo mismo. Cuando ves los partidos y escuchás el himno decís: ¡Qué ganas de estar ahí adentro! Pero bueno… Ya dijimos que íbamos a hacer partiditos vintage. Está claro que con el nacimiento de Félix las prioridades cambiaron totalmente, además de mi independencia, porque el nene pasó al primer plano. Pero estoy disfrutando a pleno y ya no pienso ni siento la angustia de antes. Quizás la llegada de Félix fue lo que terminó de ayudarme.
-¿Qué futuro les ves a las Leonas?
-Siempre voy a ver el futuro de las Leonas como muy prometedor, porque el entrenador que agarra esta selección tiene en sus manos una mina de oro. Hoy en día contás con un semillero enorme, todos los días aparecen jugadoras nuevas, con un potencial muy grande. Hasta es difícil para los entrenadores dar listas, pero a mí me pasaría lo mismo. Lo bueno es que hoy, al haber tantos torneos, podés ir mechando jugadoras.
-¿A la Argentina le vino bien la postergación de Tokio 2020 para el año próximo o no?
-No sé si le vino bien, porque el plantel venía entrenándose bien, con algunos logros en la Pro League y había ganado los Juegos Panamericanos de Lima 2019, más allá de que no es de un nivel alto. Pero habérselo llevado, anímicamente te ayuda mucho. No les hizo bien, pero como a ningún deportista, porque no te podés entrenar en las condiciones que querés. Aparte, se les complica a las jugadoras más grandes porque pensaban que jugaban ahora y ahora tienen un año más entrenándose. Igualmente, creo que las chicas tienen un gran equipo y hay que entrenarse la cabeza lo más posible para llegar de la mejor manera a Tokio. No solamente en la parte física.
-Tenés tu vida organizada en Chile, ¿pero es posible que dentro de unos años te involucres con los seleccionados argentinos a través de la Confederación Argentina?
– La pandemia nos hizo quedar mucho acá en Santiago, pero la decisión fue hacer base en esta ciudad para viajar a diferentes lugares, de hecho estamos un tiempo en Argentina, otro en Chile y otro en Estaos Unidos. La idea es seguir con este estilo de vida, como ex deportistas estamos acostumbrados a viajar mucho y nos cuesta establecernos en un lugar. Yo no puedo soltar mi país ni lo haría nunca porque me gusta seguir haciendo charlas en Argentina. Incluso hasta antes del coronavirus seguía con ellas y con mis clínicas. Nunca me llamaron desde la Confederación Argentina de Hockey con algo concreto para poder involucrarme. Si me llaman con un objetivo concreto, me ilusiona y lo puedo hacer -siempre y cuando no me quite demasiado tiempo con Félix porque hoy es mi prioridad-, estaría. Pero no sé si sería el momento. Más adelante lo pensaría, por supuesto. A ver de qué forma puedo ayudar.
-¿Qué le aconsejarías a una chica que recién arranca en el hockey y que sueña de antemano con ser Leona?
-Mi mensaje más genuino es que no dejen de hacer lo que más feliz les hace. En mi caso tuve mucha gente que me decía: «¿Vas a seguir jugando al hockey? ¿No te conviene hacer tal cosa? ¿No te parece que es mejor tal otra? Y la verdad que la felicidad que me generaba entrar a un campo de juego era incomparable. A veces priorizamos otras cosas por sobre la felicidad que nos produce algo puntual, entonces es importantísimo eso, porque es el motor que te hará reinventarte todos los días. Y además, hoy hay muchas más posibilidades de estar en las Leonas. Antes tenías que jugar muy bien un torneo y que justo te viera un entrenador relacionado con la Confederación Argentina. Y luego pasabas por una cantidad de testeos enorme, tanto físico como técnico. Y después de ahí te decían si seguías estando o no. Además era mucho más complicado desde lo económico, porque nadie te pagaba el pasaje, excepto que te lo bancara el club, como pasó en mi momento, que me apoyó mucho tanto el Jockey Club de Rosario como mis viejos. Y después, con los años, llegaron las becas. Por eso es que hoy, si tenés el sueño de llegar a un seleccionado debés entrenarte, ser constante y tener la ilusión, las ganas y la pasión de que te va a tocar. Así que no es tan complicado.
Fuente: LA NACION – CRÉDITOS
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