/Lanzamiento – Forest Hills 1977 o cuando Guillermo Vilas fue más grande que nunca

Lanzamiento – Forest Hills 1977 o cuando Guillermo Vilas fue más grande que nunca

Un nuevo libro. Guillermo V1las. El número uno, es una publicación sobre el tenista argentino más relevante de la historia. Aquí, un fragmento de un momento único.

Guillermo Vilas no fue solamente uno de los mejores tenistas del mundo en su época, sino también uno de los más grandes deportistas argentinos de todos los tiempos. Está allí, bien arriba, en un Olimpo que puede compartir con MaradonaGinóbiliMessiFangio y otros gigantes que marcaron época.

Pero la huella de Vilas no refiere sólo a sus logros deportivos –que fueron inmensos y, hasta hoy, irrepetibles- sino a su legado (las excelentes generaciones que le siguieron en nuestro tenis) y a todo lo que significó como un fenómeno popular, en una década tan dura para la Argentina como la de los 70 y principios de los 80. Vilas produjo una auténtica revolución deportiva al transformar un deporte, que hasta aquel momento no se encontraba entre los más populares, en un fenómeno de masas, paralelo a la construcción de una industria que se mantiene hasta nuestros días.

Justamente el análisis de ese fenómeno y lo que significó Vilas para el deporte argentino es uno de los ejes de “Vilas / El número 1”, el libro del periodista de Clarín, Luis Vinker, editado por Planeta y que acaba de lanzarse.

El nuevo libro de Vilas, una investigación del periodista Luis Vinker.

El nuevo libro de Vilas, una investigación del periodista Luis Vinker.

“Antes de Maradona o Messi (o de Federer y Nadal), mucho antes de internet y las redes sociales, cuando no existían esas comitivas en las que el deportista viaja rodeado de un séquito XXL, un hombre solita su alma, recorrió el planeta ganando partidos y torneos y le dio a este país un regalo que no esperaba: un amor por el tenis que no se ha extinguido hasta hoy. De la mano de los recuerdos de un periodista que acompañó a Guillermo Vilas en sus años de gloria y sus mayores batallas, esta es la crónica de una vida de película, de una personalidad plena de aristas y del talento y la determinación que hicieron de El Gran Willy un ícono perfecto: el gran héroe deportivo nacional”, presenta Planeta.

“No exagero cuando defino a las sensaciones que provocaba Vilas en la cancha como un aura mágica, similar a lo que generaba Maradona en los estadios de fútbol”, apunta Franco Davin, quien entrenó a los dos tenistas argentinos que heredaron los títulos de Willy en los Grand Slam: Gaudio en Roland Garros y Del Potro en el US Open. “Alguna vez sostuvimos que nuestra aspiración en el tenis era que su mensaje y sus valores trascendieran los resultados deportivos. Entiendo que el tenis desarrolla un sentido de responsabilidad, es una actividad donde debemos aprender a convivir con las victorias, pero también con las frustra­ciones. El legado de Vilas como tenista también nos llega desde allí”, señala en el prólogo del libro Daniel Orsanic, capitán del equipo nacional que conquistó la Copa Davis.

Con testimonios de aquella época y también los recuerdos actuales de sus protagonistas –jugadores, entrenadores, dirigentes, periodistas, el libro refleja los aspectos humanos, profesionales, artísticos y sentimentales de una personalidad que marcó época.

El mejor. Vilas, cuando ganó el Abierto de EE.UU. en Forest Hills 77. /ARCHIVO

El mejor. Vilas, cuando ganó el Abierto de EE.UU. en Forest Hills 77. /ARCHIVO

Los éxitos y las frustraciones, los sueños del comienzo y las dudas del retiro, sus inquietudes artísticas y su actividad post-tenis, sus celebraciones y sus polémicas, el rol de los entrenadores, el recorrido trashumante y su relación con la fama, son algunos de los ejes de este libro para ilustrar el significado de un deportista extraordinario.

Cercano ya a cumplir 70 años el próximo 17 de agosto –afrontando difíciles condiciones de salud desde Montecarlo, donde se radicó hace algún tiempo junto a su esposa y sus cuatro hijos- Vilas recibirá en ese momento el testimonio de afecto, estímulo y admiración, que ya viene llegando de todo el mundo.

A continuación, uno de los capítulos de la obra.

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Forest Hills

Guillermo Vilas en el torneo de Forest Hill en 1977. (AP/Archivo)

Guillermo Vilas en el torneo de Forest Hill en 1977. (AP/Archivo)

Para 1977, el US Open representaba la meta suprema de la carrera de Guillermo Vilas. Después de ganar su primer Grand Slam en Roland Garros, irradiaba un aura —y un récord— de imbatibilidad en canchas lentas que le permitía ilusionarse. “Estaba muy cansado. Dos semanas antes, Tiriac me insistió: quizás no tendría otra chance de ser el mejor del mundo”, le contó a Eduardo Puppo. Era la despedida del torneo de la arcilla del West Side Tennis Club de Forest Hills, Queens, que se veía desplazado por el cemento del Corona Park, donde se alzaba el nuevo predio, Flushing Meadows.

Tras siete décadas, debía ser una despedida triunfal para el West Side. Pero el momento que vivía la sociedad estadounidense hizo que casi todo saliera mal. El respetado Bud Collins lo sintetizó en su columna del Boston Globe“Este Abierto ha combinado elementos de la evacuación de Saigón, el Crepúsculo de los Dioses, el Día de la Langosta y una fiesta”, exageraba, aunque la época no podía ser más compleja.

Nueva York vivía el “verano de Sam”. Se acercaba la caída de David Berkowitz, el asesino conocido como “Hijo de Sam”, que en enero había ejecutado a su quinta víctima —la secretaria Christine Freund— cerca de la estación de tren de Forest Hills. Apenas veinte días antes del torneo, sin embargo, un encuentro casual con una vecina del sitio de su última matanza llevó a la identificación del auto de Berkowitz y su captura. “Bueno, me encontraron”, les dijo a los policías John Falotico y William Gardella cuando lo encañonaron: “Yo soy Sam”.

Pero no era la única preocupación de los neoyorquinos. “Fue el año del Gran Apagón y los saqueos”, recordaba el periodista español Pedro Hernández. El anuncio del gobierno federal de que no financiaría la monstruosa deuda de la ciudad llevó a un corte de luz generalizado, que desató una serie de robos a negocios y casas. Era la última escala de un empobrecimiento que dejó imágenes célebres como el incendio de edificios —una iniciativa de los propios dueños, que buscaban cobrar el seguro— y los cortes de calles con la gente bañándose bajo los hidrantes que abrían a la fuerza.

Guillermo Vilas en el torneo de Forest Hill en 1977. (AP/Archivo)

Guillermo Vilas en el torneo de Forest Hill en 1977. (AP/Archivo)

Las cosas tampoco estaban tranquilas en lo deportivo. La tenista trans Renée Richards, que había competido cinco veces en el single masculino como Richard Raskins y a la que se le había impedido entrar en el cuadro femenino, llevó su reclamo hasta la Corte Suprema de Estados Unidos. La victoria obtenida en lo legal no significó para ella una solución: la organización debió asignarle guardaespaldas para llegar hasta la cancha. Una vez allí, la hostilidad de varias jugadoras —que vestían remeras con la inscripción I’m A Real Woman, o “Soy una mujer real”— le significó recibir el repudio del público. Derrotada en primera ronda por la británica Virginia Wade, anunció que iba a impugnar el partido, lo que finalmente no ocurrió. Una vez que pasó la tormenta Richards, apareció un directivo del West Side, William McCullough, denunciando que la USTA se llevaba el torneo porque consideraba que “Forest Hills se ha convertido en un barrio de la comunidad negra”. Una gran figura del deporte en los Estados UnidosArthur Ashe, salió a desmentirlo y lo acusó de racista.

También hubo piquetes contra la presencia de tenistas sudafricanos en pleno apartheid. En abril de ese año, los mismos manifestantes habían interrumpido un match de Copa Davis en California entre Estados Unidos y Sudáfrica, poco antes de la exclusión de los equipos de aquel país de la competencia. Y además de las (tristemente clásicas) amenazas de bomba, un aficionado fue baleado en el partido por la tercera ronda entre Eddie Dibbs y John McEnroe.

No fue la única controversia en el cuadro masculino: un tal Michael Fischbach llegó de la qualy a la tercera ronda —dejando afuera al héroe local, Stan Smith— con una raqueta de doble encordado cuyo uso sería prohibido por la Federación Internacional. Fue la misma con la que semanas más tarde, en Aix-En-Provence, Năstase rompería la histórica racha de Vilas.

Pero antes, llegaba la participación de Guillermo en el US Open, que tampoco estaría exenta de escándalos. Cuando el umpire decidió suspender el partido de semifinales ante el local Harold Solomon y pasarlo para la jornada de la tarde, las más de diez mil personas presentes bombardearon la cancha con lo que tenían a mano al grito de “queremos a Vilas”. El argentino ya era un fenómeno masivo, y uno de los favoritos del público. Muchos años antes de que Vilas pensara en agarrar una raqueta, un vecino de Rutherford, Nueva Jersey, que era pediatra pero llegó a la fama como poeta —y lo era: uno maravilloso—, llamado William Carlos Williams escribió algo que podía servir para que Guillermo se explicase las frustraciones que le generaba aquella meta esquiva del US Open. “Ninguna derrota se compone solo de derrota”, decía en su obra “El Descenso” (“The Descent”), “pues el mundo que descubre es uno siempre insospechado”. Así, a las caídas en 1975, cuando Orantes le ganó un encuentro que tenía al alcance, y en aquel 76 donde Jimmy Connors no le dio chance siempre se le superponía la imagen de la próxima oportunidad. Una que, como le había hecho saber su entrenador, esta vez sí podía ser la definitiva.

No era para menos. Vilas llegaba al Abierto en un momento inmejorable. Tras su eliminación en la tercera ronda de Wimbledon a manos de Billy Martin inició una histórica racha en canchas lentas que llegó a las cincuenta victorias al hilo, aunque se le computan 46 por un torneo —Rye, en el Reino Unido— que fue considerado como exhibición. Como sea, esta seguidilla jamás igualada en el tenis profesional lo tenía, al momento de pisar el West Side Tennis Club, en 39 triunfos. Sin embargo, el primer preclasificado seguía siendo Borg, que se había repuesto de la lesión que lo marginó de Roland Garros para ganar Wimbledon y encabezaba un cuadro de favoritos al que completaban Connors, Gottfried, Vilas (4º), Orantes, Ramírez, Năstase y Gerulaitis.

Guillermo Vilas en el torneo de Forest Hill en 1977. (AP/Archivo)

Guillermo Vilas en el torneo de Forest Hill en 1977. (AP/Archivo)

La primera sorpresa fue la eliminación del gran favorito. Otra vez Borg se marchaba amargado del US Open, el único gran torneo que nunca pudo ganar en su fantástica carrera. Una lesión en el hombro lo hizo abandonar ante Dick Stockton, décimo preclasificado. Por la tercera sección del cuadro, Vilas iba a un ritmo arrasador. No cedió ni un set contra Manuel Santana, Gene Mayer, Vic Amaya, José Higueras y Ray Moore hasta llegar a la semifinal ante Solomon. Este —un “devolvedor” implacable que agotaba la paciencia de sus rivales— tampoco pudo romper la racha, aunque llegó a un ajustado 7-6 en el segundo parcial antes de caer, él también, sin llevarse ninguno. En el horizonte aparecía la final, y en ella, el duelo ya conocido ante Jimmy Connors.

El local venía con buen paso, pero sin poder tampoco ganarse al público de Forest Hills. Contrariado, disparaba contra los periodistas —“me hacen preguntas estúpidas”, les espetó en una conferencia— en su camino también impecable, sin ceder ningún set, hasta la definición. Había llegado al último partido ganándole con suficiencia al italiano Corrado Barazzutti, una de las sorpresas, pero incluso en aquel partido había sido abucheado. ¿Su respuesta? “Este es mi torneo, y soy el único yanqui que les queda”, le dijo a la gente que le reprochaba su estilo provocador e incendiario. De cara a la final, a Connors se lo notaba cómodo con la controversia. Se anticipaba un duelo caldeado.

Lucho Hernández describió en El Gráfico la rutina de Vilas aquel domingo 11 de septiembre de 1977. Despertó temprano en el Westchester Hotel de Harrington, a unos cuarenta minutos de Forest Hills. Tras cumplir con su sesión matutina de footing, almorzó —carne, legumbres, jugo de naranja, ensalada y un té frío— y pasada la una de la tarde se subió al Chevrolet Nova gris alquilado que manejaba Tiriac y lo llevaría a la cancha. Una vez allí, el masajista oficial Bill Norris comenzó con el estiramiento con el que Vilas acostumbraba a despertar sus músculos. Nada en él parecía presagiar la histórica jornada que tenía por delante: más de doce mil personas —12.644, para ser exactos— en el lugar y unos 42 puntos de rating en la transmisión en directo de Canal 9. Todos los ojos puestos en él.

Sin embargo, poco parecía quedar de aquel Vilas impetuoso y confiado de las rondas anteriores. Dos quiebres en el quinto y séptimo game le alcanzaron a Connors para llevarse el parcial de apertura por 6-2. “Entré lento, me tenían atado los nervios y me movía mal, no le podía acertar a la pelota”, admitía. “Después de que perdió el primer set, le dije: ‘O jugás tenis o me voy. ¿Qué hago acá?’”, le contaría Tiriac al periodista Sebastián Torok recordando ese momento. Era parte de la dureza del coach, que había preparado el partido de una forma muy particular: “Antes de la final lo entrené dos horas en la cancha central. Entró así”. Por fortuna, las palabras del imperturbable rumano consiguieron hacer mella en Vilas, que cambió de táctica para el segundo set. Le contrapondría su revés con slice a la habitual agresividad de Connors, prescindiendo del top spin con el que había buscado confundirlo y que Jimbo decodificó a la perfección.

“Estaba tan bien entrenado que sus rivales le resistían veinte minutos y después se caían, pero él podía jugar tres horas”, recordaba Tiriac, y los frutos de su preparación se verían en los siguientes parciales. “Lo que me queda grabado del partido —escribió Guillermo Salatino, que esa noche transmitió por Canal 9— es el cambio de táctica radical que hizo Vilas no bien comenzado el segundo set”. Y completa el propio Vilas: “Me di cuenta de que él no podía seguir arriesgando sin empezar a errar. Pero lo que empecé a hacer bien fue sacar, fundamental para mantenerlo en el fondo de la cancha”.

Guillermo Vilas en el torneo de Forest Hill en 1977. (AP/Archivo)

Guillermo Vilas en el torneo de Forest Hill en 1977. (AP/Archivo)

Al cabo de dos horas, aprovechó su primera oportunidad de quiebre y empató el marcador en un parcial por lado. Según la crónica de Jorge Ruprecht en Clarín, allí se encontró la clave del partido: “Ganar el segundo set le significó transferirle al local la responsabilidad. Connors sintió la variante y nunca pudo escapar del asedio físico y psicológico al que lo sometía el progresivo empuje de Vilas”.

“A la hora de resolver el tie break del tercer set, uno estaba entero y el otro, herido”, seguía Ruprecht. Para Vilas era el momento de atacar, y lo hizo. “La definición en favor de nuestro compatriota fortaleció todavía más la sensación de que la suerte estaba echada”, un diagnóstico al que enfatizó un cuarto parcial en el que Guillermo marchó con ritmo constante hasta el 5-0 y 40-0 a favor. Allí, el festejo se hizo esperar. Así lo reflejaba Lucho Hernández: “La gloria estaba a su lado, pero le costó aprisionarla. Connors igualó y después de ese esfuerzo su mente falló. Se desconcentró y cometió doble falta. Ya no tuvo solución. Vilas devolvió de drive dos contestaciones más y pelota baja al drive. Connors le pega paralelo y la pelota se va lamiendo el fleje. Vilas salta, duda porque el linesman no aclaró su fallo. Lo mira y señala mala. Ahora sí se pueden dejar escapar las lágrimas, lo suben en andas…”.

Aquel fallo fue la única controversia posible. Connors reclamó, y aún hoy sostiene, que esa pelota que en la cancha los jueces dieron como mala, en realidad, fue buena. La demora del línea en dar su fallo dio pie a algunas especulaciones, que el propio Vilas se encargó de despejar. “Lo que nadie sabe es que hubo una reunión con el director, Bill Talbert, después del torneo. Eso me lo contó el mismo juez. Talbert le consultó por qué tardó tanto y él reconoció que se había emocionado frente a semejante estadio y la situación”. En 2002, el periodista Mariano Ryan le volvió a preguntar por aquel dictamen demorado y Vilas amplió su versión. “Lo volví a ver a ese juez de línea cinco o seis años después en una fiesta y le pregunté por qué había tardado tanto. Me dijo: ‘Por dos cosas. La primera, que quería estar seguro. Y la segunda, porque me encantó la idea de que el suspenso durara un poco más’”. Creer o reventar. El caso es que Jimbo aún no suelta el recuerdo. “Para mí ese partido no terminó, se sigue jugando”, le decía dos décadas después a Claudio Aisenberg, de Clarín.

El 2-6, 6-3, 7-6, 6-0 fue la victoria más relevante en la vida tenística de Willy. “Tres horas veinte de una historia inolvidable. Con un prólogo confuso y un final clarísimo. Una historia tallada golpe a golpe, segundo a segundo, jadeo a jadeo. Hay un hombre que se quedó con ella porque estuvo dispuesto a todo”, mistificaba la crónica de Ruprecht del día después. Fue una jornada extática, que volvía a Vilas —con sus dos títulos de Grand Slam de la temporada— el mejor tenista del mundo. La culminación del sueño de su vida profesional. Una noche de festejos para todos, o para casi todos. “Me fui a un restorán de Queens con quince argentinos”, contaba años más tarde Guillermo. “Tiriac ni vino a celebrar, se fue a otro lado a seguir trabajando”.

Fuente: Redacción Clarín – Clarín .com Deportes – Fotos: AP – Archivo – AP/Archivo – Clarín.com Deportes