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Messi, la trama inposible

Un VHS, un cocinero y una obsesión: la noche helada en la que el genio se hizo argentino.

Billy Rodas nunca subió a ese avión. Arriba, todo un plantel lo esperaba: sus compañeros de la selección argentina Sub 17. Había que despegar, otros pasajeros se preguntaban qué pasaba, pero los encargados de la delegación convencieron al piloto de esperar un poco más. Media hora. Cuarenta minutos. Una esperanza inutil. El crack, figura del equipo que había salido campeón en el Sudamericano de ese 2003 en Bolivia, no apareció. Una crianza difícil y una adolescencia turbulenta no maridaban con su extraordinario talento precoz. Ya en el aire, con una gira por delante para calibrar el equipo que viajaría en unos meses a jugar el Mundial en Finlandia, Ezequiel Garay, que jugaba en Newell’s igual que Rodas, se acercó a un empleado de la AFA y le soltó un nombre nuevo: “No se preocupe, señor. El de Newell’s que es bueno se llama Messi”. Un instante fundacional: en ese punto incierto del planisferio, y a miles de metros de altura, sonaba por primera vez en el sistema solar de las selecciones argentinas un apellido de origen italiano llamado a ser su estrella más fulgurante.

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EL NIÑO IMPARABLE
Según las estadísticas de la Asociación Rosarina de Fútbol, Messi hizo 234 goles en 176 partidos, en los cinco años que jugó en las divisiones juveniles de Newell’s

Esta historia es una precuela. No se hubiera escrito ni una línea de literatura argentina sobre él, ni se hubieran estrenado dos películas en el cine sobre la gesta de Qatar, ni cinco millones de personas hubieran generado la manifestación popular más grande de la historia del país sin la obstinación de su protagonista. Ese chico rosarino del que hablaba todo el mundo del fútbol en Barcelona, pero que en Argentina casi nadie registraba, pese a su persistente deseo. El que rechazaba una y otra vez los galanteos de la selección española, que para ficharlo quería convencerlo hasta con regalos. ¿Qué hubiera pasado si…? Mejor ni imaginarlo. Un comienzo del camino que desembocó en el final feliz del 29 de junio de 2004, la noche en que Lionel Andrés Messi debutó en la selección argentina Sub 20, puede situarse en el lobby del hotel Princesa Sofía, en Barcelona, en mayo de 2003. Esa tarde, Horacio Gaggioli -rosarino también, que trabajaba para el influyente catalán Josep Minguella, primer representante de Messi en aquellas tierras- llamó desde el lobby a la habitación de Claudio Vivas, asistente de Marcelo Bielsa en la selección mayor. Ellos andaban por la ciudad para conversar con futbolistas que citarían para dos amistosos ante Japón y Corea del Sur del mes siguiente. Vivas estaba analizando videos de esos jugadores, una tarea metódica que exige concentración, por lo que el llamado lo fastidió. Pero igual bajó. El emisario le entregó una cinta de video VHS, repleta de jugadas del genio desconocido. “Me lo entregó en la mano”, detalla Vivas desde Costa Rica, donde trabaja como coordinador de las selecciones de ese país, “y me contó que eran imágenes de un chico argentino, también de Rosario como yo, que jugaba en Barcelona y se moría por ser llamado por la selección”. Vivas, desconfiado por naturaleza, subió, incrustó el tape en la videocasetera y puso play. No podía creer lo que estaba viendo: el chico de melenita gambeteaba a los rivales como si fueran postes y rara vez fallaba frente al arco. Al rato, cuando Bielsa volvió al hotel de una caminata, le contó la historia. Lo invitó a sentarse y volvió a poner play. Bielsa vio las primeras jugadas y se molestó. Le dio una palmadita en la pierna a Vivas. —¡Póngalo en velocidad normal, Claudio! —Está en velocidad normal, Marcelo. El video, a pedido de Minguella, lo había editado Jaume Marcet, empleado de Barça TV, el canal oficial del club. “No hice nada especial”, se quita importancia desde la capital catalana, “solo puse allí lo que Leo hacía en cada partido”. Eso que, a 13 mil kilómetros de distancia, otros le habían visto hacer en las categorías infantiles de Newell’s, hasta que el 17 de septiembre de 2000 se subió a un avión en Ezeiza para irse a España detrás de su sueño de jugar en Barcelona. Cuando dejó de ser un pibe y se convirtió en chaval.

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UN PRODIGIO ARGENTINO
El 7 de marzo de 2001, después de seis meses de esperar la habilitación para poder jugar,
debutó en las juveniles de Barcelona. Le dieron la camiseta 9 e hizo un gol

Este cuento real podría tener otra intro. Y datarse el 27 de agosto de 2003, en Helsinki. Esa tarde, en el estadio Toolo, España le ganó un partidazo a la Argentina. Hubo épica y un amigo de Messi cómo héroe: España perdía 2-0, llegó al empate y en el minuto 118 el catalán Cesc Fábregas anotó el gol del triunfo que postergó en semifinales la ilusión argentina. La única deuda de todas las selecciones albicelestes seguía sin saldarse: salir campeón mundial Sub 17. A la noche, ni el resultado todavía caliente rompió el protocolo de la cena compartida entre las delegaciones, que habitaban el mismo hotel. Ya de sobremesa, Javier Arbizu, el cocinero que había llevado la Federación española, irrumpió en el comedor y le apuntó directamente a Hugo Tocalli, el entrenador argentino. No pidió permiso para hablarle: “Si tu traías a ese chaval del Barcelona, eran campeones”. El propio Tocalli, sentado al sol del otoño porteño dos décadas después, recrea la escena completa: “Yo lo miro y le digo ‘¿Quién? ¿Messi?’. Y me responde: ‘Sí, Messi. ¿¡Cómo lo conoces y no lo has traído!?’. Miré hacía la mesa y estaba (Ángel María) Villar, el presidente de la Federación, sentado con el resto de los españoles.Y el técnico, Juan Santisteban, me dice; ‘Hugo, nosotros lo fuimos a buscar para nacionalizarlo español y no quiso. Él quiere jugar con ustedes’. Me hizo peor, me agarró una desesperación tremenda. Si lo perdíamos, iba a ser mi culpa”, asume, y la cara se le transforma, teletransportado a aquella madrugada finlandesa.

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BILLY, EL CRACK QUE NO LLEGÓ
Gustavo Rodas deslumbró en Newell’s y la selección juvenil antes que Messi, al que le llevaba un año. Usaba la número 10, que esperaba por su siguiente dueño. El definitivo

Tocalli sentía remordimiento porque había decidido dejar pasar una alerta concreta. Es que cuando faltaban diez días para viajar a Finlandia con un plantel que, por edad, Messi podía integrar, se había reunido con Vivas, recién llegado al país tras aquellos amistosos de la selección mayor. El asistente de Bielsa le habló del emisario que se le apareció en el hotel de Barcelona, le mostró el video y le contó que en España querían comprarse la joya. Pero Tocalli, fiel a los principios escritos hacía años por José Pekerman, su antiguo líder, eligió mantener a los jugadores con los que había trabajado en los dos años de preparación. El número 10, tan simbólico para el fútbol argentino, en el Mundial lo llevó un chico de San Lorenzo llamado Mariano Hassell, que vio todo el partido decisivo contra España desde el banco de suplentes. Tras el cuarto puesto alcanzado en Finlandia, Tocalli cambió el chip y viajó en noviembre como técnico de la Sub 20 al Mundial de la categoría en Emiratos Árabes Unidos. Y otra vez lo mismo: un cruce con la delegación española y más comentarios sobre el chaval que unos días antes del debut de Argentina y con 16 años había debutado en la primera del Barcelona en un amistoso ante Porto, de Portugal. A Tocalli le hervía la cabeza.

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LA ESPERA INTERMINABLE
Messi debutó en la primera de Barcelona a los 16, mientras Tocalli y la Sub 17 jugaban el Mundial sin él. Claudio Vivas, asistente de Bielsa, fue el primero en recibir información de ese chico que deslumbraba en España. Hasta que el día en que Argentina venció a Ecuador en el Monumental, el 30 de marzo de 2004, se activó la “Operación Messi”

Esta carrera en cámara lenta bien podría tener su disparo de largada en el estadio Monumental de Buenos Aires, el martes 30 de marzo de 2004, antes del triunfo de la selección mayor por 1-0 ante Ecuador, por las eliminatorias. Eran los últimos meses de Bielsa como entrenador del equipo, pero eso ni siquiera él lo sabía. Y es otra historia. En una oficina del estadio hubo una cumbre relámpago pedida por Tocalli: tenía que hablar con Julio Grondona, presidente de la AFA. Le contó todo sobre el caso del muchachito de la película, que el veterano dirigente ya había escuchado nombrar, y el riesgo que se estaba corriendo por la presión de los españoles, que no cesaba pese a tantos rebotes en la cara. ¡Si Argentina no lo llamaba! Grondona fue práctico: “Organicemos un partido y traigámoslo”. Serían dos. La orden llegó enseguida a Omar Souto, empleado del departamento de selecciones -hoy, gerente del área-. Era el mismo que, casualmente, había sido destinatario del vaticinio de Garay casi dos años antes, arriba de un avión. Souto, diligente, fue a lo suyo: trabajar. ¿Pero por dónde empezar? Él mismo lo cuenta otra vez, mirando por el ventanal de su oficina del predio de Ezeiza el camino que conduce al televisadísimo portón de ingreso de la AFA. Aviso para centennials interesados en este artículo: eran épocas en que las redes sociales no existían, ni la facilidad para ver en vivo lo que pasa en una esquina de Nueva Delhi o un aeropuerto de Sydney, como ahora. Souto se subió a su auto, salió del predio, fue a un locutorio -lugares a los que las personas acudían para hacer llamados de teléfono-, pidió una guía telefónica de Rosario, su verdadero propósito de la excursión, y entró a una cabina. Cortó la página donde figuraban todos quienes tenían el apellido Messi e hizo un llamado a su propia casa, para justificar la visita al lugar. Pagó y se fue. Ya tenía una punta para desenredar el ovillo. Otra vez en su oficina, distinta a la que ahora ocupa, pero en el mismo lugar, empezó a llamar a los Messi de la guía. Dio con la abuela, que no tenía el número de España que Souto buscaba. Habló con el tío y ¡bingo! Por fin, consiguió el teléfono de los Messi que habían emigrado a Barcelona. Cuando llamó, lo atendió Jorge Messi y Souto fue al grano. —Le hablo de la selección argentina, quiero contactar a Leonardo Messi. —No no, no se llama Leonardo, se llama Lionel. ¡Al fin lo llamaron! Mi hijo quiere jugar para Argentina.

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BUSCANDO AL GENIO
Omar Souto hizo un trabajo de investigación muy minucioso desde la AFA hasta dar con la familia Messi en Barcelona. Empezó cortando la página de una guía telefónica de Rosario

Messi cumplió 17 años en el aire. Fue, podría decirse, apenas su primer festejo de cumpleaños en la órbita de la selección argentina. Vendrían muchos más: ahí están los artículos revisionistas de los diarios, que cada 24 de junio hacen la cuenta de las veces que transcurrió ese día especial concentrado con el equipo en Mundiales y Copas América. Pero el primero, que no figura en esos recordatorios, fue aquel. Buena parte del aniversario lo vivió en dos aviones: el primero lo llevó de Barcelona a Madrid y el segundo, de la capital española a Ezeiza. Con él iban su papá y Fabían Soldini, que había sido clave en la mudanza de la familia a Barcelona. Los tres se presentaron en la puerta del predio de la AFA a primera hora de la mañana del viernes 25. Eran los primeros fríos del invierno. Franquearon el ingreso y caminaron 250 metros por la calle de entrada hasta lo que hoy se conoce como Módulo 1: el lugar de concentración de las selecciones juveniles. Para darles la bienvenida, de a uno aparecieron Tocalli, el propio Souto y Gerardo Salorio, el histriónico preparador físico del plantel de la Sub 20, al que el de los flamantes 17 venía a sumarse. Cuenta la leyenda que Salorio le vio la melenita y le soltó: “Nene, te tenés que cortar el pelo. Si no, acá no jugás”. Un mito que el hombre de los bigotes tupidos de entonces no desmiente: le gusta que corra así. “Llegó y nos abrazamos”, detalla Lautaro Formica, su protector desde el inicio: junto a Garay, eran los únicos a los que Messi conocía, de haber jugado juntos en Newell’s. No hubo demasiado tiempo para protocolos: a entrenar. Y pasó lo de siempre, pero por primera vez allí: el tímido la rompió en la práctica. “Era como en las películas de fútbol de los ‘40 o ‘50, que veías al humorista que gambeteaba a todos y los pasaba por encima. Vos decis, ‘esto no puede ser verdad’”, grafica Salorio. “Lo primero que pensé fue: ‘Cómo puede ser que que frene y gambetee a la velocidad que va’. No te olvides de que era dos años más chico que todos nosotros”, remarca Nereo Champagne, el arquero titular del equipo. “Era una cosa de locos, los controles que hacía, cómo aceleraba. Estaba viendo al del video”, remata Tocalli. Terminó el entrenamiento y llegó la libertad para todos, hasta el lunes. Los Messi y Soldini se fueron a Rosario, sin que la prensa se percatara de lo que estaba por pasar. Al regreso, ocurriría lo único que les importaba a todos: un partido de la Sub 20 que blindara a Messi eternamente. Que le cumpliera su propio deseo. Que lo convirtiera, ahora sí, en argentino. Argentino para siempre. Había que contar las horas hasta el martes a la noche.

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TESTIGOS PRIVILEGIADOS
Salorio y Tocalli fueron los que lo recibieron en la Sub 17. Abajo, el periodista que lo siguió a ras del suelo en el campo de juego y el árbitro que dirigió el partido… pese a ser argentino

“Esta noche, a las 20.30, en la cancha de Argentinos, el Sub 20 jugará un amistoso contra Paraguay. El árbitro será Gabriel Brazenas y las entradas costarán cinco pesos.” El 29 de junio de 2004, en la página 7 del suplemento de deportes, LA NACION le dedicó al acontecimiento cinco líneas en una columna de noticias breves: la noticia aparentemente no valía más que eso. “Algo habré hecho mal para que me manden acá”, refunfuñó camino a la cancha Héctor Gallo, periodista de TyC Sports, que debería cubrir la información al lado del banco de suplentes local. “Me llamó el día anterior un empleado de la AFA para designarme y me remarcó que llevara planillas oficiales de FIFA para anotar los equipos. Me sonó raro: ¿planillas oficiales para un amistoso de juveniles? ¿Y ponían un árbitro argentino para dirigir a Argentina?”, revive Brazenas ahora, parado en el círculo central de la misma cancha. “Habría unas 200 personas”, calcula Souto. “Yo tenía decidido arrancar con los de siempre y poner al pibe en el segundo tiempo”, vuelve Tocalli, sentado en el banco que ocupó esa noche. Llovizna, martes, frío. En una de las desoladas tribunas había una bandera: “Fuera FMI”, se leía. El partido era un chiste. Como Gallo, Mario Quinteros, fotógrafo de Clarín, llegó al lugar con los dedos agarrotados. Pero tenía que calentarlos: alguien en la redacción le había encomendado sacarle una foto al que iba a debutar. Había un dato. “Me acerco al banco, veo todos pibes jóvenes y les digo: ‘¿quién es Messi?’. Salta él, que estaba en el medio, y dice: ‘Soy yo’. ‘Necesito hacerte una foto’, le pido. ‘Bueno, pero sacame acá con mis compañeros’”. Quinteros recuerda el diálogo línea por línea, de tantas veces que lo repitió en asados con amigos. El chico de melenita sin cortar y buzo oscuro sobre la camiseta movió levemente el cuerpo hacia adelante. Click.

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LA IMAGEN CON TODOS
Cuando el fotógrafo lo fue a buscar, el recién llegado no quiso que le tomara la imagen solo, separado de los compañeros. Se quedó sentado y miró a cámara

Antes del final del primer tiempo Argentina ya ganaba 4-0, mientras los suplentes se empezaban a mover al ritmo de los gritos del preparador físico. “¡Calentá, pibe! ¿No querés jugar?”, espoleó Salorio al nuevo, según su propio relato. “Le salió una mirada de león que me quedó grabada”, dibuja el profe. “Me pareció mejor que no entrara con el partido en movimiento, para que le fuera más fácil. En el entretiempo empiezo a dar la charla en el vestuario y marco los cambios: ‘Va a salir Lavezzi y entra Messi’. Hice un silencio porque no lo veía. Me doy vuelta y estaba sentadito detrás de mí, en silencio”, exprime su memoria Tocalli, viejo maestro. Cuando la pelota volvió a rodar, con el chico de la camiseta número 17 dentro de la cancha ya, la misión estaba cumplida: en esa época bastaba que un juvenil jugara un solo partido en una selección para que quedara ligado el resto de su carrera a esa camiseta. Por eso la planilla FIFA, que Brazenas debió llevar a la sede de la AFA en el centro de la ciudad esa misma noche, pese a la protesta de su mujer: no le permitieron que la hiciera dormir en su casa y la entregara al día siguiente. A ver si se traspapelaba y el apellido Messi escrito con birome azul no llegaba a Zurich, sede de la entidad…

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PARA SIEMPRE
El 29 de junio de 1986, Argentina se consagró en el Mundial de México con Maradona como genio y figura. Exactamente 18 años después, Messi tomó simbólicamente el relevo, una noche de llovizna. Entró por Ezequiel Lavezzi y anotó, de zurda, a los 35 minutos del segundo tiempo

Messi entró nervioso: “Se notaba que los compañeros querían darle confianza, le pasaban todas las pelotas”, apunta Gallo. “Le dije que hiciera lo que sabía, que jugara tranquilo”, matiza Tocalli. Un dato refleja la sensación incómoda de primera vez: falló 7 de 18 pases en esos 45 minutos, según compiló el periodista Ariel Senosiain en su libro “Messi, el genio incompleto” -reversionado tras el título de la Copa América 2021 sin el in-. Las mangas casi le tapaban las manos, de lo grande que le iba la camiseta. Llevaba, eso sí, lo mismo que en cualquiera de las canchas que había pisado antes, de Rosario a Barcelona ida y vuelta: el poder de su gambeta. Diez tiró en ese estreno, ante paraguayos que, dice Brazenas, “no lo podían parar ni con los brazos”. Cuando el partido estaba 6-0 y nadie podía dudar quién se iba a quedar con la “Copa Centenario de la Asociación Atlética Argentinos Juniors”, Messi armó la jugada que, incluso hoy, sigue acumulando vistas en Youtube. Gambeteó a César Martínez y Gabriel Ruiz, dejó tirado al arquero Marco Almeda y la tocó suave, de zurda, al arco vacío. Apenas levantó el brazo derecho para cerrar la escena, mientras sus compañeros corrían a abrazarlo. ¿Cuántos más que esos 200 estoicos dirán hoy haber estado en la pequeña tribuna popular de ese arco?

¿DE QUÉ PLANETA VINISTE?
Gambetas y desparramos: Messi se fue sacando de encima a los defensores y el arquero con su sello juvenil: aceleración, cintura y zurda. Apenas sí festejó el gol

No bien terminó el partido, TyC Sports cortó abruptamente la transmisión para pasar a otro programa. Así que la nota a Messi que le hizo Gallo todavía en el campo de juego quedó grabada. Los años le dieron más valor a ese momento, por lo que un día Gallo fue a buscar el tape, que no había salido al aire. No lo encontró, no estaba: la mudanza de un archivo fue la razón de la pérdida. “Sus respuestas eran muy cortitas”, se consuela el periodista, parado en el mismo metro cuadrado donde esa noche hizo la entrevista que solo vive en su memoria. En la antesala del vestuario, los utileros de la AFA tenían listos sandwiches de matambre y bebidas isotónicas para que los jugadores se alimentaran antes de bañarse, una práctica habitual. El hambre que genera la actividad física se multiplica por mil en esas edades, así que, mientras Tocalli y el cuerpo técnico daban vueltas por ahí, los chicos se abalanzaron sobre las mesitas. El más retraído, el del golazo, comió uno y tenía lugar para más, pero no se animó a meter la mano de nuevo. Le dio vergüenza.

CRÉDITOS

  • EDICIÓN PERIODÍSTICA: Andrés Eliceche@aeliceche
  • EDICIÓN FOTOGRÁFICA: Aníbal Greco@anibalgrecoAugusto Famulari
  • EDICIÓN VISUAL: Andrea Platón@aplatton
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Fuente: Texto Andrés Eliceche – LA NACION – Fotos: LA NACION Deportes