Se repitió, como una muletilla, que el mundo del tenis nunca volvería a ser el mismo sin Roger Federer ni Rafael Nadal. Encima, a las bajas anunciadas de los dos históricos también se sumaron las ausencias de Serena Williams, seis veces ganadora de esta prueba y la jugadora que marcó a fuego el WTA Tour por casi dos décadas, y del defensor del título, Dominic Thiem. Pues bien, sin ninguna de esas estrellas presente en la Gran Manzana, este US Open 2021 acaso haya sido un anticipo de lo que podría verse en el mediano plazo, una suerte de Volver al Futuro. Y a despecho de esas grandes ausencias, quedó en evidencia que este Abierto de los Estados Unidos fue uno de los mejores torneos de Grand Slam que se hayan visto en los últimos años.
Hubo partidazos, con muchos encuentros de cinco sets, plenos en emoción y con un nivel de juego altísimo. Vale destacar los cruces Tsitsipas-Murray, Rublev-Tiafoe, Alcaraz-Tsitsipas, Zverev-Djokovic, Leylah Fernandez-Svitolina, Andreescu-Sakkari, entre otros. Aparecieron nuevos rostros: Raducanu, Fernandez, Carlos Alcaraz, Jenson Brooksby, que buscarán confirmar en el futuro todo lo bueno que mostraron en Nueva York. También ratificaciones, como el ascenso de Felix Auger-Aliassime. Canadá se consolidó como una potencia emergente del tenis.
Hasta se vio una finalísima histórica en varones, a cargo de los dos mejores del tour en este momento. La derrota de Novak Djokovic y el triunfo de Daniil Medvedev significó, para el serbio, ahogarse en la orilla: ganó 27 de los 28 partidos que tenía que ganar en Australia, Roland Garros, Wimbledon y Flushing Meadows, y no pudo en el último capítulo de una temporada igualmente impresionante. El Grand Slam –ganar los cuatro grandes en un mismo año- sigue con el legendario Rod Laver como último vencedor por última vez, en 1969.
Emma Raducanu y Fernandez, las finalistas Sub 19 del torneo femenino, dos rookies que desbordan talento y simpatía, le aportaron una corriente de aire fresco a un WTA Tour ya de por sí parejo y muy competitivo. Una entró como la 150ª del mundo; la otra, como la 73ª del ranking. Por primera vez en la historia hubo dos jugadores no preclasificadas en la gran definición. El tenis no es un deporte lineal, en el que un Top 5 tiene asegurado ganarle al 25 del ranking solo por estar más arriba en la tabla, y en ciertos niveles hay una paridad que se resuelve en detalles puntuales; acaso ese aire imprevisible sea uno de sus mayores encantos. Un gran torneo que además estuvo enmarcado por estadios repletos y otras canchas colmadas. Como antes de la pandemia, con un entusiasmo desbordante, a la altura de la añorada vieja normalidad. La Nueva York de las calles vacías hace unos meses le abrió paso a tribunas libres de barbijos.
A Djokovic le dolió el impacto, cómo no. Pero buscará el 21er Grand Slam en Australia, su feudo desde hace varios años, en busca de consolidar lo que Medvedev y Alexander Zverev le reconocieron frente a frente: que es el mejor de la historia. Posiblemente Nadal y Federer vuelvan en 2022; con mayor o menor éxito, es algo que se verá de acuerdo a cómo se recuperen sus físicos, y ya con rivales más jóvenes y ambiciosos instalados en los primeros puestos. Nada es para siempre y en algún momento el suizo y el español dejarán los puestos de protagonismo. Se los extrañará, cómo no. La huella que ambos han trazado es demasiado profunda como para soslayarla rápidamente. Pero, más allá de los pronósticos agoreros, acaso el tenis haya demostrado que hay un camino nuevo y atractivo, con otras figuras, tal como se vio en este Flushing Meadows que ya entró en los libros de historia.