Falleció a los 85 años; fue el primer entrenador en ser campeón con tres equipos distintos.
A los 85 años, falleció José Yudica, destacado futbolista en las décadas del 50 y 60, y entrenador que combinó la conquista de históricos títulos en Quilmes, Newell’s y Argentinos con una idea de juego ofensiva.
El “Piojo” Yudica fue un hombre sencillo, de una sola pieza, inmunizado contra los vicios del fútbol por propia convicción, de una moral irreductible. De verbo claro y mirada seria. Con esos principios transitó por el fútbol argentino durante más de 40 años, desde que debutó en la primera de Newell’s con 17, como un wing izquierdo gambeteador y con llegada al gol, hasta que completó una carrera de director técnico con varios hitos, todos tan importantes como el respeto y reconocimiento a una conducta que garantizaba transparencia y rectitud.
Con Yudica no había dobles mensajes ni ventajismos. A mediados de 2010, cuando LA NACION lo reunió junto con su colega Roberto Saporiti para analizar el Clausura que había ganado el Argentinos dirigido por Claudio Borghi, a la pregunta de por qué no estaba dirigiendo, respondió sin eufemismos: “Ganas tengo, pero nadie me llama. Será porque no estoy dispuesto a aceptar ciertos manejos del fútbol”.
Su capacidad como entrenador estuvo por demás probada. Sobrepasó expectativas, potenció recursos. Fue el primer director técnico en obtener tres títulos locales con equipos distintos, ninguno llamado a ser campeón por historia o por peso específico. Lo consiguió con Quilmes en 1978, al que había sido llamado para salvarlo del descenso y lo condujo al único título del cervecero en el profesionalismo. Se impuso en un cabeza a cabeza con el Boca de Juan Carlos “Toto” Lorenzo, campeón el año anterior de la Copa Intercontinental frente al Borussia Moenchengladbach. Siguió con Argentinos en 1985, cuando repitió el título que un año antes había conseguido Saporiti, y con Newell’s en 1987/88.
Argentinos vivió la mayor gloria internacional con Yudica en 1985 al obtener la Copa Libertadores, en la final por penales que le ganó a América de Cali. Fue en un tercer partido de desempate disputado en Asunción, luego de cada uno ganara 1-0 de local. En el estadio Defensores del Chaco igualaron 1-1, con goles de Emilio Commisso para Argentinos y Ricardo Gareca para los colombianos. Mario Videla convirtió el penal de la victoria 5-4.
La inolvidable final Intercontinental entre Argentinos y Juventus
El caso del club rosarino tuvo connotaciones especiales para él: “Me sucedió lo que les pasa a pocos. Ser hincha del club, exjugador y, además, entrenador campeón. Es como una de esas películas que no se olvidan”. Ese Newell’s llevaba un sello de fábrica: todos sus titulares habían surgido de las divisiones inferiores. Desde el arquero Scoponi, pasando por Sensini en la defensa, Martino en la creación, y un ataque integrado por Balbo, Almirón y Alfaro. Todos criados por ese formador de juveniles que fue Jorge Griffa. También fue el conductor del histórico Argentinos que ganó la Copa Libertadores 1985. En 1982, tras la salida de Juan Carlos Lorenzo durante la primera rueda, completó la campaña del ascenso de San Lorenzo a la primera división. También ascendió con Quilmes en 1981.
“No me puedo quejar. Me fue bien, jugando y dirigiendo. Eso sí: siempre respetando una línea y estilo de fútbol, una forma de jugar. Lo que me genera orgullo es que nunca me traicioné, ni quise ganar partidos o títulos haciendo lo que no sentía. Eso conmigo nunca tuvo cabida”, rememoró en abril de 2020, en una entrevista con el portal CatamarcActual.
Esa fidelidad a un ideario no admitió concesiones ni en el que pudo haber sido el punto culminante de su trayectoria como entrenador: la final de la Copa Intercontinental 1985 que Juventus le ganó a Argentinos en definición por penales, luego de un empate 2-2. A 15 minutos del final, el Bicho vencía 2-1; con el resultado puesto, luego algunos le reclamaron al Piojo un cambio defensivo para asegurar la ventaja. Yudica tuvo una respuesta contundente a esa demanda: “Los que pensaban eso, no me conocían. Argentinos tenía un verdadero equipazo. No entraba en mi cabeza especular. Si Argentinos había llegado hasta ahí era porque había ido al frente en todos lados, no por un juego conservador”.
El título con Argentinos en la Libertadores
Por esa manera de entender el fútbol hay que agradecerle a Yudica la que es consideraba una de las mejores finales en la historia de la Intercontinental. En el estadio Nacional de Tokio se enfrentaron un equipo que tenía a Sergio Batista y Claudio Borghi contra uno que le oponía a Michel Platini, Michael Laudrup y Aldo Serena. Como postal indeleble quedó aquella pose de Platini, tirado de costado sobre el campo y con un brazo sosteniendo su cabeza, sin entender el golazo que le habían anulado tras un sombrero y un zurdazo pegado a un poste del arco que defendía Quique Vidallé.
Como jugador, Yudica perteneció a una generación en la que el fútbol se aprendía en los potreros, filosofía de juego que luego también se aplicaba en la manera de dirigir. La técnica era más consideraba que la potencia, la ambición que la mezquindad y las sociedades que la obsesión táctica. De ahí su identificación con César Luis Menotti: “La selección argentina que dirigió y sus equipos jugaban el fútbol que yo quería, al ataque. Pero yo nunca copié a nadie”.
Su carrera como jugador, tras surgir en Newell’s, tuvo etapas en otros siete clubes argentinos (Boca, Vélez, Estudiantes, Platense, Quilmes, Talleres de Remedios de Escalada y San Telmo), más una escala en el exterior, en Deportivo Cali, donde fue campeón. Aquel wing habilidoso e incisivo de sus comienzos se reconvirtió con los años en un media-punta más pensante. Hizo 56 goles en 318 partidos. Con 19 años fue convocado al seleccionado argentino, en el que debutó junto con Humberto Maschio, Oreste Corbatta y Rogelio Domínguez. Solo disputó cuatro cotejos y marcó un gol, a Brasil, en el Torneo Panamericano de 1956.
Un año después de colgar los botines comenzó en 1972 la carrera de director técnico en Altos Hornos Zapla de Jujuy, al frente de un plantel semi-profesional, al que estuvo cerca de clasificar en 1974 para la rueda final del extinto Torneo Nacional. A su querido Newell’s lo dirigió en cuatro etapas, en una de las cuales le tocó comprobar la insaciable curiosidad de un joven Marcelo Bielsa: “Era una máquina de preguntar. No paraba. Quería saber hasta lo que él ya sabía. Una vez lo sorprendí detrás de un armario escuchando la charla que yo le daba al plantel”.
Por el buen recuerdo que había dejado como jugador, en 1993 volvió a Deportivo Cali como DT; su otra experiencia en el extranjero fue en Pachuca de México. Además de los clubes ya citados, en la Argentina dirigió a Colón, Estudiantes, Unión, Vélez y Platense.
La violencia y la corrupción lo fueron alejando del fútbol. Nunca fue dócil ni complaciente con los manejos espurios. Cuando en 1992 recibió una apretada de la barra brava de Argentinos, su hijo y ayudante de campo, José, sacó un arma de fuego para dispersar a los agresores. “Cuando tuve problemas, nadie me defendió. Ni siquiera los dirigentes. Muchas veces son ellos los que mandan a esta gente a amenazar”, expresó resignado.
Desde hace varios años vivía en Banfield, junto con su esposa, Antonia, a la que conoció cuando tenía 17 años. Cuando iba al fondo de su casa le seguía pegando de zurda a una pelota, mientras se quejaba del fútbol argentino (“se juega feo, se pega mucho, hay demasiada mala intención”) y rescataba al River de Marcelo Gallardo (“es el fútbol que me gusta ver, no quiero otro”). Había nacido en Rosario el 23 de febrero de 1936. Fue coherente en el fútbol y en la vida hasta el final.