La escasa seriedad exhibida por algunas de las organizaciones que rigen al boxeo en las últimas décadas invita a legitimar y reconocer a distintas epopeyas pugilísticas que quedaron derruidas en el tiempo, con méritos suficientes -sin duda- para acogerse a una reparación histórica.
Este pronunciamiento implica que la representación de los campeonatos mundiales de hace un siglo, sin sellos ni logos federativos, eran tan serios como o más que los pomposos cinturones actuales, provenientes de decenas de siglas irreconocibles ofertantes de pergaminos sin rankings o coronas de un mismo peso, repartidos como porciones de pizza por una misma institución por un pago de aranceles.
Por lo tanto, sería útil oficializar todo aquello valioso que quedó sepultado en el anecdotario.
Hubo un suceso excluyente en el deporte nacional que amerita los máximos lauros y resultó excluido a la hora del «gran revisionismo». Se llevó a cabo 12 de agosto de 1916, en el teatro Roma, de Avenida Mitre 227, Avellaneda, y estuvo en juego el campeonato mundial pesado de la raza negra. Empataron, en 20 rounds, el canadiense Sam Langford -titular- y el norteamericano San McVea, que se enfrentaban por 14ª vez en sus dilatadas carreras. Ambos representaban la máxima jerarquía en el boxeo de color junto a Harry Wills, «La Pantera de Nueva Orleáns», futuro rival de Luis Ángel Firpo.
Marcelo Peacan del Sar, presidente de Buenos Aires Boxing Club, alentado por el permiso extraordinario que la municipalidad porteña había otorgado en 1915 para que el campeón mundial pesado Jack Johnson combatiera en la Sociedad Rural de Palermo y creyendo poder repetir tal autorización, decidió contratar una troupe de afamados boxeadores negros con quienes las primeras figuras «blancas», tales los casos de John L. Sullivan, James Corbett y Jack Dempsey, nunca quisieron enfrentarse. Pero no tuvo suerte: el Concejo Deliberante de la Ciudad denegó su petición y él debió cruzar el riachuelo.
La pelea Langford vs. Mc Vea debía tener lugar el 6 de agosto de 1916 en la cancha de Racing, en Avellaneda, pero finalmente se concretó el día 16 en el teatro Roma.
LA NACION, cuya dirección periodística estaba a cargo de Jorge Mitre, nieto del general don Bartolomé Mitre, efectuó una intensa cobertura en su página de «sports». Extraemos lo siguiente: «Langford, ex rival de Jack Johnson, es un artista del ring por su golpe de vista y Mc Vea, que perdió también con Johnson por esta corona, es tan conocido en Europa como en América. El grado de perfección que ambos alcanzaron demostró qué es el arte del boxeo. Maestros en su estilo propio lograron altos elogios en la crítica. El local aparecía rebosante por la concurrencia, que agotó las 600 entradas y se debió suspender la venta. Muchos debieron volver al centro a través de los tranvías 21 y 22. La pelea fue a 20 rounds y los últimos fueron los más rudos. En algún momento Langford sangró levemente en sus labios. El afamado árbitro Williams Joe fue la única autoridad y dio empate, levantando los brazos de los atletas ni bien terminó el match. No hubo quejas por el fallo».
Langford y McVea fueron incluidos post mortem en el International Boxing Hall of Fame, de Canastota (1990 y 2018), actos que destacan la reputación de este match.
Hoy todo se analiza sin mayor profundidad. Se debería estudiar la idoneidad de este combate y señalarlo como el primer título mundial válido realizado en el país. Hace 104 años, las páginas de sports de LA NACION tuvieron una visión muy especial sobre este desafío que muy pocos comprendieron en aquella época.