El capitán de la selección puso en duda su presencia en el Mundial con un argumento irrebatible: la verdad que dicta su cuerpo.
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Messi ya había hecho las cuentas. Esta vez no se le podrá decir al periodismo que tituló la expectativa del partido con un gancho forzado. Él mismo instaló la idea de despedida. De comienzo de despedida, por lo menos. La simple proyección de la agenda de la selección le permitió ver que le costaría volver a jugar en su país con la camiseta que más quiere. Desde que así lo dijo todavía en Miami, supimos dos cosas: en primer término, que Leo ya comenzó a procesar el final de su carrera y, también, que no es eterno ni lo que parece.
En el Monumental fue por más. Sin quererlo, le bastó con decir lo que piensa, con su sencillez de siempre. Cuando terminó el partido frente a Venezuela, una noche para la historia del 10 dentro de un equipo que ya está en la historia, repitió lo que debe decirse en la ducha o antes de conciliar el sueño: “Tengo que ser sincero conmigo. Si no estoy bien, prefiero no estar”. Toda una declaración de principios. Messi no se va a permitir un final deslucido. Y sabe que el almanaque juega.
De cada tres gambetas, una puede no resultarle. Y a veces, dos. Incluso puede robarle una pelota el venezolano Christian Makoun. Pero el problema no está en lo futbolístico. El genio insiste. Y el jueves terminó siendo el mejor en una noche repleta de figuras. Alguno podría imaginar que, en la recta final de su carrera, jugará más retrasado, lejos de la congestión de los rivales. Así no sería Messi, que convive a gusto con la responsabilidad de ganar el partido desde hace dos décadas.

El tema pasa por su estado físico. En esa declaración post 3-0, encontró interesante el hecho de haber jugado tres partidos seguidos, algo que en otra época hubiese sido un dato irrelevante. En poco más de un año sufrió lesiones con la misma frecuencia de sus primeras temporadas, cuando no había cambiado su alimentación y era propenso a los problemas musculares. Las ausencias le sacaron ritmo en sus regresos, lo reconoció. Antes quería jugar siempre, hoy supuestamente entiende que debe dosificar esfuerzos. Pero le dice al técnico que quiera oír que su mejor entrenamiento sigue siendo la continuidad de partidos.
El llanto en el banco de suplentes del Hard Rock de Miami, sentado después de haber salido en plena final de la Copa América 2024, evidenciaba su bronca y escondía su desazón: en ese momento no sabía si tendría una posibilidad más de coronarse haciendo lo que tanto le gusta. Hoy tampoco lo sabe, aunque hará todo para lograrlo. Por eso se refirió a la necesidad de terminar bien la MLS actual, lo que evitaría que deje de estar activo en octubre como en la anterior, y de realizar una pretemporada acorde a un cuerpo de 38 años. “Nueve meses pasan muy rápido y al mismo tiempo es un montón”, bromeó. Es decir, con estirar el cuerpo alcanza para llegar; pero el cuerpo tiene que estar firme.
Tal vez la mejor manera de no finalizar algo es tener presente que el final es una posibilidad muy cierta. Probablemente así se eliminen temores y presiones. Más allá de eso, terminar una historia intensa, tan buscada y lograda siempre será traumático. Fue conmovedor verlo emocionado no en un festejo ni en un repaso de lo ganado sino ¡en un calentamiento! Como si tuviese que exprimir cada momento. Fue su último partido con puntos en juego en la Argentina. Seguramente habrá, cuando llegue el caso, un partido como homenaje o definitiva despedida. Pero de ninguna manera un animal competitivo podrá conformarse con el solo hecho de jugar.

La selección, paradójicamente, se encuentra en el mejor momento posible para desapegarse de su capitán. El jueves jugaron cinco futbolistas que en algún momento fueron números 10. Messi tuvo todo tipo de variantes para asociarse; entre ellos, jugadores que podrían asumir la responsabilidad de la creación que hace 20 años le pertenece al mismo. La existencia de Thiago Almada, Franco Mastantuono y Nicolás Paz permite imaginar que habrá sucesores no a su altura pero sí en su línea. El estilo aceitado, la vigencia de las individualidades (Leandro Paredes vive una segunda juventud en la selección) y rendimientos sin Messi como la goleada a Brasil aseguran continuidad. Sólo resta saber si lo hecho podrá ser ratificado cuando definitivamente no esté. Cuando haya que dirimir el vacío de liderazgo de manera permanente.
Es que, en todos estos años, Messi lideró. Pudo haber llevado tiempo entender ese estilo de liderazgo, alejado de toda prepotencia y todo exhibicionismo. De tan simples, ya son absurdas sus formas. Es el profesional de carrera más alta que conozcamos y la persona de perfil más bajo que consideremos. ¿Quién te creés que sos? ¿Messi? No, justamente el que se crea Messi nunca se agrandará. Messi no simula. No inventa excusas. Se pelea más que antes, es cierto; hasta sin sentido. Pero no quiere figurar más que para ganar los partidos. No deja pasar un encuentro, una jugada, una definición sin la debida atención. Que haya dicho que si no está bien prefiere no estar debe ser parte del legado. Cuando ya no esté en la selección (suponiendo y esperando que será después del Mundial), quienes sigan podrán volcar lo aprendido. Podrá resumirse en una bandera: hasta la búsqueda de la excelencia, siempre.