En 2004, Gaston Gaudio se convirtió en el campeón de Roland Garros.
“La vida es una rueda, y todo vuelve”, dijo Gastón Gaudio la tarde del domingo 6 de junio de 2004 en París, hace hoy exactamente 15 años, el día en que dos argentinos se enfrentaron en una dramática e histórica final de Roland Garros, la única protagonizada por dos argentinos en la historia del torneo, y sobrepasaron el umbral de lo extremo en la definición, probablemente, con más vaivenes y giros de guión.
Sucede que no solamente aquel partido fue la primera y única final argentina en la historia de los Grand Slam. También tuvo potencia tenística por cantidad, y el tenis argentino había explotado en las dos semanas parisinas como potencia por calidad, ubicando a cuatro jugadores en cuartos de final y a tres en semifinales, con Gaudio, Coria y Nalbandian, que podrían haber sido cuatro si el británico Tim Henman no dejaba en el camino a Juan Ignacio Chela, cuartofinalista.
Sólo siete países en la era del tenis abierto –desde 1968– habían lograron disputar una final “nacional” de un “grande”: Australia, España y Estados Unidos lo habían hecho en Roland Garros, y Checoslovaquia, Alemania y Suecia, en los otros torneos. También era la décima final de Grand Slam en la que había argentinos: las ocho primeras contaron con Guillermo Vilas, que ganó cuatro títulos, y luego pasaron 20 años hasta que David Nalbandian devolvió a Argentina a una final de las grandes, en Wimbledon 2002.
“Es el último día, no aguanto más, ¡parece que estuviera acá desde hace cuatro años!”, comentaba un Gaudio ansioso por jugar el partido de su vida. “Quiero ganar Roland Garros, que es mi sueño, y después mi meta va a ser el número uno del mundo, aunque antes quiero la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas”, señaló sin esconder su ambición Coria, que partía como claro favorito para la final.
Los números eran claros: se medían el número tres del mundo –Coria– y el número 44 –Gaudio–, quien a los 25 años tenía una oportunidad única. Sus golpes y su juego siempre insinuaron que estaba para algo grande, en cualquier torneo de canchas lentas y porqué no en París. No obstante, Gaudio debió ganar seis partidos hasta la final para convencerse de que la gloria es posible: arrancó eliminando a Willy Cañas en 5 mangas, a Jiri Novak también en 5 y a Thomas Enqvist en 4. Con estos apretados triunfos fue tomando confianza, luego vinieron las excelentes actuaciones ante Igor Andreev, Lleyton Hewitt y David Nalbandian a quienes despidió en sets corridos.
Coria, en tanto, contaba con un notable balance de 23 triunfos contra sólo dos derrotas en los choques con argentinos. EL santafecino venía, además, de enhebrar una racha de 22 triunfos sobre arcilla en ese 2004 con apenas una derrota, ante el número uno del mundo, Roger Federer, y con dos títulos –Buenos Aires y Montecarlo–, en tanto que Gaudio ‘sólo’ había llegado a la final de Barcelona.
El camino hasta la final también había sido diametralmente opuesto. Coria con menos desgaste y contundente; 11:47 horas de juego, Gaudio, casi cinco horas más en el cuerpo, con 16:11 de juego. Gaudio quería ser el primer hombre que llegaba al título sin ser cabeza de serie desde que el brasileño Gustavo Kuerten lo hiciera en 1997 y el cuarto jugador con peor ranking en los últimos 36 años en ganar un Grand Slam.
«La primera vez que Gustavo Kuerten ganó Roland Garros yo estaba en un Challenger en Brasil. Y no podía entender cómo el tipo que ganaba en París había estado jugando con nosotros la semana anterior. A partir de ese día pensé que todo era posible», reconocía Gaudio hace algunos años a ATPTour.com. La mención obedece al torneo de Curitiba de 1997, en el que Gaudio, con ranking 322°, había caído en primera ronda ante Razvan Sabau. Unos días después, el brasileño, por entonces No. 69 de la ATP, derrotaba al rumano, en tres sets, en la final. Y luego sería campeón en París.
En ese contexto, en el rectángulo anaranjado más codiciado del Bois de Boulogne, Gaudio y Coria dieron forma a una final argentina que parecía de ciencia ficción y jugaron un partido inolvidable por múltiples circunstancias que resultó una montaña rusa, desde el principio al fin.
Tras un 6-0 de Coria en 24 minutos llegó el 6-3 en la segunda manga al cumplirse una hora exacta de juego. Coria era una máquina de tenis; Gaudio, una ausencia tenística. “Me quiero ir, no puedo jugar de esta manera”, dijo Gaudio a su entrenador Franco Davín, según revelaría luego Vilas, que siguió cada punto desde el palco oficial.
«En el cambio del 4-3, ya dos sets a cero, que sacaba Gastón, digo: ‘Puede ser el último cambio de lado’. Ahí empecé a ponerme nervioso… Ya faltaba poco. Empecé a pensar”, reconoció Coria recientemente a los medios argentinos. La final parecía una más, casi aburrida, unidimensional y poco atrayente para los cerca de 15 mil espectadores que colmaron el estadio central. No obstante, Gaudio comenzó a intentar variantes promediando el tercer set, pero las sensaciones continuaban bajo el mismo espectro, con un Coria que parecía que no se le escaparía el título. Y allí llegó la intervención del público francés, siempre protagonista e involucrado, deteniendo el encuentro durante cerca de dos minutos haciendo una inmensa “ola”.
Querían ver más tenis, o al menos un desarrollo más disputado y parejo. Y Gaudio no le quedó otra que sonreír, dejó su raqueta en el piso y por unos segundos se sintió parte de la acción, que no era simplemente un actor de reparto que veía como el partido se le alejaba cada vez más con el correr de los games y de los minutos.
Por un instante, Gaudio empezó a disfrutar, aplaudió a los espectadores… Coria se sumó a regañadientes y desde las tribunas sonó fuerte un “Gaudio, Gaudio”. «Iba una hora de partido, podría haber sido la final más rápida de la historia. Él se puso a jugar con la ola y yo estaba tratando de bajar porque ya quería jugar”, contó Coria.
Gaudio igualó por 4-4, quebró luego y se llevó el set con un saque ganador. “Pierdo ese game del 4-4 y me empecé a acalambrar el gemelo derecho. Fue 100% psicológico, apenas iba una hora de partido. Empiezo a pensar que me acalambro y automáticamente, en 5 minutos, estaba todo acalambrado”, definió el ‘Mago’. Tras 113 minutos, el partido era otra historia.
Los calambres, no obstante, ya estaban en la cabeza de Coria antes de que comenzara el partido. La noche previa a la final, el argentino mantuvo una charla con Gil Reyes, hombre clave en la carrera de André Agassi y con quien Coria tenía relación: «Me llamó para ver cómo estaba y le dije que el único miedo que tenía era acalambrarme. El único miedo que me podía llevar a perder esa final era ese, ponerme nervioso y acalambrarme. Porque yo me sentía seguro”.
Con claros signos de dolor, el Mago ‘tiró’ el cuarto segmento por 6-1 y entonces todo se definió en el quinto set que estuvo marcado por los nervios y la irregularidad de los dos jugadores, que se volvió a un más extraño: se confirmaría la reacción de Gaudio pero era Coria el que lograba adelantarse, mostrando una inusual resiliencia y entonces el último parcial se jugó ‘punto a punto’. Coria estuvo adelante por 3-1 y 4-2, 5-4 y 6-5 a su favor, cuando tuvo dos oportunidades de conquistar el título. “Los match point a favor se me van por tomar riesgos para terminar el punto lo más rápido posible. Se me fueron por cinco centímetros», reconoció Coria. Gaudio ganaría ese game y los dos siguientes para quedarse con toda la gloria con un revés cruzado.
Después de 3 horas y 34 minutos de juego, Gaudio se convirtió en el segundo campeón argentino de Roland Garros tras el título que ganara Vilas en 1977. También se convertía en el tercer jugador en la historia del torneo que gana el título sin ser cabeza de serie (Mats Wilander en 1982 y Vilas en 1977) y el último que lo lograba después de perder las dos primeras mangas, como lo hizo Andre Agassi en 1999, contra Andrei Medvedev. También era el jugador de peor clasificación en ganar un torneo grande desde que el croata Goran Ivanisevic ganara en Wimbledon 2001 siendo el número 125° del mundo.
“Esto es demasiado para mí…”, dijo con voz agónica y quebrada por el llanto Gaudio, tras un partido en el que bordeó la derrota. Tras recibir el trofeo de manos de Guillermo Vilas, el otro campeón argentino en la rama masculina, 27 años antes, junto al estadounidense John McEnroe. Gaudio no pudo contener la emoción y soltó entre lágrimas: «Mami, Papi, los amo». Una frase para el recuerdo. «No vinieron por cábala, pero están acá, en mi corazón. Los amo a todos”, “Y a este señor es al que le debemos estar agradecidos aquí”, agregó, señalando a Vilas,Con personalidad casi diametralmente opuestas, los caminos de Gaudio y Coria siguieron por distinto rumbo y hace poco se volvieron a unir, limando asperezas y, ya con otra madurez, hasta compartiendo equipo en la capitanía del Equipo Argentino de Copa Davis en 2018.
“Me preguntan varias veces al día qué me pasó, pero son situaciones que hay que acostumbrarse. En su momento esa final me dolió. No supe manejar mi ansiedad, era pendejo y no tenía experiencia de vivir esa situación. Ese Roland Garros a lo mejor lo pierdo no ahí, si no el año anterior, en la semifinal del 2003 contra Verkerk que tiré la raqueta, me fui de foco y no pude seguir jugando y pierdo un partido que no tenía que perder”, contó Coria.
“Ya sabíamos que atrás venía un Nadal… hay Grand Slams que vos sabes que hay posibilidades por múltiples motivos, bajas, por confianza, por cuadro», contó Coria. De hecho, aquel Roland Garros 2004 fue el último Grand Slam sin que Federer, Nadal o Djokovic estén al menos en semifinales. Y han pasado 60 Majors, desde entonces.
«Se juntaron un montón de cosas que me llevaron a no saber manejarme en el tercer set, en el cambio del lado del 4-3 cuando faltaba nada para el final del partido…”, relató un Coria que a la distancia ahora puede quedarse con lo positivo de una situación así: “Me sirvió a futuro. Perder esa final me permitió ser mejor persona”, aseguró con crudeza.
Para Gaudio, quien volvió en varias ocasiones a París, Roland Garros será siempre un lugar especial en el que supo encandilar con un revés de una mano poético: logró un récord de 21 victorias y nueve derrotas. Jugó por primera vez en 1999 y se despidió en 2010, después de no superar la 2ª rueda de la clasificación. De hecho, por estos días estuvo nuevamente en la capital de la luces y en Roland Garros, lugar que conoce a la perfección y donde suelen pararlo todavía para algunas fotos y autógrafos.
El propio gaudio ha reconocido que ese amorío con París va más allá de su título, no está todo el tiempo pensando en el torneo del 2004 ni mucho menos. Lo tiene presente, claro, y cada vez que vuelve al lugar de los hechos las memorias ganan lugar en su cabeza. Lo cierto es que su vida tenística quedó marcada a fuego después de vencer a Coria en la final del Grand Slam parisiense. Desde aquel momento, para él ya nada fue igual.
“La sensación que causa estar en Roland Garros… Llegás y lográs un estado del humor espectacular, que cuando salís del torneo se prolonga. Es como que te vas más contento con la vida, como si hubiera una magia acá, una energía de la gente de locos”, considera Gaudio, quien no tiene un sentimiento de ese tipo en ningún otro lugar del mundo. Esa felicidad esencial y potente a la vez representa Roland Garros para el campeón del 2004.
Han pasado ya 15 años y el recuerdo es profundo y al detalle, para propios y extraños. Nadie que ame el tenis (o casi nadie) olvida ni olvidará esa final. De la forma que sea, fue el fin de semana más glorioso en la historia del tenis argentino que concluyó con la coronación de un incrédulo Gaudio, en una de las mayores sorpresas en la historia de los Grand Slam, tras 25 años sin que un argentino ganara un certamen de ese nivel.
Fuente: Marcos Zugasti – ATP TOUR / JR – www.actualidaddeportiva.com.ar – Fotos: © Getty Images – ATP TOUR –