Fue el 7 de febrero de 1960 en Buenos Aires. Marcó también el final de la primera etapa de la categoría en Argentina.
Tres meses antes de retirarse definitivamente como piloto a los 37 años, José Froilán González corrió su última carrera de Fórmula 1. Fue un Gran Premio de Argentina, la prueba a la que -invitado por Ferrari– nunca faltaba pese a que su último campeonato en el Gran Circo había sido el del subcampeonato de 1954.
Tras una temporada en la que ganó las 24 Horas de Le Mans y escoltó en el campeonato de F1 a Juan Manuel Fangio, la muerte de su amigo Onofre Marimón lo deprimió y provocó un alejamiento temprano en el mejor momento de su carrera. Sin embargo, cada vez que la categoría volvía a Buenos Aires, el Cabezón recibía una Ferrari y se presentaba, como ocurrió el 7 de febrero de hace 61 años.
Aquella vez, le tocó la más antigua de las cuatro máquinas (con motor trasero) que los italianos enviaron al país. Pero el primer día de actividad, el miércoles 3, Froilán marcó el récord del circuito número 2 del autódromo, que hasta entonces era de Fangio y luego fue batido primero por Joakim Bonnier y finalmente por Stirling Moss.
El calor agobiante del verano porteño marcó ese GP y provocó que aquel día el arrecifeño fuera uno de los pilotos que recibió un baldazo de agua fría mientras corría. Sin tiempo para frenar, la cara de Pepe quedó empapada al paso de la Ferrari número 32 por una curva.
Aunque llegó décimo a tres vueltas del ganador, Bruce McLaren -luego fundador de la escudería inglesa-, el arrecifeño cruzó la meta, algo que por agotamiento no lograron el británico Alan Stacey, el italo-venezolano Ettore Chimeri ni el español Antonio Creus.
Aquellos 77 giros al autódromo ahora conocido como Oscar y Juan Gálvez fueron los últimos de González en un F1, una aventura que había arrancado en 1950 y que se prolongó por 26 Grandes Premios, con 15 podios y dos victorias. Con la primera, además, se convirtió en el primer ganador con Ferrari, el 14 de julio de 1951 en el GP de Gran Bretaña.
La victoria de la Ferrari número 12, la primera de la Scuderia en la Fórmula 1. Foto Archivo
Tres meses y 8 días después de aquella carrera en Buenos Aires, en Uruguay, Froilán corrió en el autódromo «Víctor Borrat Fabini” de El Pinar, ganó con la Ferrari con motor Corvette, se coronó campeón sudamericano de la categoría Fuerza Libre, que tuvo carácter de internacional porque se corrió también en Argentina y Brasil, y colgó el casco.
Así, cerró un ciclo que había comenzado en 1946, con la Fuerza Limitada en Carmen de Areco y con el seudónimo «Canuto», un payaso de un circo que había pasado por Arrecifes.
Aunque la pasión por el automovilismo no terminó con él arriba de un auto. Ya retirado, y conciente de que el futuro del Turismo Carretera eran los autos compactos, se lució como proyectista y constructor, desarrollando los prototipos Chevitú y Chevitres.
Hasta su muerte, el 15 de junio de 2013, se mostró lúcido y dispuesto a participar de cada homenaje en el que lo requerían. Nunca, sin embargo, aceptó tener alguno de los vehículos en los que compitió. «No quise recuperar ninguno de los autos con los que corrí porque me hubiera hecho muy mal. Es mejor no verlos más, como si nunca hubieran existido«, confesó en una entrevista con Clarín.
Froilán González en una competencia de 1958, dos años antes de retirarse. Foto Archivo
Canuto, el «payaso» piloto
-Mirá, Froilán, acá dicen que este Canuto es de aquí, ¿tenés idea quién puede ser?
-Qué sé yo, papá, hay tantos locos en Arrecifes.
Nació en La Colonia, un paraje fundado por papá Isidro a las afueras de Arrecifes. Pero, en medio de esa tranquilidad, la velocidad siempre lo atrajo. Con apenas unos años, enganchó un carrito a Sangre, el perro de la familia, y la aventura terminó con Froilán enganchado a un alambrado cuando la mascota lo dejó tirado para perseguir una liebre.
Más grande, ya pupilo en un colegio salesiano, se transformó en «chofer» del cura hasta que un día de 1939 agarró el auto y se fue, lo que provocó que su padre lo retirara de la escuela y lo mandara a trabajar en el taller de su cuñado, el tío Julio Pérez. Fue su muerte, un año después mientras competía en las Mil Millas, lo que generó que ser piloto fuera una actividad prohibida por su padre y motivo para que el Cabezón eligiera mantenerlo en secreto, primero con el seudónimo de «Canuto» y más tarde con el de «Montemar».
González ganó el Gran Premio Eva Perón de 1954, en Costanera Norte. Foto Archivo
En una entrevista con El Gráfico antes de cumplir 90 años, Froilán contó que después de aquella primera carrera en Carmen de Areco le pareció que su padre «se había avivado». «Me cambié el seudónimo por el de Montemar, el nombre del caballo de un amigo que ganaba todas las cuadreras», anticipó antes de recordar una nueva escena familiar.
-Froilán, en el diario dicen que el ganó es de Arrecifes. ¿Sabés quien es Montemar? -lo interceptó de nuevo su padre en la mesa familiar.
-Qué sé yo, papá… -fue la escueta respuesta.
Pero la mentira salió a la luz. «Me echaron de casa cuando me descubrieron», rememoró quien cinco años después, tras las dos victorias en la Costanera Norte en la Temporada Internacional de 1951, se subiría al auto rojo de Ferrari.
Froilán en la Costanera Norte, donde ganó las carreras que lo llevaron a Ferrari. Foto Archivo
El inicio del éxito de Ferrari
El 21 de mayo de 1950, mientras Juan Manuel Fangio ganaba el GP de Mónaco, Froilán González provocaba un accidente en la primera vuelta tras chocar a un Nino Farina detenido en medio de la pista por un choque anterior y quedaba internado con quemaduras de segundo grado.
«Casi me tiro al mar. Corría con una Maserati del ACA y me dejaron la tapa del tanque de nafta sin asegurar. En la primera frenada se me viene todo el combustible sobre la espalda, el compresor largó fuego por el escape y me prendí fuego… Por un momento pensé en tirar el auto a la bahía para apagarlo, pero lo paré y rodé por el piso», contó en aquella entrevista de El Gráfico.
Menos de un año después, y por su actuación del otro lado del océano Atlántico en la previa de la segunda edición del Mundial de F1, recibió un telegrama de Enzo Ferrari y unos meses después, el 1° de julio, corrió su primera carrera con la Scudería, reemplazando a Dorino Serafini en el GP de Francia. Dos semanas más tarde, le dio su primer triunfo tras dominar los ensayos del viernes y marcar la pole en Silverstone.
El abrazo de Fangio a González en aquella recordada victoria del GP de Gran Bretaña. Foto Archivo
«Estaba muy nervioso. Faltaban como cinco minutos para la largada y empezó a sonar una sirena que me volvió loco. Me dio como un dolor de estómago. Desde los boxes se veía una casilla de madera, le saqué un pedazo de diario a mi mujer y me mandé, pasándoles como tiro a dos mujeres que había cerca de la puerta. Los nervios habían hecho lo suyo y fue tremendo… Cuando salí, vi el cartelito: decía Ladies (Señoras). ¡Por eso estaban las viejas! Les gané la carrera por ligero», dijo sobre aquel episodio.
Con Fangio como traductor de la charla previa de Charles Faroux en la que les advertía que no se adelantaran en la largada del GP de Gran Bretaña, Froilán recordó que nadie se movió cuando el francés bajó la bandera, lo que aprovechó Felice Bonetto para pasarlos con el Alfa Romeo. Sin embargo, el arrecifeño se recuperó, ganó con 51 segundos de ventaja sobre el Chueco y, al volver a Maranello, recibió el mismo contrato que Alberto Ascari y Luigi Villoresi.
«Yo no sabía nada de contratos, ni siquiera entendía italiano, así que lo único que pregunté fue si el seguro estaba incluido. ‘Todos mis pilotos están asegurados’, me dijo el Commendatore. ‘Entonces, ¿dónde hay que firmar?’, pregunté. Cobrábamos 2.500 dólares por cada carrera, y nos daban 150 mil liras cada vez que probábamos el auto en esos caminos sinuosos de las afueras de Maranello. Al año siguiente no me quedé: me fui con Juan a Maserati, que nos pagaba mejor. Se armó un despelote de la gran flauta», confesó.