River fue ampliamente superior a Boca. Le ganó en todos los rubros. En el resultado (2-0), en las chances de gol (11 a 2), en las acciones divididas. Y se lo ganó desde el vestuario, desde el equipo que escribió Martín Demichelis en su planilla y el que armó Jorge Almirón. Está claro que el clásico le cayó incómodo al Xeneize, en el medio de las semifinales con Palmeiras por la Copa Libertadores, pero al DT local no le funcionó nada de lo pensado y se le terminaron quemando los papeles, poniendo a jugadores que no pensaba con la mira puesta en la revancha en Brasil y sin resultados en el score ni en el funcionamiento.
Un primer error en el que se suele caer muchas veces es pensar que-(cuando se recurre a futbolistas suplentes- “no tienen prácticas juntos”. Pero eso no es tan así. Una cosa es que Almirón tenga como titulares a los que preservó (salvo Chiquito Romero) para la revancha con Palmeiras, pero no es la primera vez que Blondel, Bullaude, Campuzano, Juan Ramírez y Janson comparten un campo de juego. Está claro que no es lo mismo una práctica en Ezeiza que un partido por los puntos (la intensidad, los recorridos, la fricción suelen ser distintas) pero si Boca jugó muy mal en la mitad de la cancha y casi no pudo dar tres pases seguidos no fue por falta de “entendimiento”.
River, desde el oficio de sus futbolistas y la jerarquía en los gestos técnicos, le dio una paliza en la mitad de la cancha. Si un equipo controla el juego ahí, tiene la mitad del partido ganado, aunque (está claro) muchas veces dominar ese sector o tener una mayor posesión del balón (River también se impuso ahí por 53,4% a 46,6%) da un plus para generar chances de riesgo, aproximaciones. Si se tiene más la pelota, se tendrá más posibilidades de ganar el partido, aunque eso luego no aplique como una regla de tres simple. ¿Cuántas veces pasó de un equipo que triunfó pese a tener solo el 30% de la posesión? Muchas. El punto no estuvo ahí, sino en dominar primero en la zona del mediocampo para luego ser incisivo dentro del área rival.
Así fue que River se impuso. Los dos salieron a jugar 4-2-3-1, con mayoría de mediocampistas, con la excepción de Janson en Boca. Pero si se cuentan los toques de pelota entre los futbolistas que deben ser decisivos, ahí el Millonario le dio una paliza, con una presencia de 322 toques contra 136. Entre Enzo Pérez (67 toques), De la Cruz (91), Nacho Fernández (36), Lanzini (64) y Barco (64) controlaron las acciones con recuperaciones, pases y salidas rápidas ante las tibias actuaciones de Campuzano (38 toques), Juan Ramírez (24), Blondel (23), Bullaude (14) y Janson (37).
Lo mejor del partido
El primero en reconocer el error fue el propio Almirón. No con sus declaraciones, sino con las tres modificaciones que hizo en el entretiempo, todas para ajustar el desnivel en la mitad de la cancha: Los ingresos de Medina (22), Equi Fernández (25) y Barco (39) le dieron otro impulso a la línea de volantes, pero igual los tres quedaron en desventaja ante el 0-1 y un plan de juego que sigue difuso, inestable. Lo que se vio en los casi cien minutos del superclásico es un buen resumen del ciclo Almirón en Boca, fue una especie de síntesis de lo que se vio en los 36 partidos que lleva en el banco xeneize: buenas intenciones para triangular, chispazos positivos pero muy pocas valoraciones colectivas ya sea desde el armado del juego y la anotación de los goles (a Boca le cuesta horrores convertir). Además, ubicarse de manera retrasada en el campo de juego no es sinónimo de solidez defensiva.
La buena actuación ante Palmeiras en la ida le duró poco a Boca, volvió a caer en la misma inconsistencia que ofrece el entrenador desde la repetición de nombres y los esquemas tácticos. Sin continuidad es imposible construir sociedades y Boca no las tiene. No las tuvo en el 4-2-3-1, tampoco cuando con los cambios pasó a jugar 4-2-4, con Zeballos, Benedetto, Cavani y Janson. Hubo centros (como el de Weigandt que finalizó en el gol anulado a Cavani por offside), pero esas búsquedas fueron más ponchazos que algo ensayado con eficacia. La “sobre información” que maneja Almirón, desde estadísticas propias o la infinidad de cuestiones que pueda tener en cuenta del rival- a veces le juega en contra y confunde a un vestuario que tampoco tiene en claro sus ideas.
River, por el contrario, las encontró recurriendo al baúl de Demichelis, volviendo a las bases que lo llevaron a ser campeón en la Liga Profesional, las que relucían antes del Demichelis-gate. ¿Qué significa? El River de los cinco volantes, los históricos sosteniendo el protagonismo y con un juego más interior que exterior, para que los wines tiren centros. Hasta Colidio, cuando ingresó (que lo hizo muy bien pese al gol errado), se ubicó por Rondón, para ser centrodelantero.
La última ficha que movió Demichelis fue agregar un central (Funes Mori) para contrarrestar con el 5-4-1 el 4-2-4 de Almirón. Ahí, el equipo quedó conformado con Armani; Herrera, Paulo Díaz, González Pirez, Funes Mori y Enzo Díaz (otro que ingresó muy bien); Pity Martínez, Aliendro, De la Cruz y Barco; Colidio.
En el final, en uno de los tantos contraataques, Enzo Díaz resolvió lo que River tuvo oportunidad de definir antes. Ganó el clásico en las áreas, pero lo resolvió en el medio campo. Mientras Almirón todavía no sabe quiénes son sus titulares, sólo De la Cruz casi que tocó las mismas pelotas que todos los volantes de Boca en el primer tiempo. River tuvo un momento de confusión y crisis interna, pero cuando se ordena sabe cómo jugar. Boca, pese a que Almirón va por su partido 36, todavía anda en la búsqueda.
Fuente:Christian Leblebidjian LA NACION – Fotos: Aníbal Greco – Opta – LA NACION Deportes – Video: ESPN / – LA NACION Deportes