Capitán del primer equipo campeón; su abrazo con Nelson Mandela abrió las puertas de un nuevo mundo. Veintiocho años después, desde fuera vivió otra consagración y con un país diferente.
No existe en la historia del rugby una imagen con mayor carga simbólica que la de Nelson Mandela con la 6 de los Springboks entregándole la copa del mundo a François Pienaar, el dueño de esa camiseta. El peso de ese abrazo tuvo implicancias sociales y políticas en la construcción de una nación que recién empezaba a desandar un largo camino de racismo, opresión y violencia. El sueño de la “rainbow nation” (nación arcoiris) empezaba a hacerse realidad gracias a un partido de rugby, o mejor, al Mundial que organizó Sudáfrica y ganó en una memorable definición ante Nueva Zelanda.
Veintiocho años después de aquel legendario partido, Springboks y All Blacks volvieron a enfrentarse en una final del mundo. El desenlace fue idéntico: con los de verde y dorado levantando la Webb Ellis Cup. Pienaar lo sufrió desde las tribunas. Mandela, donde esté, lo habrá disfrutado tanto o más que en 1995. La transformación cultural que impulsó aquel logro se vislumbra en los frutos de este equipo bicampeón del mundo.
François Pienaar cambió la cabellera rubia por distinguidas canas, pero no perdió un ápice de elegancia. Con la rigurosa etiqueta que exigían los World Rugby Awards en la Opera Garnier de París, donde fue invitado en su carácter de integrante del Hall de la Fama, se tomó un rato para conversar con LA NACION de lo que había ocurrido tan sólo 24 horas antes. Con la emoción todavía a flor de piel y mientras los campeones del mundo, igual de elegantes pero no de traje y corbata negros, sino con su tradicional saco verde con vivos dorados, hacían su entrada triunfal por la alfombra roja con la Webb Ellis en sus manos.
“Estoy muy contento, aunque anoche estaba bastante nervioso”, dice Pienaar sin ánimo de ocultar alivio. “De hecho, estuve nervioso en los últimos tres partidos que jugamos. Cuando ganás por un punto el margen de error es muy grande, así que estoy encantado en cómo el equipo jugó y encontró la forma de ganar. En cada partido supieron encontrar los caminos hacia la victoria”.
Sudáfrica conquistó en Francia 2023 el cuarto título en su historia, el segundo consecutivo, luego de vencer a Nueva Zelanda por 12-11 en una épica final en el Stade de France. Misma diferencia por la que habían vencido al local en cuartos de final y a Inglaterra en semifinales. Incluso, había caído con Irlanda en la clasificación. No le sobró nada, pero la conquista es inapelable. Nadie quiso la copa tanto como los Springboks.
¿Qué hace especial a este equipo? “La pasión que se tienen el uno por el otro”, responde Pienaar. “Hay una imagen que lo resume: cuando [el wing Makazole] Mapimpi volvió de Sudáfrica habiéndose lesionado y estando recuperándose de una operación para estar con el equipo. Cuando llegó todos fueron a abrazarlo, todos estaban felices de que hubiera vuelto a acompañarlos. Eso es genuino. Eso describe a este equipo: la alegría de jugar juntos y apoyarse unos a otros. Es el reflejo de cómo es nuestro equipo. Nuestro equipo creció mucho. El talento es increíble, pero la pasión es una sola”.
Ausentes en los primeros dos Mundiales por restricciones políticas, los Springboks ganaron cuatro de los ocho mundiales en los que participaron, una efectividad notable. Superior, incluso, a la de los topododersos All Blacks, a los que sobrepasaron en títulos totales, ya que ambos llegaron a la gran final con tres conquistas. Suficiente para afirmar que el gran momento que atraviesa el rugby sudafricano.
“Efectivamente”, rubrica Pienaar. “Estamos muy contentos, hay mucho talento joven que está viniendo. En los años del apartheid había poca gente que jugaba al rugby en Sudáfrica. Ahora, gracias a Siya [Kolisi], gracias a los chicos que han hecho las cosas tan bien, hay muchos jóvenes que quieren jugar al rugby, lo que es muy importante. Se están inclinando por el rugby antes que por el fútbol”.
Sudáfrica fue históricamente una potencia Mundial, la única capaz de disputarle el cetro a Nueva Zelanda. Sin embargo, entre 1980 y 1994 estuvo marginada del rugby internacional debido a la política segregacionsta que regía en el país. Con la llegada de Nelson Mandela a la presidencia se le restituyó su estatus y se le otorgó la organización del tercer Mundial. Ruben Kruger, Mark Andrews, Os du Randt, Joost van der Westhuizen y André Joubert eran algunas de las figuras de aquel equipo capitaneado por Francois Pienaar. Aunque discutido por muchos, el rubio ala mostró su valía en la final, jugando un partido memorable y anulando al temible Jonah Lomu, que estaba en su esplendor. ¿Qué tienen en común este equipo y aquel fundacional de 1995?
“Creo que es un equipo completamente diferente”, responde Pienaar. “Este equipo representa a toda Sudáfrica. Tenemos todas las razas en el equipo, es una hermandad. Esos jugadores no tenían esa oportunidad en 1995. Recién salíamos del aislamiento y muchos recién empezaban a sumarse al rugby. El talento que se desarrolló en los últimos 16 años es tremendo”.
–Pero la semilla la plantaron ustedes…
–Me lo recordaron tantas veces después del partido: ustedes empezaron esto. Estamos muy felices de que haya sido así. Sé lo que significó entonces para nuestro país y sé que el significado que tiene este título es tremendo.
Veintiocho años atrás, el único que no era de raza blanca en el plantel mundialista era el wing Chester Williams, hoy convertido en leyenda. De los 35 que participaron de Francia 2023, la cifra se elevó a 14. Una cifra que está lejos de reflejar la distribución étnica que impera en Sudáfrica, pero que sí da cuenta del cambio de paradigma que atravesó al rugby y a todo el país desde entonces.
También cambió la forma en que se juega al rugby. ¿Habría pasado Sudáfrica a la final en 1995 con las reglas actuales? Bajo una lluvia torrencial en Durban, el árbitro le negó un try a Francia que parecía válido. No había TMO. “Creo que el rugby de hoy es muy diferente”, opina Pienaar. “Obviamente ahora las reglas buscan proteger más a los jugadores. Nosotros éramos un poco más… diría violentos. Se nos permitía hacer más cosas en la cancha que hoy en día se penalizan. Nueva Zelanda tuvo mucha mala suerte de sufrir una expulsión. Creo que tienen que cambiar eso. Si hay una tarjeta roja, el jugador expulsado debería poder ser reemplazado a los 15 minutos, porque si no se desvirtúa el partido. Sí, penalizá al jugador, pero no mates al juego”.
–¿Qué le pareció el Mundial a nivel rugbístico?
–Me sorprendí cuando vi el sorteo de grupos, porque me pareció muy prematuro y me imaginé que iba a tener un efecto negativo, porque varios equipos de punta se iban a quedar en el camino muy temprano, como le pasó a Escocia, por ejemplo. Pero viendo lo que pasó… tuvimos cinco finales. Francia vs. Nueva Zelanda podría haber sido una final, Sudáfrica vs. Irlanda podría haber sido otra final, los dos cuartos de final fueron de un rugby increíble… y después la final. Entonces, de alguna forma al principio estaba en contra, pero el drama que se vivió a lo largo de todo el Mundial lo hizo algo especial.
Curiosamente, equipos como los Pumas e Inglaterra terminaron por arriba de Francia e Irlanda. A la par del crecimiento de los Springboks, también ha sido notorio el desarrollo del ruby argentino, que finalizado el Mundial 1995 apenas habían ganado un partido en tres certámenes y ahora llevan tres clasificaciones a semifinales en los últimos cinco certámenes.
Pienaar, que enfrentó cuatro veces a los Pumas en su carrera, da cuenta de esta transformación: “Argentina mereció ganarle a Sudáfrica en Johannesburgo, cuando ganamos por un punto [en agosto por el Rugby Championship]. Me sorprendió cómo jugaron el primer partido ante Inglaterra. Esperaba más del equipo argentino. Lucieron un poco letárgicos en ese partido, pero después empezaron a crecer. Empezaron a jugar un muy buen rugby y se convirtieron en un equipo desafiante. Es grandioso ver cómo creció la Argentina como nación. Ahora uno sabe que si enfrenta a la Argentina, hay partido”.
«Siendo joven no me cuestionaba esas cuestiones, me habría gustado que lo hiciera. No había chicos de color en el colegio al que iba, así es como crecimos. Está muy mal, es muy triste. Me hubiera gustado tener el coraje y la convicción de cuestionarme esas cosas, pero no lo hice.»
François Pieenar
Nacido en Vereeniging, Transvaal, en el seno de una familia de clase trabajadora de origen afrikáner (descendientes de los colonos holandeses, cuyos grupos más extremistas impulsaron el apartheid), admitió haber tenido miedo de la emergencia de Mandela en los inicios de la revolución. “En las reuniones sociales, la palabra terrorista estaba ligada indefectiblemente a su nombre”, reconoció en su autobiografía en su autobiografía Rainbow Warrior, publicada en 1999. “Siendo joven no me cuestionaba esas acepciones, me habría gustado que lo hiciera. No había chicos de color en el colegio al que iba, así es como crecimos. Está muy mal, es muy triste. Me hubiera gustado tener el coraje y la convicción de cuestionarme esas cosas, pero no lo hice”.
En aquella obra, Pienaar también admitió que el consumo de sustancias prohibidas para incrementar el rendimiento deportivo era una práctica común en aquellos tiempos. No se ha probado relación alguna con esa situación, pero es un hecho que cuatro jugadores de aquel plantel fallecieron antes de cumplir 40 años a causa de distintas enfermedades: Van der Westhuizen, Kruger, Chester Williams y James Small. También recibió críticas en su país en la transición hacia el profesionalismo, primero al intentar convencer a sus compañeros de selección de unirse a la WRC (World Rugby Corporation), un intento de cisma finalmente frustrado, y luego siendo pieza instrumental en la negociación entre la Sanzar y Rupert Murdoch para la creación del Super Rugby. En 1996, fue desafectado del seleccionado, presuntamente por haber fingido una lesión durante un partido. Después de haber sido un emblema de Transvaal (hoy los Bulls), terminó su carrera en Saracens de Londres y contribuyó a construir, allí también, un legado que hoy todavía perdura.
No era el más grande, tampoco el más dotado. Ni siquiera tuvo una trayectoria intachable. Pero su coraje, su capacidad de liderazgo y la forma en que cambió su visión, contribuyeron también a transformar la fisonomía de todo un país que estaba partido por la violencia y el odio. François Pienaar es más que una leyenda del rugby: es el motor de una transformación que hoy disfruta todo Sudáfrica y, en especial, los Springboks.
Fuente:Alejo Miranda PARA LA NACION – Fotos: Dan Mullan – World Rugby – World Rugby – Gallo Images – Getty Images Europe – Shaun Botterill – Hulton Archive – ANNE-CHRISTINE POUJOULAT – AFP – Media24/Gallo Images – Hulton Archive – FRANCK FIFE – AFP – Tony Marshall – EMPICS – PA Images – LA NACION Deportes