Enormes deudas económicas y malos cálculos deportivos, algunas de las causas de la crisis.
“Santos, siempre Santos. Volveremos a sonreír”, escribió Neymar sobre un fondo negro y con un par de emojis de llanto y tristeza en sus historias de Instagram cuando el drama se había consumado. La derrota como local ante Fortaleza sobre la hora -gol del argentino Juan Martín Lucero- sumada a los triunfos del Vasco da Gama de Ramón Díaz y el 4 a 1 del Bahía sobre el Atlético Mineiro, decretaron lo que parecía imposible. El Peixe, uno de los tres únicos clubes brasileños que hasta el momento nunca habían sufrido el descenso, jugará en la Serie B en 2024. Ahora, sólo Flamengo y San Pablo podrán mostrar un currículum inmaculado.
Hace menos de un año, el 29 de diciembre de 2022, fallecía Pelé, el nombre que desde finales de los años 50 quedó atado eternamente al del club aurinegro del puerto paulista. Fue entonces que la entidad fundada en 1912 pasó a tener apellido, con el cual se instaló con luz propia en el estrellato futbolístico mundial: “el Santos de Pelé”. Ni antes, ni mucho menos después de 1974, cuando Edson Arantes do Nascimento se marchó a jugar al Cosmos del incipiente soccer estadounidense, el Peixe vivió un tiempo de esplendor semejante. Muy pocos podían imaginar hace doce meses que el fallecimiento de la máxima insignia de la institución salpicaría también y en tan poco tiempo el nombre del propio club.
La caída en desgracia del Santos, sin embargo, no resulta tan sorprendente para quienes siguen la actualidad cotidiana del fútbol brasileño. El 30 de enero de 2021, el equipo por entonces dirigido por Cuca y cuyas figuras más destacadas eran el juvenil Kaio Jorge (hoy en el Frosinone, de Italia), el defensor Lucas Veríssimo (ahora en Corinthians) y el venezolano Yeferson Soteldo, el único que continúa en el plantel, disputaba en el Maracaná la final de la Copa Libertadores 2020 ante Palmeiras. La derrota por 1 a 0 en tiempo agregado fue el último estertor de una institución que puertas adentro ya acumulaba síntomas suficientemente fuertes como para amenazar con desenlaces dramáticos.
Apenas un mes antes de aquel encuentro, Andrés Rueda, un empresario informático hispano-brasileño, matemático de profesión, había asumido la presidencia del Peixe con la promesa de enderezar una situación financiera muy preocupante. Pese a haber vendido a Rodrygo, en aquel momento apenas un garoto prometedor, al Real Madrid en 45 millones de dólares en 2019, el club arrastraba una deuda de unos 400 millones de reales (aproximadamente 80 millones de dólares) y estaba inhibido por la FIFA para inscribir jugadores. “Vine para salvar al Santos”, aseguró el nuevo mandatario, quien ya había sido derrotado en los comicios de tres años antes. Más que eso, Rueda aterrizó en Vila Belmiro con la intención de “moralizar” el fútbol. Un trienio más tarde, las cifras del balance económico permiten debatir sobre el éxito de su gestión en ese aspecto. En el otro, la derrota parece asegurada.
“Rueda es el gran culpable de este desastre. No el único, pero sí el mayor”, bramaron en la misma noche del miércoles y una vez consumado el descenso, varios de los periodistas más identificados con la camiseta aurinegra. Refractario a pagar comisiones y honorarios por transferencias a agentes y representantes, el profesor de Matemáticas pretendió ejercer una política contrafáctica en un mundo tan pasional como el fútbol: “Nosotros nunca abandonamos al equipo, pero no caímos en la tentación. Es muy fácil firmarle a un jugador un contrato por un millón de dólares, pero si a los tres meses no se le puede pagar aquello se convierte en una pirámide irreversible”, explicaba a medida que la calidad de los futbolistas del plantel iba decayendo y los resultados empezaban a caer en un tobogán.
Rueda había heredado una bomba de tiempo cuyo origen venía desde mucho más lejos. Pese a que en 2017, la consultora BDO otorgó a la marca Santos un valor equivalente al del pasivo de la entidad y las encuestas lo sitúan como el noveno club con más torcedores del país, ni siquiera la transferencia de Neymar al Barcelona en 2013 había logrado equilibrar las cuentas. Las comisiones pagadas y no declaradas por aquella venta fueron se convirtieron en un escándalo. Fueron causa de un juicio por corrupción en España y son el mejor ejemplo del manejo poco claro de las finanzas de la entidad.
El contraste con la época dorada, cuando el Santos se daba el lujo de despreciar su participación en la Copa Libertadores porque le resultaba mucho más rentable utilizar varios meses del año en giras por todo el mundo (al equipo de Pelé, Coutinho, Pepe y Zito se lo llegó a considerar los Globetrotters del fútbol), se hizo cada vez más ostensible en el presente siglo. En la caja fuerte pero también sobre el césped.
🤍🖤SANTOS SEMPRE SANTOS 🤍🖤 pic.twitter.com/t0kcM3w6Ia
— Neymar Jr (@neymarjr) December 7, 2023