Es platense y lleva casi la mitad de su vida en el club; se adaptó a los nuevos tiempos y ahora se define como una “volante mixta” que espera el día para jugar en el Monumenta.
La extinción del puesto de enganche llegó también al fútbol femenino. Justina Morcillo, nacida en La Plata el 9 de agosto de 2000, es el caso testigo de un cambio de época. La mutación de los sistemas de juego la obligó a hacer un duelo muy joven, con la número 10 de River pintada en su espalda. Formada como enlace, después de arrancar como volante por derecha en el club San José platense en la infancia, entre varones, tuvo que aprender a marcar. “Extraño el pase filtrado, desde afuera del área, en la medialuna, con la cancha de frente, pero me gusta esta posición. En el fútbol ya nadie se dedica sólo a jugar”, dice.
En la Copa Libertadores Morcillo estrenó el puesto. Llegó a River a los 11 años, debutó a los 14 (hizo dos goles en una goleada por 24 a 0 contra Almagro), fue enlace, después doble 5 y ahora, en este fútbol centennial, se define “volante mixta”. River se quedó afuera en los cuartos de final después de perder 1 a 0 contra Ferroviaria de Brasil, pero el rol de Justina no se modificó por su lugar en la cancha: desde hace años es la directora de orquesta de su equipo.
En este viaje a las entrañas de su juego la primera parada, el primer secreto, está en su mudanza a la Ciudad, el año pasado. Cuando vivía en La Plata, en la casa familiar (mamá abogada, papá escribano y tres hermanos, una futbolista) la 10 no paraba. Salía a las 7 de la mañana y regresaba a las 21.30. Se tomaba un tren hasta Constitución –”era más barato que el colectivo y en un momento hubo que recortar gastos”, cuenta-, después el subte hasta Retiro y después otro tren que la dejaba cerca del club. Lo hacía con Carolina, su hermana, que ahora es profesional en Gimnasia.
“Terminé el secundario y pude venirme para Belgrano. Eran casi cinco horas de viaje por día, que ahora las uso para descansar o comer bien. Está re bueno y me mejoró en la cancha”, dice. Justina recuerda que se sentaba sólo cuando estaba en alguno de los medios de transporte. Se trasladaba con una mochila que tenía la mitad de su estatura (mide 1,61), en la que guardaba ropa, botines, apuntes, alguna pelota. De todo para aguantar el día.
“El trabajo invisible es lo más importante y desde que me mudé crecí físicamente. Mejoré mi juego en lo ofensivo como en lo defensivo. Quizá también eso fue acompañado de crecimiento y madurez”, reflexiona. El escritor mexicano Juan Villoro dijo alguna vez que el verdadero sentido del número en la espalda de una futbolista consistía en indicar cuántas jugadores dependían de ella. Daniel Reyes, el organizador del ajedrez táctico de River, la utiliza como la reina de su tablero. Claro, le da la 10.
Morcillo es diestra, es delgada y corre la cancha buscando espacios para esperar el pase y cerrando huecos para defender, eso que sigue aprendiendo. Su pase siempre es a pie abierto: juega con la cabeza en alto, distribuye y es el eje para armar triangulaciones. Hacia abajo con Daniela Mereles y Giuliana González, las centrales, hacia adelante con Martina Del Trecco y Mercedes Pereyra o Victoria Costa, depende de cuál juegue. Abre los brazos, les hace señas a sus compañeras hacia dónde tocar: indica el camino del ataque.
En la Copa dio dos asistencias en el triunfo contra Atlético Sport Club (Venezuela) por 3 a 0: un pase largo saltando líneas para que Del Trecco definiera por izquierda ante la arquera y un centro desde el córner para que Lucía Martelli cabeceara al gol.
Los pases de Justina
“En mi nueva posición empecé a marcar más todavía y también a recibir con la cancha de frente y no de espalda como me pasaba antes, de enganche. De 10 clásica es más difícil, quizá recibís más adelante, pero es difícil quedar de frente. Retrasarme me dio esa posibilidad”, dice quien es parte de la selección Sub 20 y quien también ya debutó en la Mayor. “Es algo que nunca imaginé porque mi déficit es la marca, pero pude mejorar mucho eso. Además, desde más atrás se ve todo, es más fácil organizar y dar el primer pase. Soy la salida del equipo -dice-. Eso sí, a mi me gusta dar el último pase y no llego a darlo, no llego a esa posición. Siempre algo hay que dejar. Capaz con el tiempo aprenderé a subir y volver”.
Morcillo estudia para ser periodista deportiva en la Universidad Nacional de la Plata y admira a Morena Beltrán. Vestida de analista dice que es posible tener características de enganche y no jugar en la posición: “Cardona hoy es un enganche que no juega ahí”, opina.
Le gustaba Nacho Fernández en River, con la misma camiseta y el mismo número, aunque ahora se referencia más en Enzo Pérez: “Si a él lo pusieran de enganche rendiría porque tiene una calidad increíble. Me gusta mucho Riquelme también, pero podía hacer ese juego y no marcar sólo porque era él. Riquelme o Cardona son jugadores que en un fútbol acelerado logran frenar, la pausa. Messi tampoco marca mucho. Riquelme y Messi, jugadores así, hay muy pocos”.
Entre las mujeres, Morcillo admira a Lorena Benítez, la 5 de Boca, con quien compartió plantel en el Sudamericano Sub 20 de 2015: “Ocupa espacios, se anticipa, juega increíble. Es una bestia, la mejor jugando hoy en el medio”.
-Con Boca en los últimos partidos perdieron 5 a 0 y 7 a 0 en la final del último torneo local, en la que casi no pudiste jugar. ¿Esa es la diferencia entre un equipo y otro?
-El 90 por ciento de la gente no es capaz de analizarlo porque, creo, miran el resultado. Entre River y Boca no hay siete goles de diferencia. La diferencia está en lo mental. Las goleadas nos condicionan a la hora de salir a la cancha, inconscientemente. A nivel equipo, jugadoras, estamos parejas. Ellas tienen jugadoras con más experiencia, no hay entre las titulares ninguna Sub 20, como tenemos nosotras, y eso se nota.
-¿Influye eso en la cancha?
-En la cancha la cabeza juega un montón. Eso nos juega en contra, pero no tengo dudas de que este River le puede ganar a Boca. Si tuviera dudas no querría jugar el clásico y yo quiero jugarlo siempre. En la final lamentablemente estaba lesionada, pude entrar en los últimos minutos. Pero no somos menos.
El segundo secreto de Morcillo es no desayunar: encontró que entrenar así le resulta. Busca mejorar cada detalle día a día. Distraerse en los tiempos libres le sienta bien, aunque ahora no puede tocar la batería, el instrumento que estudió durante seis años. “La tuve que dejar en La Plata porque si no en el departamento los vecinos me iban a matar”, dice y se ríe. Convive con su novia, Florencia Fernández, que también juega en River, y a la hora de comparar con las lógicas del fútbol masculino considera que parece imposible pensar en que dos futbolistas sean pareja y compartan un plantel.
“El fútbol masculino tiene el problema de la homofobia y está lleno de violencia por donde lo mires. Es un ambiente de los más complicados en este sentido porque está naturalizado así. No se habla de otra cosa que no sea seguir los patrones establecidos. Seguro hay muchísimos chicos que juegan al fútbol y la pasan mal. No debería ser así. Además, la gente que habita el fútbol traslada eso afuera, a sus otros ámbitos. Si fuera más abierto y más sano eso se trasladaría a la sociedad. Por suerte el femenino no es así y espero que no se transforme”, dice. Y agrega: “Nosotras nos conocemos entre todas, somos amigas entre clubes. Y sabemos que nos podemos ayudar. Ellos podrían aprender de nosotras en esos casos”.
-Desde los 11 caminás el Monumental y sin embargo ustedes nunca jugaron en ese estadio. ¿Es un sueño pendiente? ¿Jugar de 5 ahora ahí?
-Nunca me paré en el medio del Monumental. Nunca tuve la posibilidad de pisar el pasto. Hace 10 años que lo veo desde afuera. Me imagino jugando ahí, no lo voy a negar. Aunque trato de no pensar en eso porque siento que es energía perdida. Yo no puedo hacer más nada que tener ganas de jugar. Habrá que esperar que nos den la posibilidad no de jugar una vez, yo no quiero jugar una vez, quiero ser local ahí como volante mixta. Antes era una jugadora lenta y ahora ya no, así que estoy lista.